El coleccionista de cámaras fotográficas

#Urbanitas

Boris Giuliano Arce Ferrari despliega una personalidad fuerte, severa, amable y distante ante sus clientes; cuando conversa de cámaras fotográficas, pintura, cine, literatura y vehículos antiguos emerge de su rostro una sonrisa luminosa enmarcada en su barba cerrada. Fue uno de los integrantes que participó en el equipo de restauradores del Ángel de la Independencia durante la administración de Andrés Manuel López Obrador (2000-2005) y que concluyó en el interinato de Alejandro Encinas (2006). “No soy un coleccionista, soy un humanista; me gusta el arte que hacen otras personas para hacernos la vida más sencilla”, responde como resorte cuando se le pregunta por su hobby. “Uno es lo que colecciona”, agrega unos segundos después de regresar a su estado de calma. De no ser porque tiene una de las tiendas de fotografía más importantes de la ciudad de México pasaría, como le gusta, inadvertido.

En el número 56 de la calle Donceles está Casa Arce, uno de las 16 comercios de fotografía que existen entre Eje Central y Brasil, que por cierto, y como dato curioso, convive con 16 librerías de textos usados. Leicas, Rollei, Hasselblad, Contax. Nikon, Pentax, Mamiya, Canon, triples, equipos de iluminación. Apenas entrar cualquiera puede sentir la plácida respiración de las viejas cámaras que registran inmóviles cada movimiento de curiosos, despistados, artistas y coleccionistas que las miran como si fueran hermosas mujeres semidesnudas cercanas y lejanas a la vez, detrás de una enorme capa de vidrio transparente que las protege del toqueteo. Signos del orgullo tecnológico que los expone a la reverencia de los conocedores y al desdén de los ignorantes. Coleccionar cámaras es coleccionar el mundo porque fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. La respiración de esas máquinas nos revela que desde 1840 todo lo que hay en el mundo es una fotografía en potencia; ahora diríamos que toda la experiencia humana es una imagen que si no se comparte en redes sociales no es fotografía.

Obturadores, lentes y exposímetros permanecen allí para refutar que nuestras vidas de simulacro no se dirigen a ningún lugar. Con isócrona majestad nos remarcan la apocalíptica idea de que tiempos pasados siempre fueron mejores. El mismo avance de la tecnología y su accesibilidad en la sociedad hace que cada vez más personas recurran a cámaras que ya no necesitan del antiguo rollo de película ni a los laboratorios de revelado ni, muchos menos, a las impresiones de imágenes pues ya casi todo se resuelve en los smartphones, computadoras personales y su exhibición en las redes sociales.

coleccionista

¿Cómo le han llegado todos estos equipos? Dice que de “dos formas: por la mala vía (cuando los familiares de una persona que murió llegan y me dicen que venden o regalan algunas cosas. Cuando las he revisado me he dado cuenta de que hay cientos de fotografías, diapositivas y cámaras que formaron parte de la vida, los recuerdos y momentos agradables de alguien pero que no les interesa conservar a sus herederos) y la otra es por subastas internacionales”. Productor de cine. Arquitecto y coleccionador de vehículos antiguos que ve en las redes sociales “una pérdida de tiempo porque, de manera paradójica, no relacionan con nadie, quitan tiempo para pensar las cosas que en verdad importan”.

Boris Giuliano sonríe cuando recuerda que hace 20 años junto con sus hermanos abrió Casa Arce, pero allí no comenzó la búsqueda de las cámaras más extrañas, “desde hace muchos años antes ya las teníamos en la casa; gran parte de ellas las usamos en nuestros viajes por el extranjero”. Para mí “la fotografía es mi hobby”, agrega uno de los dueños de un local comercial que cuenta entre sus vitrinas con el equipo que usó Guillermo Kahlo o la primera cámara que se instaló en aviones del Ejército o una que capta imágenes de 360 grados y que sólo hay cinco en el mundo: la famosa y extraña Globus Cope. Este lugar exhibe en sus vitrinas decenas de equipos fabricados en los tiempos cuando la fotografía se hacía sobre películas de emulsión de plata; los objetivos eran tallados a mano con los mejores técnicos en optometría y las imágenes no se distribuían en las redes sociales. No se trata de un museo o galería, aunque lo pareciera, si no un lugar que resiste en la calle Donceles al avance de los aparatos digitales y el cambio de giros comerciales ante el interés masivo de chinos por vender en la zona.