Sucedió hace 30 años, una noche cualquiera de calor veraniego en que Carlos Reynaldo González y su mujer se acomodaron en el jardín para aprovechar el aire fresco que llegaba desde el campo. Entonces vieron un objeto con forma de disco que se giraba sobre un árbol de gran porte que se elevaba -por aquellos años- en la esquina de enfrente. La pareja observó los avances del aparato hasta que decidieron irse a dormir. Sobre las dos de la mañana, el misterio se materializó nuevamente, aunque esta vez a los pies de la cama matrimonial. Dos “personas”, que miraban a la pareja, se retiraron traspasando una pared casi en el mismo momento en que Carlos despertó. Desde entonces, este hombre sencillo y trabajador, busca la manera de hablar con sus extraños visitantes: “No dijeron nada, pero yo quiero hablar con ellos”.