Alfredo Vilchis, el cronista del inframundo urbano

 

La frase “soy ateo gracias a Dios” describe muy bien el pensamiento contemporáneo. Prevalece en el ambiente la sensación de un secularismo, aunque hay ciertas situaciones que fracturan esta visión, cosas que le muestran a la mente un filamento divino (por decirlo de una forma conocida) que contradice lo que Darwin y sus alumnos se han empeñado en enseñar: que no hay ningún ser todopoderoso detrás de los objetos, sólo evolución. Alfredo Vilchis (DF, 1960) no busca contradecir los argumentos racionalistas; sus exvotos son crónicas de lo milagroso y la fe.

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Anonimato, muchedumbre, ¿cómo viajar por la ciudad?

No sé ustedes, pero yo tengo pánico a manejar en la ciudad. Casi terror. Siento que si me pongo atrás del volante voy a convertirme en un histérico que le aventará el carro a los demás, que chocará contra los que rebasan de forma abusiva, que me bajaría a liarme a golpes con todos los que te mientan la madre en el camino y los transeúntes que se cruzan la calle cuando tienen el semáforo en rojo; contra los policías que sólo buscan extorsionarte y los grulleros que como hienas quieren darte una lección de “civilidad” a cambio de mil pesos. Abróchate el cinturón, pon la direccional, acelera, estaciónate bien, deja pasar, activa la alarma, ¿ya pagaste la mensualidad?, ¿cómo estás de gasolina?, ¿derecha o izquierda?, “permítame su tarjeta de circulación”. No lo puedo resistir.

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