Una vez escribí un capitulo nombrado : el olor a subte y a los sandwiches de milanesas. Le llamé así por el intento de identificación que hice con mi ciudad de nacimiento, la ciudad que llegué a extrañar con el alma durante los años que vivi fuera a causa del exilio de mis padres.
El olor que recordaba de las bocas de subte, de los sandwiches de milanesa y los pebetes de salame y queso, eran muy característico de Buenos Aires y de ningún otro sitio más. Cuando regresé con el doble de la edad y con el triple de estatura con que había marchado, casi todo me era ajeno, las personas, los sitios familiares, la escuela, las casas de los parientes, la casa de campo de Portela, nada encajaba de la manera en que lo que atesoraba mi memoria, ya porque me pareciesen diferentes en tamaño o porque generalmente las sensaciones y anhelos que les había conferido como envoltorio o barniz a los sitios, habían conseguido saltar de inmediato al resguardo de algún otro recuerdo justo a tiempo antes de ser desenmascarados.