La reina del crimen a la hora del té

En varias de las obras de Agatha Christie los personajes están tomando el té en las primeras páginas.

En el primer párrafo de Nemesis, por ejemplo, Miss Jane Marple está bebiendo té y leyendo el diario. También en En el hotel Bertram, donde todo el mundo viene para el té de la tarde al viejo hotel y hablan del mejor Ceylán, el mejor Darjeeling o el mejor Lapsang . Y así en varias obras más.  La escritora inglesa sin dudas amaba el té.

Dame Agatha Christie (1890–1976) es el seudónimo de Agatha Mary Clarissa Miller, una de las más grandes escritoras de crimen y misterio de la literatura universal.

Si bien escribió también cuentos y obras de teatro, sus 79 novelas y decenas de historias breves fueron traducidas a casi todos los idiomas y varias de ellas adaptadas para cine y teatro.

Sus clásicos personajes Hércules Poirot y Jane Marple fueron muy populares y, según el Libro Guinness de los récords, sus cuatro millones de novelas vendidas conforman una cifra solamente equiparable con la de William Shakespeare. Entre sus obras más destacadas se encuentran Cianuro espumoso y Asesinato en el Orient Express.

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En el nombre del té

[Por Doménico Masci] #ComunidadDelTé

“El nombre es arquetipo de la cosa”
El Golem, Jorge Luis Borges

Antes que nada confieso que mi relación con el té no es la mejor, yo soy del café, es mi debilidad, pero admito que el té me merece admiración y respeto.

Tomo un té de vez en cuando, mal preparado y de mala calidad seguramente; lo hago si no hay café, si estoy enfermo o si me invitan, y reconozco que esto no habla mal del té, habla mal de mi.

A pesar de eso percibo cierta magia alrededor del té, algo misterioso, que con sólo escucharlo nombrar se me representan imágenes y estados de ánimo placenteros. Su nombre me remite al sosiego de rituales milenarios llevados a cabo con calma, ceremoniosamente, en ambientes adecuados, con la vajilla apropiada, con el tiempo que haga falta.

Lo escucho e imagino una familia china sentada sobre esteras en una habitación en penumbras, rodeando finas teteras de porcelana, sorbiendo lenta y ruidosamente de finos tazones sin asas.

Imagino en Japón invitados ingresando a la estancia del té, al maestro del ritual colocando en un cuenco dos cucharadas de té verde por cada invitado, al invitado principal bebiendo tres sorbos y pasándole el recipiente a los demás, una segunda ronda, siempre en silencio

Imagino marroquíes en un palacio o en una carpa en el desierto, agasajando a un recién llegado con té, preparado con hojas de menta y azúcar, en teteras de metal decoradas con arabescos y servido en vasos de cristal y oro, acompañado de dulces, miel, dátiles y almendras.

Rusos de Moscú o de Siberia, con su samovar, en cualquier lugar y tiempo, en la calle, en un tren, en un hogar, antes y ahora, compartiendo el té caliente que además de estimulante les resulta un amigo incondicional para paliar el frío.

E imagino ingleses distinguidos, vestidos para la ocasión, tomando el té de las cinco en un jardín inglés, soleado, bucólico, prolijo, charlando de cosas sin importancia, despreocupadamente; lo sirven sobre una mesa tan elegante como ellos, donde no faltan una jarrita con leche y rodajas de limón y lo acompañan con torta de ciruelas, scones y muffins.

Y a veces al sentir nombrar el té ya no imagino, recuerdo, por haberlo vivido, un grupo de amigos argentinos reunidos en noches de invierno que, mientras juegan a las cartas, cuentan historias, cantan y se divierten, sin el ritual de los japoneses ni la elegancia británica, comparten un “chupe y pase”, un té común preparado en una jarra cualquiera con una bombilla de la que todos beben gratificantes sorbos.

En Japón, el Tíbet o Inglaterra, de maneras refinadas o simples, en todos los casos el nombre del té me remite al culto de lo compartido, y esa es su magia.

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