Ser hipster no es para nada hipster. Camufladores de emociones vanas, esa gente moderna con el pelo desprolijo pululan por la ciudad engrasando auriculares repletos de músicas que nunca vas a escuchar. Miran por encima de tu hombro sin que notes que miran por encima de tu hombro. Resignan la capacidad de sorpresa para ser fieles a un estilo que intenta llegar, antes que todos nosotros, adonde ninguno de nosotros se plantea, a priori, querer llegar. Si pudieran escuchar los discos antes de grabarse o las películas antes de filmarse alcanzarían la cucarda hipster del Siglo XXII. Continuar leyendo