Nuevos poetas urbanos: Los Salvajes de Ciudad AKA

Los salvajes

 

 

Ciudad subterránea,/ Ciudad sangre,/ Ciudad que se extiende bajo nuestros pies,/ Sin fin, sin conocer el sol, dice el poema “Mañana”, de Javier Moro y Carlos Ramírez publicado en Los Salvajes de Ciudad AKA, un texto que se distribuye de forma atomizada por la capital mexicana como un susurro que se mete al Metro a las 7:20 de la mañana, no puedes entrar de lo cargado de gente que van los trenes por los intestinos gruesos de la urbe que amanece somnolienta y dispuesta a vencer, ahora sí, a su destino.

 

La poesía también se ha extendido más allá de la experiencia del enamorado que sucumbe ante la mirada distante de su objeto amoroso, del que describe cómo sucumbe descorazonado al abismo de la soledad a la que le arroja el desdén del prójimo que no se encuentra en el círculo mágico de la seducción y sus rituales. La ciudad remplaza en algunos trovadores la imagen de un hombre o mujer idealizados. En Constelación, Jorge Fernández Granados escribe: La ciudad es un resuello,/ un contingente de animales misteriosos,/ transmutada,/ infeliz./ La ciudad,/ torpe esqueleto de rutas y monumentos,/ ombligo líquido que duerme/ un sueño largo y oscuro con veinte millones de pasos cubriéndole la tristeza.

 

Para Los Salvajes de Ciudad AKA, entonces la capital mexicana es esa mujer insomne de calles vacías donde la noche silencio se descubrió violada/ por el canto afónico de un asesino serial/ que aferrado a su guitarra gritaba/ “We are the decadence. Quizá la poesía se estancó, dejó de crecer por esa actitud asumida por algunos de malditos, dice Javier Moro: de pronto todos éramos malditos y teníamos un lenguaje elevado, distante, dizque divino; de alguna forma provocó que no evolucionara este género al que uno no pide pertenecer como si se tratara de un club, sólo uno se descubre.

 

Llegó al DeEfe a los siete años de su natal Colombia, aunque desde entonces no se ha ido lo que refuerza su identidad del chilango que viene de fuera y hace de esta metrópoli su espacio de búsqueda en el barrio de la Peralvillo. Cuando llegamos a la ciudad/ no había edificios altos/ ni trenes bajo la tierra/ los techos eran de cartón/ y había más lodo que en el pueblo, los ecos de una infancia que remiten a otros nodos habitables, otros ritmos ya desaparecidos, porque al final de todo, la Ciudad de México es una fosa que guarda en la humedad silenciosa y ciega sus edades, sus capas geológicas, cementerio. Tarde descubrí que esta ciudad / es de tendencia suicida, expresa en otra parte del texto que debe ser leído mientras Carlos Ramírez (Kobra) musicaliza desde una tornamesa y unos gráficos atrapan la mirada de los asistentes.

 

Los rituales digitales contemporáneos le han dado a los poetas, los que se asumen como tales, la facilidad de proyectar sus sampleados textos sobre muros iluminados con láser, donde imágenes nativas nos remiten a lo que vemos todos los días en la calle porque en esta ciudad todo es música/ y caminamos por las calles llenas de danzantes/ bajo un ritmo frenético/ y papá decía/ que todos descubrían cada día/ un nuevo espacio/ en esta galaxia de territorios colonizados.

 

El Metro, amores fugaces, recuerdos de la infancia, los ambulantes, televisores que despiertan a hombres operados por traumatismo craneoencefálico y azoteas con paisajes cableados sosteniendo las calles en medio de un ambiente de violencia generalizada forman parte de un vinil de palabras de mil ejemplares que si corren con suerte pueden adquirir en alguna librería de NeoTenochtitlán o tirado en las escaleras eléctricas donde vive la ballena metálica naranja que se engulle a cinco millones de personas al día. O quizá se los regale alguien por equivocación, cuando piensen que esta ciudad es para salvajes,/ para aquellos que aman el frenesí/ de una tierra que los devora,/ para aquellos que derriten el pavimento/ y dibujan en las paredes /ecos de una vida sin esperanza.

Tan lejos del Mainstream, tan cerca de la Muerte

La Niña Preciosa observa inmutable la procesión de fieles que le llevan flores, cigarros, dinero, oraciones y su bendición. “Dios hace milagros, pero la Santa Muerte te hace el paro”, es el mantra que recorre la colonia Morelos, donde la Santa Muerte tiene su altar sobre la calle Alfarería. Es el culto de los que han perdido la fe en las instituciones, pero no es algo nuevo, ya desde los prehispánicos formó parte del ADN de su cosmovisión.

 

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Doña Queta (Fotos: Filemón Alonso-Miranda

Doña Queta es la Sacerdotisa que atiende el altar instalado en su casa; ella es la que hizo que la imagen de la Santa Muerte dejara los rincones de las casas y viera la luz en las calles tan urgidas de su amparo y protección. La carismática sacerdotisa de la Niña Preciosa tiene 57 nietos. Este es un culto casero e íntimo que nació en Tepito, aunque en muchas partes de la República. La muerte era vista como un tránsito, un paraíso. El origen de esta devoción es más misterioso que antropológico, pues si al final de la vida todos la hemos de conocer, qué de malo tiene hacerla presente, si desde siempre la vida y la muerte han sido buenas comadres, dicen en el barrio. Es por ello que la imagen de la Niña Blanca es atractiva para quienes la consideran su madrina protectora, y es repulsiva para quienes padecen bruma mental y nebulosas en el alma.

 

Todos los días, las 24 horas, se acercan en busca de protección rostros morenos de ojos violentos hacen fila para pasar al altar donde se encuentra La Flaquita. Uno a uno niños, jóvenes y viejos llegan a la vitrina donde la imagen Ella los observa con distante amor y candorosa lejanía. Los devotos a veces pronuncian algunos deseos en voz alta, pero la mayoría lo dice mentalmente, pero una adolescente se detiene frente a ella y de su mochila saca unas tijeras con las que comienza a cortarse un largo mechón de su cabello. Entre las prisas y veladoras guarda su mechón, da la media vuelta y se pierde entre los otros devotos de este infierno urbano que necesita de una divinidad que les dé el salvoconducto para seguir retando los riesgos que conlleva la vida en esta plancha de asfalto.

 

Santa Muerte

 

La Santa abre las celebraciones del Día de los Santos Difuntos el 31 de octubre por la noche. Ella es la que inaugura las fiestas donde los espíritus conviven con los vivos por que, comentan sus fieles, ella es “pura y no prejuicia, lo mismo se lleva a un niño que a un anciano, a un pobre que a un rico”. El primer rosario comienza a las cinco de la tarde, el segundo, a las 12 de la noche. Y es que el culto ha sido adoptado por la “barriada” luego de perder la confianza y la fe en la Iglesia Católica, pero no busca rivalizar con el mainstream religioso.

 

El Padre Nuestro es el mantra que cubre de paz a todas las personas que se han congregado frente a la capilla, una especie de Meca a la que todo el año y a todas horas llegan los fieles a depositar flores, encender veladoras y implorar protección, bendiciones, trabajo, salud y dinero. Durante las oraciones algunos acarician el ropaje de lujo que Ella luce este día, “ella que representa y conceptualiza lo único que tenemos seguro en esta vida: la Muerte”.

 

santa muerte

 

Doña Queta es de las personas más respetadas en el barrio; desde hace 11 años organiza la misa anual en la calle Alfarería, en la que al terminar los cientos de fieles que cargan imágenes de todo tipo le cantan una porra a la Nina Santa, porque es también una fiesta, una ceremonia que se desplaza al margen de los canones, porque corre en la sangre de sus fieles que retan a la vida porque saben que la huesuda los protege.

 

 

Los chamanes del Popocatépetl

popocatepetl

 

Popocatépetl significa «montaña que humea» en náhuatl; entre 1994 y 2008 lanzó 30 megatoneladas de gases, de acuerdo con datos del Instituto de Geofísica de la UNAM. En las comunidades que se están a 15 kilómetros a la redonda se encuentran los graniceros o tiemperos, uno de los sacerdotes que tenían los pueblos nativos para protegerlos de las tempestades que arrasan con los cultivos.

¿Pero cómo se elige a un granicero, nace o se hace tiempero? A los seleccionados, por decirlo así, les cae un rayo; si sobreviven, pasan a la contada lista de personas que se convierten en los protectores y cuidadores de los volcanes. Otros, como Doña “S” jefa de tiemperos de una de las comunidades rurales de las faldas del Popo, fue elegida por su abuela y pertenece a un linaje de graniceras que tiene 16 generaciones y registra su fundación a finales de los 1500.

Tiene el poder de curar desde los sueños; “ellos deben darme un objeto personal para buscarlos y verlos en mi sueño y saber qué tienen”, dice mientras le quita las hojas a unos elotes ansiosos por zambullirse en el agua hirviente de un bote de lámina cuadrado, calentado en una fogata encendida dentro de una choza. El piso es de tierra. Su mirada transparente. Su cabello cano sujetado en dos trenzas le cae sobre los hombros. La sanación es un Don y el poder se hereda de madres a hijas de graniceras, comenta, pero con ella pasó algo extraño: el mando no se lo heredó su mamá sino su abuela, hubo un salto inesperado en el traspaso de uno de los linajes más antiguos de curanderas que existen en las faldas del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, donde aún se encuentran grupos sociales que conservan rasgos, lengua y tradiciones que vienen desde antes de la invasión española.

-¿Irme de aquí donde mi familia ha permanecido al menos 500 años? No me voy a ir de aquí. Aquí he vivido toda mi vida y los abuelos de mis abuelos, dice doña “S”.

En la cabecera municipal, Amecameca, Estado de México, hay muchos puestos comerciales donde se venden fotografías de diferentes tamaños en las que aparece el Popocatépetl lanzando fumarolas; las imágenes se venden como si se tratara del póster de un cantante de moda o un luchador de la WWA venciendo a su mercadotécnico rival, pero no, se trata del gigante milenario que embellece el paisaje de la zona metropolitana del Valle de México.

La carretera que lleva de Amecameca a los volcanes pasa por una comunidad que si no fuera por los niños que juegan en la calle, pensaría que está deshabitada. En este lugar semirrural se guarda uno de los milenarios secretos de las faldas de los volcanes: los granicerosUno de los sacerdotes que tenían los pueblos nativos para protegerse de las tormentas y nevadas que destruían las cosechas, por ende, el alimento de los próximos meses. Los mitos hacen referencia a hombres y mujeres que salían con un bastón, una escultura de la Virgen de Guadalupe o una cruz en plena tempestad para enfrentarse a ella y con su “arma” alejarla. No es broma. Por eso son de los más respetados en sus comunidades, por eso les llaman también tiemperos y se guarecen en el anonimato de su gente en varias comunidades que viven en los alrededores del Popocatépetl e Iztaccíhuatl.

Cada 3 de mayo congregan a su grupo social para llevarlos a los 13 templos secretos que existen en los volcanes que ellos amorosamente llaman María Blanca y Don Goyo. Mientras que para el resto de los mortales se trata sólo de dos formaciones geológicas, ellos ven algo más que eso: un despertar, el llamado a un cambio como sociedad. Por eso cada fin de semana entre 50 y 100 personas acuden a los lugares sagrados a realizar misas. Bajo el manto del catolicismo se percibe la presencia de Tonantzin. Aunque ya no hablan el náhuatl, su español cristiano parece invocar a la diosa nativa de la tierra cada vez que se menciona “María”, “Virgen de Guadalupe”.

“¿Irme de aquí aunque haga erupción? No me voy a ir de aquí. He vivido toda mi vida en estas tierras y los abuelos de mis abuelos fueron protegidos por Don Goyo, dice mientras su rostro arrugado se asoma hacia el cráter del volcán del que se considera su sacerdotisa”.

Museo del Juguete: el Disco Duro infantil de la ciudad

                                               Se encuentra en Doctor Olvera 15, colonia Doctores  (Fotos: Filemón Alonso-Miranda)

 

Sí, entre las cosas que uno puede encontrar en la ciudad de México es una vieja casona de más de 70 años de antigüedad enclavada en una colonia popular convertida en la galería de los hallazgos de Roberto Shimizu, hijo de emigrantes japoneses que llegaron al país en los años 30 procedentes de Tokio. Dice que el Museo del Juguete Antiguo de México (MUJAM), enclavado en un inmueble de la calle Doctor Olvera, en el famoso barrio de La Doctores, es un “disco duro donde se almacena y exhibe una parte de la memoria de la ciudad de México que fue y que tiene que ver con los infancia y los juguetes artesanales que alegraron esos años a los pequeños desde hace al menos 50 años”. Ahora ya sólo hay aparatos electrónicos y pantallas que encierran más aún en una burbuja a los individuos; los códigos han cambiado en la era de la tecnología. Entre las piezas más viejas que exhibe se encuentran unos muñecos de porcelana japoneses del 1850 y una colección de extraños juguetes franceses de 1890 donde uno de los gallos tiene plumas reales.

 

El arquitecto Roberto Shimizu convirtió su casa en galería para mostrar al público las miles
  de piezas que ha coleccionado a lo largo de su vida; unas las ha rescatado de la basura 

 

¿Qué son los juguetes para nosotros? Para unos son los recuerdos grato de la infancia; para otros, mercancía, pero para algunos son la capa arqueológica de la ciudad de México que ya fue, recuerdos físicos que describen, por metonimia, cómo era la urbe aspiracionista de los años 40 del siglo pasado a los 90. La capital mexicana sufrió una transformación después de la Segunda Guerra Mundial cuando fue invadida por millones de personas de provincia que buscaron aquí su Sueño Mexicano sin cruzar la frontera de Estados Unidos. En esa oleada ocupación se encuentra una parte de lo que fuimos: la niñez, donde los tipos de juguetes que nos regalaron marcaron nuestra identidad. Existen los trompos de madera, canicas, papalotes, carros de bomberos, aviones, trenes, casas de muñecas, máscaras de luchadores, trompetas, yoyos, luchadores de plástico, matracas y una larga lista de objetos que fueron relegados con la llegada de la era digital. En el lugar se exhiben alrededor de 35 mil piezas de diferentes épocas, pero dice Roberto Shimizu que su colección particular es de más de 1 millón de objetos. Sin duda, éste es uno de los lugares a conocer en la ciudad de México; hay que tomarse al menos dos horas para ver a detalles cada una de las piezas que nos van a llevar, como un túnel del tiempo, a esos momentos que ahora están olvidados, pero que abrirán, como señala su coleccionista, como una llave esa parte de nuestra mente de nuestros primeros años.

Entre los planes que tiene ahora el museo están la de expandirse a más salas donde, entre otras cosas, mostrará una amplía colección de películas de luchadores, con cartas y máscaras de los famosos gladiadores del pancracio como son Santo y Blue Demon. También alista un programa de residencias para artistas urbanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por la reinvención de la ciudad: menos autos, más parques lineales

                                                                                                                 (Infografías: Taller 13)

La ciudad de México es un caos urbano, las zonas verdes se pierden cada día por la expansión de la mancha urbana y a las autoridades del Distrito Federal no les importa la preservación de las áreas ecológicas, al contrario, las entregan a asociaciones para construir viviendas de interés social.  La capital mexicana genera 18% del Producto Interno Bruto del país, ocupa el segundo lugar en el índice de población con 8 millones 851 mil 80 habitantes (Censo 2010) y no logra crear los más de 200 mil empleos anuales que necesita para satisfacer la demanda del mercado de trabajo y la infraestructura urbana es superada por la demanda de servicios.

 De manera afortunada, en la metrópoli las iniciativas ciudadanas han salido a defender la cosmópolis que fundó el sacerdote Tenoch en 1325 y lo que proponen es un cambio de mentalidad en la vida urbana, una ingeniería más acorde con los nuevos tiempos, en beneficio de los habitantes de una de las zonas más pobladas del mundo.

“Tenemos que hacer que la ciudad se ocupe menos de los vehículos, ¿qué tenemos que hacer para ser más felices? Dejar el coche. Un capitalino promedio se la pasa cinco años de su vida metido en su automóvil; dos horas y media diarias. Es ridículo que por un lado estemos esparciendo la ciudad, y por otro haciéndola más dependiente del auto”, dice en entrevista  el arquitecto Elías Cattan (@eliascattan), que impulsa la transformación del Río la Piedad (cubierto desde 1952) con la finalidad de reproducir corredores biológicos, sustentables, con paisajes urbanos que ayuden a cambiar el aire de la ciudad y que no privilegien el uso de los automóviles.

 El Distrito Federal es por genética una zona lacustre, los aztecas elevaron la Tenochtitlán sobre chinampas, pero ahora 12 de los 13 ríos más importantes los han transformado en canales de aguas negras.  En su despacho Taller 13 Arquitectura Regenerativa, este profesor de la Universidad Iberoamericana dirige un movimiento nacional para concientizar sobre la importancia que los ríos tienen para los ecosistemas y la supervivencia de los habitantes. Con su proyecto Regeneración del Río la Piedad obtuvo una mención honorífica en la Fundación Holcim, uno de los premios más importantes de construcción sustentable. Sin embargo, considera que el cambio del paisaje urbano tiene que surgir de la sociedad civil organizada y no del gobierno del Distrito Federal, quien se encuentra atrapado en las “deudas políticas, económicas y acuerdos” que sostiene con empresas.

 La ciudad tiene una artería vial muy importante que se llama el Viaducto,  que pasa sobre el río La Piedad y lo que propone Cattan es desentubarlo a lo largo de 13 kilómetros de asfalto para convertirlo en un parque lineal. ¿Locura?  “El proyecto cuesta mil millones de dólares, la mitad de lo que se va a invertir en la Autopista Urbana. Me resulta ridículo que el Gobierno del Distrito Federal diga que es costoso, pero que defiendan la Supervía que es de inversión privada. La regeneración del río la Piedad también puede ser de inversión privada, incluyendo el Metrobús que pasaría junto a este parque lineal”, añade desde una de las grandes mesas de su estudio ubicado sobre Amsterdan, en la colonia Condesa.

 Puntualiza: “Hay que decirle al gobierno que ya no queremos más puentes viales ni segundos pisos; Guadalajara logró cancelar una autopista urbana y en el mundo ya las están empezando a quitar. Hay que decirle a las autoridades que es mejor la recuperación del espacio público y la implementación de sistemas de transporte alternativos. Yo quiero una ciudad que tenga corredores biológicos y que podría resumir en lo que dice un amigo: más verde, más azul y más bicis”.  

De lo que se trata es crear un circuito de agua con parques lineales de 13 kilómetros que hagan atractivo al Viaducto y que genere, a su vez, un microclima templado en cinco delegaciones del poniente y oriente por los que pasa este causal de aguas negras. Y no sólo eso, es un plan piloto que ayudaría a resucitar a los ríos Consulado y Churubusco que también tienen un causal moderado por lo que no representa riesgo el que corran a cielo abierto “y para ello habría que evitar que las descargas domiciliarias sigan contaminándolos. Pero Cattan insiste, el cambio no debe llegar del gobierno, urge que la sociedad se organice para que los cambios se den.

El último restaurador de arte sacro

Hay cosas que ya nadie observa. Modos de vida que durante generaciones se han transmitido de padres a hijos.

Unas de las víctimas colaterales de la tecnología “aplicada” a la religión son los restauradores de arte sacro, desplazados por los “rosarios electrónicos”, pantallas que proyectan imágenes de Jesús en el Calvario y otras creaciones electrónicas que introducen en los rituales un carácter efímero, plástico, desechable. Aunque se trata de artesanos en vías de extinción hay todavía algunos que buscan imponerse a lo inevitable. Uno de ellos es Mario Antonio Hernández Escamilla, un escultor con 57 años de experiencia que tiene su taller sobre avenida Chapultepec, en la colonia Juárez. Un lugar casi olvidado, como su oficio.

Su rostro serio y cansado magnifican el desprecio que siente hacia las instituciones que, reclama, nunca lo quisieron incluir: “Mi familia tiene una historia de 203 años de trabajar para la Iglesia católica, sin embargo, ahora ya no le interesa mandar a hacer esculturas o restaurarlas; ya no les interesa en absoluto”, añade en un tono pausado, agotado, mientras sus ojos se desplazan por el taller que heredó de su padre cuando era pequeño y que todos los días abre en espera de que le caigan clientes “que cada vez son menos, a veces ya no viene nadie”.

Entre capas de polvo, las imágenes de vírgenes y cristos que aún no pierden la esperanza de que les llegue su turno de reparación, son testigos de la paciencia aletargada de Hernández Escamilla que no deja de mirar hacia la calle donde ciclistas, peatones y microbuseros rompen el silencio del interior del taller. Una larga mesa contiene niños Dios, crucifijos, deidades cristianas mutiladas por los golpes o el paso del tiempo.

Fuma un cigarro, dos. En la radio se escucha la voz de un conductor de música de los años 40. El canto de los Tres Ases, Libertad Lamarque y Pedro Vargas se escabulle por las decenas de piezas apiladas sobre mesas, el piso, anaqueles. Parece que ya no cabe otra más. En sus manos, el restaurador conserva las huellas de las heridas que se ha hecho durante su trabajo. Las marcas de una pintura aferrada a la piel. Enciende otro cigarro y comenta: “Mi padre estudió en la Academia de San Carlos. Yo no asistí a una escuela oficial porque él me enseñó todo: anatomía, dibujo, diseño, escultura, talla, etcétera”.

Con él se acaban 12 generaciones de restauradores de arte sacro.

Su tatarabuelo, Margarito Hernández comenzó con el oficio y se fue heredando de padre a hijo desde hace dos siglos, sólo que esta vez ya no habrá aprendices. El taller que tiene 73 años en el mismo lugar cerrará algún día de forma definitiva en el abandono, sólo quedará el recuerdo de una dinastía de artesanos “dedicados a servirle a Dios”. ¿No ha buscado a alguien que continúe con la tradición de su familia? En primera no tengo tiempo; debo trabajar todos los días para vivir. En segundo, ya no me interesa. En cierta forma es mi venganza. Si la gente no me ha tomado en cuenta, ¿porqué debo yo tomarla en cuenta? Quizá sea egoísta, pero no le veo sentido. Mi mayor ilusión fue enseñarle a alguien, pero si esto ya no sucede, pues que muera todo entonces.

Nostradamus bolea zapatos en la ciudad de México

¿Se imaginan a Nostradamus en los barrios más cutres de la ciudad de México boleando los zapatos de los transeúntes? Yo tampoco, hasta que una voz salió del rincón de un muro art decó que decía: “Te boleo los zapatos por 15 pesos y te leo la suerte gratis”, dice en tono alto una voz barrial que se expande por la calle ruidosa. Un hombre delgado con ojos claros como de tigre se clavan en las páginas de un rotativo de nota roja mientras la gente pasa a su lado y lo escucha sin detenerse. Su caja de boleo está adornada con unos pequeños retratos enmicados de personas que aparecen con manchas de colores fluorecentes alrededor de sus rostros para darles un ambiente parapsicológico, como esos donde se ejemplifica el aspecto del aura.

“Treinta mujeres en el comedor de Kímica Nohóltl me preguntaron que cómo quería llamarme y les respondí que Lustradamus, porque le lustro el calzado y te leo el futuro”, agrega en tono sonriente mientras acomoda a su clienta con botas de punk. Levanta el pantalón para no ensuciarlo y comienza a limpiarlos del polvo con un cepillo. Su nombre “cósmico” hace evidente referencia a Michel de Nôtre-Dame, conocido como Nostradamus, famoso astrólogo provenzal que vivió entre 1503 y 1566 y que es citado hasta ahora por su obra “Las verdaderas centurias astrológicas y profecías” publicada en 1555.

Una pregunta del tamaño de la inabarcable NeoTenochtitlan sería ¿Lustradamus es el único bolero de la ciudad que lee el aura, pasado, presente y futuro de sus clientes? ¿Todo por el mismo boleto?

Cuatro días antes de la elección del Papa pronosticó que el pontífice sería “trigueño y de mente traviesa” (según un texto que reparte a cada uno de los que llega con él a darse bola) así como que en la ciudad de México habrá un fuerte sismo oscilatorio de 7.7 grados que dejará muchos daños este año y la erupción del Popocatépetl. “A mí me dicen el azote de los adivinos; he enfrentado al Brujo Mayor que en todas sus predicciones se equivoca; yo ya me salgo de mi cuerpo para reunirme con Seres Superiores”, presume Lustradamus a la vez que no deja de atender el calzado alto de su clienta a la que ahora le pregunta:

-¿Quieres que te diga de qué color es tu aura?

-Sí

Luego de cerrar los ojos alrededor de 10 segundos y sin abrirlos describe: “Es amarilla y roja, lo que manifiesta que eres una mujer muy sensible, te entregas a los demás, te gusta ayudarlos y tienes muchas reencarnaciones en esta vida. Tienes a una mujer que ye ha ayudado a salir de los problemas más fuertes”.

-¿Una mujer?, ¿Quién? -dice ella con sorpresa.

-Sí, ella”, explica y señala hacia hacia su izquierda, a una parte donde sólo se ve una cortina oxidada de un comercio. La chica voltea, pero no ve nada. Son los personajes de la metrópoli. “Desde los cinco años tengo esta capacidad para ver los seres del mundo metafísico. Toda mi vida me la ha pasado boleando en diferentes partes de la ciudad. Si quieren verte busquen en Youtube donde tengo 10 videos. Sólo les quiero decir que el planeta se inclinará más. Vendrán más sequías, aguaceros, tsunamis, etcétera.

Ah, vean sólo las virtudes de sus seres queridos”.

En el poliedro de la vida cotidiana unos buscan encarar el presente con la ayuda de brujos, hechiceros, chamanes, tarotistas, sacerdotes y demás integrantes de la vida mágica. Unos llegan a esa esfera sin querer, cuando Lustradamus en lugar de extenderles un periódico para repetir el ritual autista de la boleada les dice que viene y va al mundo los espíritus. Así es la ciudad. Un laberinto con pasajes secretos y personajes que sobrepasan la ciencia ficción.

Acupuntura Urbana en el barrio de La Merced

La ciudad es una constelación de pulsos donde uno puede sentirse más vivo, no hay muchos y por lo que refieren cronistas que recorren la metrópoli ellos son los que te encuentran, no viceversa. Esa es la relación espacio-emociones que todo el tiempo buscan los fotógrafos, historiadores y escritores de la urbe, pero también les funcionó al colectivo Somos Mexas para localizar su centro de operaciones artísticas en la calle Topacio 25, en La Merced, en una abandonada fábrica de cubrebocas que se mudó a otro lugar luego de la epidemia de influenza en la capital mexicana.

ATEA (Arte/Taller/Estudio/Arquitectura) es más que una sala de exposiciones de piezas de arte, más que una serie de talleres de serigrafía, restauración de bicicletas, diseño textil, pues se trata de un proyecto de acupuntura urbana que busca transformar su entorno, el mundo de sus vecinos que pasan a toda prisa con diablos cargados de mercancía o de compradores que acuden a La Merced para surtirse de productos.

El ambiente que los rodea está lleno de inmuebles históricos catalogados, vecindades, la calle San Pablo y sus sexoservidoras mascando chicle a cualquier hora del día mientras los transeúntes las observan con morbo. Ese es el pulso de este barrio de la ciudad. Su pulso se encuentra en el primer piso de un estacionamiento público intervenido por grafitis a espalda del viejo Templo de San Pablo.

De acuerdo con Diccionario Nuestro Lugar-Mis Palabras, en La Merced, la palabra barrio significa: “Se está perdiendo el significado”, bueno, ya también no lo respetan, y antes decían: “No, donde te metas en mi barrio, lo que quieras por allá, adelante, pero mi barrio lo respetas”. Eso es caminar entre la muchedumbre, en vías angostas donde las mujeres se rizan las pestañas y se planchan las cejas en la calle Alhóndiga, una especie de salón de belleza masivo de todos los días. Entre diseños de uñas de acrílico nuevas, cabello postizo azul, verde o rojo, junto a la Santa Muerte, cantinas viejas, puestos de gorditas. El pulso.

Héctor López, uno de los cinco creadores del colectivo Somos Mexas, dice que uno de los objetivos de su trabajo es la transformación del entorno sin recurrir a evangelizar sobre los beneficios del arte; la gente se acerca sola. La palabra mexas se usa en la frontera para llamar con descalificativo a los mexicanos, pero la empleamos para darle la vuelta de tuerca a su significado, explica desde la azotea de ATEA donde se tiene una vista de la zona oriente y donde se realizan conciertos y proyección de películas.

Encontrar “arte” en las zonas más cool de la ciudad no tiene ya nada de relevante, lo interesante es encontrar apuestas arriesgadas en barrios donde lo único que prolifera es el comercio, la desintegración social, asaltos, diableros llevando sus enormes cargas entre calles angostas del que fue en otro tiempo el centro comercial más importante del Distrito Federal conectado con Xochimilco y Milpa Alta a través de canales.

El colectivo lo conforman Jesús López, Víctor Acoltzi, Héctor López, Yareth Silva y Gabriela Sisniega, aunque ya se sumaron cuatro más a la plantilla. Si la acupuntura urbana busca generar nuevos discursos narrativos en zonas donde el pulso de la ciudad tiene otra anatomía, entonces ellos comienzan a introducir metáforas y máquinas de recuperación de la memoria en una de las partes más abandonadas de la Tenochtitlan.

@urbanitas

 

 

 

 

La fiesta en los suburbios de la capital

“Usamos máscaras de seda y nos vestimos de charro como una burla hacia los españoles por la Conquista”, dice bailando uno de los 10 hombres que avanza por las calles de Santa María Aztahuacán; “a diferencia de los chinelos nosotros nos vestimos con estos trajes que llegan a costar hasta 40 mil pesos, porque son adornados con hilos de oro, además de que son elegantes”, agrega bajo un intenso sol y en medio de la música de banda y tambora. Su nombre, explica, no importa, está de más. La máscara que usa es el símbolo de una fusión de culturas. A los tiempos de la destrucción de la Tenochtitlán.

Charros de Santa María Aztahuacán

“Bailamos antes de Semana Santa, antes de la Cuaresma. Nuestra vestimenta representa una imitación hacia los españoles, es una burla”. Después de la Conquista, la importancia política y económica de Iztapalapa (adquirida en la época prehispánica) fue relegada. Santa María Aztahuacán es uno de los 16 pueblos originarios donde hasta el año pasado vivía su tradicional fiesta con balazos al aire. Aunque algunos vecinos dijeron que ya no era agradable pues algunos hasta sacaban cuernos de chivo, otros lo lamentaban, sobre todo los comerciantes, ya que el principal atractivo para los turistas es “echar tiro”. Alrededor de 600 policías se encargaron de que no ocurriera. Lo lograron.

Todo comenzó en octubre, cuando la muerte de un niño en un cine puso en marcha un programa de despistolización en la Ciudad de México ente el temor de que la violencia en espacios públicos se colocara en los mismos niveles de Estados Unidos, donde el antecedente inmediato fue el ataque del Guasón, que disparó en la Premier de Batman. Hasta el momento no se sabe si fue adentro o afuera del establecimiento donde falleció el menor, si una bala perdida o un asesino que sigue suelto por ahí fue quien lo ejecutó en plena función. La Secretaría de Seguridad Pública informa que los resultados del programa “Por tu familia, desarme voluntario” por las delegaciones Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Tláhuac ha recibido 3 mil 79 armas de diferentes calibres, incluidas lanzagranadas y bazukas, por las que ha dado a cambio 4 millones 217 mil 700 pesos en efectivo, despensas, tablets, bicicletas, electrodomésticos y laptops. Y sigue, pues la Miguel Hidalgo ya manifestó su interés de sumarse a esta campaña.

Santa María AZTAHUACAN, IZTAPALAPA, urbanitas

Por un lado están los charros con máscaras de seda representando a hombres blancos, barbados y de ojos claros, situación que contrasta con los rasgos de la gente originaria que toma las calles para festejar. Entre micheladas y músicos de banda se abre paso un carro alegórico con la reina del carnaval. Guadalupe Primera saluda a la gente que le manda besos desde la orilla de las banquetas o desde las ventanas de las casas por donde pasa acompañada de sus dos princesas. Abajo, también bailan otras personas disfrazadas de personajes televisivos como Papá Pitufo, la Chilindrina, el Hombre Lobo, Bart Simpson y toda la constelación de héroes caricaturescos que también forman parte de la tradición. Hay mucho que celebrar ahora que la delegación ha dejado de ser un desierto urbano para convertirse en el oasis de la Ciudad de México, porque según el descubrimiento del gobierno del DF hay agua para abastecer 100 años a los capitalinos. ¿Acaso no debe celebrarse?

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Cosmópolis, un acercamiento a la [neo]esclavitud

¿Ya vieron la reciente película de David Cronenberg? Si aún no lo han hecho aprovecho para realizar unos comentarios sobre dos escenas en donde se habla acerca del cipercapital, dinero, arte, industria y Dios.

 

UNO

“El dinero crea el tiempo”, explica Vija Kinski, jefa de teorías, a su jefe Eric Packer, un omnívoro financiero que ha perdido su fortuna en unas operaciones bursátiles, en la adaptación que hizo Cronenberg a la novela “Cosmópolis”, de Don DeLillo. “El dinero crea al tiempo; solía ser al revés. La gente dejó de pensar en la eternidad y comenzó a concentrarse en horas. Es cibercapital que ha creado el futuro”, continúa Kinski, mientras los dos se transportan en una la limosina blanca en medio de una protesta de una sociedad que usa las ratas como moneda.

 

A los humanos les han robado el presente. Las marchas y protestas entonces, desde esta óptica, no son más que “una fantasía generada por el mercado. No existen fuera del mercado”, según la reflexión de DeLillo transportada al cine por Cronenberg. El cibercapital demanda la destrucción sistemática del ahora para que exista el futuro en detrimento de sus víctimas. La limosina se desplaza por Nueva York, aunque bien puede ser cualquier otra megalópolis. Ya no existen los lugares sagrados, la “textura de la vida cotidiana” es mercancía, ceros y unos.

 

DOS 

En otra conversación, Eric aborda el tema del cibercapital y el arte, Dios y capital, cuando le pide a Didi Fancher, su consultora artística, que haga una oferta para comprar completa la capilla Rothko con sus “14 o 15 cuadros”. Marcus Rothkowitz (Letonia, 1903-NY, 1970) más conocido como Mark Rothko fue un artista que quiso pintar a Dios, al final se suicidó; sus últimos cuadros revelan la paleta de su estado de ánimo. La conversación que sostienen es esta:

 

— Hay un Rothko, propiedad privada, del que tengo conocimiento privilegiado. Está a punto de resultar disponible.
―Y tú lo has visto.
— Hace tres o cuatro años, sí. Es luminoso.
—¿Y la Capilla?
—¿Qué pasa con la Capilla?
— He estado pensando en la Capilla.
—No puedes comprar la maldita Capilla.
—¿Cómo lo sabes? Contacta con los directores.
— Creí que te iba a entusiasmar lo del cuadro. Y que cuadro. Tú no tienes un Rothko importante. Siempre habías querido uno. Es algo de lo que hemos hablado.
—¿Cuántos cuadros hay en su Capilla?
—No lo sé. Catorce o 15.
— Si me venden la Capilla, la mantendré intacta. Díselo.
—¿Intacta? ¿Dónde?
— En mi vivienda. Hay espacio suficiente. Puedo disponer de más espacio.
— Pero tendrá que estar abierta a las visitas.
— Para eso tendrán que comprarla. A ver si mejoran mi oferta.
— Perdona que te lo diga, pero la Capilla de Rothko es propiedad del mundo entero.
— Si la compro yo, es de mi propiedad.

 

Los límites de la Cosmopolis son más administrativos que geográficos. Desde UR, la primer ciudad, se conoce que el hacinamiento causa daños en la membrana mental de los miembros de la sociedad que se proyecta en la forma cómo construyen y destruyen al mundo. Algunos especialistas han señalado que la televisión fracasó en su intento de unificar los modos de percepción, aunque el ensayo continúa ahora a través de las redes sociales. “La gente dejó de pensar en la eternidad y comenzó a concentrarse en horas”, en minuto a minuto. Total, tenemos Wi-Fi, muchos lugares para gastar el crédito de las tarjetas bancarias y escasa vida interior porque el Homo Online no la necesita.