Si lo pienso un poco, la fábula bíblica de Babel se queda corta. De haber existido un Dios iracundo o preocupado por los posibles avances de una humanidad organizada y prolífica, no solo se encargó de hacernos hablar lenguas distintas, sino también de que entre los que compartimos el idioma sea demasiado difícil llegar a comprendernos. Continuar leyendo