El abandono es uno de los miedos más ancestrales que una persona puede tener y, a la hora de evitarlo, solemos cometer los actos más indignos. Sentirse abandonado es quedar a mitad de camino de una esperanza, es creer que la ruta no tiene desvíos y recorrerla como quien recorre una certeza. Se ubica en la delgada línea de esa espesura entre la angustia y la impotencia, algo así como un grito mudo o un silencio en pleno barullo. Continuar leyendo