Cuento El hombre de traje verde

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“Buscando Paz”

En un país donde la pobreza y a la vez la tecnología inunda cada espacio mostrando la dualidad de dos mundos unidos pero tan distantes, la cultura de los indios se mezclaba con la modernidad de los tiempos que corren. Hacia solo dos días que había llegado a este país tan distinto, donde mis raíces se encontraban, la incertidumbre me inundaba completamente en cada momento. Solo observaba sin poder sacar conclusiones, era una contexto diferente, ajeno, que me abrumaba.
Esa mañana salimos muy temprano con mi mama, mi hermana pequeña y mi primo recién conocido, a caminar por las calles sin rumbo definido. Todo era desconocido. La capital de este país era como un gran hormiguero, donde los puestos estaban jerarquizados y donde se distinguían los manifiestos de cada individuo sin necesidad de preguntar nada, las diferencias eran muy claras. Luego de un largo recorrido nos encontramos a la hora del almuerzo con otra prima, para tal fin. Buscamos especialmente un lugar típico para comer las famosas empanadas salteñas.
El bar de dos pisos, enmarcaba nuestras conversaciones que no terminaban. Pensar que eran parte de mi familia que recién nos relacionábamos. Entre charla y charla, tres hombres de traje se sentaron en la mesa de al lado. Al mirarlos me sentí atraída por la mirada de uno de ellos de traje verde, de tez morena, cabello oscuro, mostraba tener alrededor de unos treinta años. Su perfil, su mirada profunda me resultaba atractiva. Su conversación lo mantenía concentrado, intentaba justificar ideas, planteaba argumentos que aunque no oía de que se trataba la charla eran notorios; la forma me daba indicios de su talante. Sentía vergüenza al querer observarlo ya que mi madre se encontraba a mi lado y a pesar de mis veintidós años, mi inocencia todavía se manifestaba como una adolescente en sus primeros bailes. La experiencia no había logrado perder mi ruborización inicial y sentía que la mantendría como un rasgo característico de mi personalidad, que no se modificaría a pesar de los años. La timidez de la atracción no la podía vencer, lo observaba atónita y al mismo tiempo indiferente, ya que mi mirada se perdía en el aire pensando en que era una doncella de los cuentos de hadas, esperando que el príncipe viniera a buscarme, él tendría que dar el primer paso mientras ella esperaría encerrada en la torre sin dar mas que suspiros al aire, creyendo que el viento se encargaría de llevarlos a su encuentro, atrayéndolo a sus encantos.
En un momento sentí que él también me observaba y a partir de entonces un juego de seducción sorpresivamente despertó entre los dos. Nuestras miradas se cruzaban y como en un hechizo nos observábamos, no necesitábamos las palabras. Paralelamente, él dialogo de mi mesa se desarrollaba. Sabia que no me encontraba en esa mesa, mi mente vagaba por la profundidad de mis pensamientos, el pudor de mi interior afloraba incontrolablemente. Para que mis nervios no fueran visibles, ya que su mirada me intimidaba, tome unas hojas de papel y me puse a dibujar. El juego, me parecía asombroso, indescriptible y a la vez divertido. Tenia cerca a mi madre, el límite de que nada pasaría, todo quedaría en un intercambio de miradas; pero me equivoque.
Los minutos pasaron y el almuerzo había llegado a su fin teníamos que continuar nuestra jornada, así que nos dispusimos a irnos. Al levantarse todos, junte apresuradamente mis lápices ya que inconscientemente tenia miedo de que pasaría si me quedaba. Al disponerme a ir para la escalera, siento una mano en mi hombro. Era el hombre del traje verde con mirada profunda que me tomaba desprevenidamente, no podía creerlo.
Estaba nerviosa, la situación me parecía inmanejable. Mi mama a pocos metros se encontraba; pero parecía que a él no lo intimidaba ya que me mira y me dice: “No quieres que nos conozcamos”. Me pidió el teléfono, pero realmente no lo sabía, hacia solo un día que habíamos llegado a esta ciudad tan alta. Asimismo, me resultaba totalmente sin importancia saber el teléfono de donde nos alojábamos, y no podía pedírselo a mi madre ya que la conocía y sabia que nunca me comprendería que ese hombre realmente me atraía aunque ni supiera su nombre. Pensé en una alternativa. Tímidamente le dije que escribiera el suyo en una de mis hojas.
Su nombre apareció en mi cuaderno, su letra lo reflejaba, acompañado de dos números telefónicos que quizás propiciarían un encuentro. No podía creer lo que estaba sucediendo, mi mente no podía emitir palabras ya que estaba totalmente inmersa en una carrera de sensaciones y de pensamientos. Ese hombre se había animado a hablarme adelante de todos y a la vez de nadie, la atracción había sido más fuerte que cualquier obstáculo. No puedo negar que me tomo de sorpresa y quede muda mientras él me observaba y me hablaba, no podía hilar oraciones. Estaba atónita, me dijo unas cuantas frases mas, a las que no podía darle una respuesta. Los nervios me invadieron aunque su mirada me hacia recordar cuanto lo deseaba. Era como que aunque quisiera salir de la torre del castillo donde me encontraba sin cadenas, me encontrara apresada.
Baje las escaleras del lugar como si me escapara de algo; realmente me había sentido invadida mientras no me encontraba preparada, me sentía indefensa ante la sorpresa de su acción. Salí de ese bar con la mirada perdida, mientras mi madre hablaba comentando lo atrevido de ese hombre desconocido, pero dentro de mí sentía que su acción había sido totalmente fascinante. Si no lo hubiera hecho, la situación se habría reducido a algo sin relevancia, tal vez la hubiera recordado como algo que podría haber sido creada por mí desarrollada imaginación. A pesar de que las horas pasaron y los lugares cambiaron, su mirada me perseguía con el solo movimiento de cerrar los ojos. Preguntas sin respuestas encontraba, recordaba el bar nosotros dos enfrentados y me daba cuenta que no le había dado ni una señal de lo que me pasaba.
La tarde transcurrió, me sentía mareada invadida, perdida era una ciudad que parecía sin rumbo. Observaba su gente, mientras tanto comenzó a lloviznar por esa gran avenida, donde la mirada de una pequeña de unos solo siete años aproximadamente, llamo mi atención. Sus ropas eran raídas por la pobreza y a la vez coloridas, sus hojotas sucias y viejas mostraban la calidad de su vida. Era tan solo una niña que me sonreía y se escondía atrás de unas columnas, pero detrás de esa sonrisa podías observar su tristeza, su falta de alimentos, su madurez a pesar de sus pocos años, la gran cantidad de vivencias que ha tenido que enfrentar para sobrevivir en este mundo tan desigual. Su inocencia no la encontraba, ya la había perdido, la calle la había hecho crecer sin respetar esa instancia, sus juegos no habían existido dada la necesidad de pedir una beneficencia. Fueron solo unos segundos donde nuestras miradas se cruzaron, ella desapareció entre el tumulto de la gente, sin que ni pudiera ayudarla con unas monedas que a mi no me hubieran significado nada y tal vez a ella tanto. Pero sus ojos perdidos sin esperanzas se mantendrían vigentes en mi memoria para alertarme cuando sintiera que no tenga posibilidades de cambio.
Los lugares turísticos transcurrieron a lo largo de la tarde. Mi mente se encontraba en otro lugar. Quería llamar al hombre del bar, pero sentía a mama detrás de mí a cada instante. Sentía mi libertad coartada. Las salidas se programaban constantemente, y todas eran en torno familiar. Al otro día, marque ese número con expectativas contrariadas, cierta vergüenza me dominaba, ya que realmente no sabía quien era ese extraño. Pero aunque insistí, no hubo respuesta, él no se encontraba. Cuando ya me encontraba acostada dispuesta a dormirme, me dieron ganas de llamarlo pero en vez de seguir mis instintos preferí que la vergüenza me dominara.
Los días pasaron y recién intente volver a llamarlo una noche a dos días de volverme. Nuevamente no tuve contestación, no entendía porque el destino no quería que nos juntáramos. Aunque sea quería saber quien era, que hacia, a que se dedicaba; pero parecía que no iba a poder averiguarlo.
El fin del viaje era el casamiento de mi prima, por lo tanto el
acontecimiento sucedió y yo ya tenia que volver a mi país a cumplir con mis obligaciones. Pero el recuerdo de la mirada de ese hombre no había desaparecido, aunque tan solo supiera su nombre.
El día de mi partida me levante con la necesidad de probar marcar nuevamente esos números pero ya sin esperanzas. Era la ultima chance, solo horas me quedaban en este sitio, tenía la sensación de que ya no tenía sentido volver a intentarlo, pero nuevamente me equivoque. Una voz se escucha a través del tubo, era él, y nuevamente los nervios surgieron. Una energía brota y me recorre internamente por todo mi cuerpo. Era un fuego de pasión postergado, no consumido que quedaba pendiente. No tenia lógica lo que me sucedía, no tenía tiempo, éramos totalmente desconocidos por los parámetros externos.
La charla transcurrió sin darme cuenta, las preguntas sucedieron sin ni siquiera reflexionarlo. Mi nombre recién entra en escena. Todo era tan extraño, y tan solo fue un llamado para cerrar algo si realmente algo había pasado. Las elecciones presidenciales se habían desarrollado en Bolivia mientras me encontraba y él estaba en una de las listas que había ganado, por eso no había podido contactarlo. Si hubiera dejado un mensaje con un teléfono me hubiera localizado. Los minutos pasaron y al cortar el teléfono sentí que me había perdido de algo, que realmente tenia que aprender a no dejar de pasar el tiempo. Llegue al aeropuerto con la mirada perdida. No podía dejar de pensar en que tal vez apareciera por esas grandes puertas para buscarme, porque no le dije que fuera al aeropuerto, por que el silencio le gano la batalla al vuelo, porque la timidez de no conocerlo pudo mas que las ansias de querer verlo. Quería que el avión no saliera, soñaba con cambiar la historia, un día mas pedía, una oportunidad solicitaba.

Como un llamado al cielo, no había lugar para mi hermana ni para mí en el avión que supuestamente nos llevaba de regreso. Los minutos pasaron entre discusiones de mi madre con las señoritas de la compañía aérea, mientras mis ojitos vislumbraban una esperanza. Sin dudarlo busque las ultimas monedas que tenia en mi bolsillo para llamarlo, para que viniera a buscarme, o aunque solo para que volviéramos a encontrarnos. Marque esos números con una ansiedad tacita que no podía disimular, no contestaba nadie, creí que había marcado erróneamente así que con suma calma volví a repetir el procedimiento sin obtener respuesta. Sin poder comunicarme. No podía entenderlo por mas que intente ya no estaba. El problema con la compañía aérea se arreglo y hubo lugar en el avión. No podía disimular mi decepción, no quería volver, quería solo un día más, pero no pudo ser.

Al llegar a mi hogar, y prender la computadora para ver los emails, en la casilla tenia un mensaje de él que me daba esperanza. Tal vez porque no necesitaba más que esas palabras para saber que los caminos tal vez nos cruzarían, tal vez porque me di cuenta que no todo esta perdido aunque uno a veces no das ciertos pasos. En todo caso ¿cómo es eso de que las cosas no siempre tienen un final feliz?
Si tal vez recién empiezan.

Viajar… por Perú y Bolivia

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MUCHOS LUGARES, MUCHO PARA PENSAR

Viaje durante tres días seguidos, tres días de carreteras y paisajes distintos, tres días con un solo objetivo reencontrarme con mi compañero de este momento de mi vida. Cuando me propuso acompañarlo, no lo dude por un minuto, en una semana organice mi partida. El viaje era uno de mis sueños de siempre, pero nunca había encontrado la persona para realizarlo.
Los vuelos que quedaban para la fecha que yo quería eran de tarifas elevadas, así fue como termine viajando por tierra. Con mochila a cuestas y bolso de mano pesado subí al colectivo que me llevaría a La Quiaca. El viaje es largo, por lo cual me dispuse a disfrutar del paisaje; la maravilla es ver la Quebrada de Humahuaca en toda su extensión. Recién al otro día cruce la frontera. Antes de presentar los papeles en la cola de inmigraciones, una señora llamada Dora con su hijo Jaime me comentan que ellos también viajaban para La Paz. Nos separamos. Me dispuse a pasar la frontera, sorprendida ante tan poco control. Seis cuadras separaban la estación, negocios se desparramaban desordenados por esa avenida. Cargada y cansada solo pensaba en que nuevamente estaba sola en travesía. Muchas imágenes transcurrían en el viaje, muchos otros viajes aparecían sin buscarlos, tantas anécdotas para contar, tantas vidas a relatar.
Así llegue a la estación, atestada de gente y de paquetes. Cuando llego, Jaime me sorprende, me dice que la mama ya estaba sacando el pasaje, y que me apurara dado que no había directo a La Paz (ya que el otro cruce de frontera estaba roto el puente en este momento). Sin dudarlo me junte con ellos, era el último pasaje de esa compañía, y no pensé en buscar por mi propia voluntad si la suerte me deparaba otra cosa. Muy interiormente quería hacer este viaje así, precariamente, en esos colectivos llenos, interminables caminos, rutas malas, peligros inminentes. No lo hacia para sufrir ni mucho menos, algo de adentro me brotaba, que me decía de vivirlo de esa manera.
Acompañe a Doña Dora y su hijo a comer dentro de una galería muy precaria con restaurantes a lo largo de un pasillo. Justo se larga a llover así que la desición había sido más que acertada. No comí, el lugar no me inspiraba confianza, tenia muchas horas por delante y no quería enfermarme. Entre a Internet por unos minutos y luego nos dispusimos a esperar en una estación llena de gente, bultos y sin casi luz. Tomamos un te de coca y una cruceña me empezó a conversar y contar de su coche cama, y escuchaba a los bolivianos que revendían pasajes directos a La Paz, y empecé a dudar ¿Habría hecho bien? La realidad es que confié en la mujer y no busque nada. Ni mejores condiciones, solo me deje llevar por el viento. Apareció y lo tome. Me empecé a sentir un poco mareada. La estación estaba llena de gente, buses dobles muy lindos y otros horrendos. ¿Cual me tocaría? ¿Viviría para contarla? Pensaba en todas las recomendaciones de mi mama y mi abuelito, y mi seguridad de prima de hacerlo a mi manera. Siempre había querido hacerlo así. Siempre, como miles de personas lo hacen a diario por no tener otros recursos, otra opción.
Tome una pastilla para la altura y a pesar de dudar varias veces de sacar otro pasaje ya que no perdía mucha plata mantuve mi posición a lo que impulsivamente había decidido. El bus llego a las 19 hs. Mientras esperaba a dejar mi mochila, escucho al que ponía los equipajes que decía que no había que llenarlo mucho para que no se volviera a pinchar la goma. No tenia lujo alguno, lleno de cholas con olores variados. Dora y Jaime tenían asientos adelante y yo atrás. No había extranjeros como en los otros buses, de alguna forma buscaba mis pares. Decidí tener fe, como me dijo Dora al ver mi cara de preocupación antes de llevar mi equipaje. Sabía que el camino era malo y el bus no era bueno que digamos. Lo mismo permanecí en mi asiento. Salio el bus y a las pocas cuadras se detiene y se suben cinco mochileros argentinos que se sentaron en el piso al lado mió. Le habían hecho dedo y por la mitad del pasaje los habían levantado. Fue la señal del cielo de que había hecho lo correcto, ya me sentía acompañada. Dos chicos y tres chicas que venían haciendo dedo desde La Plata. Era el primer bus que tomaban desde hacia un mes, realmente los escuchaba y me encantaba su valentía de salir a la ruta sin dinero pero con muchas ganas. Charlamos un montón y así ya no me retuve en que el bus no tenía luz ni en los olores, sino en la compañía que me había llegado. Ya estaba contenta. Me había largado a la aventura y el viaje realmente ya lo era.
Luego intentamos dormir pero la ruta era imposible. En un momento hasta pareció que se había pinchado una goma pero era que se había atascado el colectivo. Al estar oscuro no se veía la carretera, ni los precipicios, era todo una salvación. Llegamos a Potosí y me despedí de los cinco mochileros con los que me había entretenido todo el viaje. En mi interior estaba agradecida, me habían dado la tranquilidad que me faltaba. Con Dora corrimos a comprar los pasajes para Oruro mientras Jaime cuidaba el equipaje. Así fue como compramos un “Api”, especie de te caliente, a una de las cholitas que vendían en la estación para esperar el bus. Salimos a las siete, yo leía el libro “Ensayo de la ceguera” y contemplaba la vista. No podía creer que mis ojos tenían posibilidad de contemplar nuevos paisajes. Algunos se repetían con otros tan distantes. Me asombre al ver las llamas perdidas en la nada con dos o tres hombres cuidándolas mientras pastaban. Paramos en un pueblito perdido, de caminos de tierra y casas tan precarias, y me preguntaba ¿Quien decide donde nacer uno? ¿Como puede ser que haya tantas desigualdades? ¿Seria posibles que haya una razón universal por la cual yo puedo contemplar y otros tienen que sobrevivir esa precariedad? Los libros no tienen respuestas a las desigualdades, a la realidad. Y ahí estaba yo de nuevo, viajando. Leyendo el libro de la ceguera que había afectado a todo un país, y rodeada de olores tan asfixiantes. Una chola con su oveja en brazos al lado mió había subido sin tener plata para pagar el pasaje y ya no la podían echar.
Llegamos a Oruro, precario, caminos de tierra por doquier. Salía un bus en 10 minutos, convencí a Dora para tomarlo; a pesar de que ella quería descansar. Así llegábamos temprano. Tan honesta era Dora, tan pura, que me sentía mal por haber dudado de viajar con ellos. Pero estamos en esta selva que nos hace desconfiar de antemano aunque uno sienta lo contrario.
Casas de barro, perdidas en la nada, sierras desoladas, seguía contemplando paisajes. Una realidad tan distinta pero ¿era tan distante? La Quiaca me hizo reflexionar sobre las diferencias de nuestro país que se define tan europeizado.
Vidas tan distintas que se cruzan continuamente. Dora y Jaime seguirían su camino, hacia diez años que Jaime no volvía a La Paz, su madre se lo llevo a la Argentina luego de separarse de su padre y nunca mas volvió. Yo estaba presenciando un viaje de alguien que se encontraba de nuevo con sus raíces. Había cambiado, ya tenia 25 años, pero algo en su interior le brillaba, su madre lo acompañaba. Volvían a casa, y yo recién empezaba mi viaje. La vida es tan bella, y a veces esa simplicidad se encuentra en lo simple, tal vez en una mirada.

Mari y Cosi Valle
Al llegar a la estación, mi novio me estaba esperando. Hacia un mes que nos habíamos separado. Nos reencontrábamos, en este agujero de la tierra tan lindo y diverso como es la Paz, donde las estrellas están mas cerca de uno y la diversidad se encuentra por doquier. Luego de disfrutar tres días de la ciudad, entre caminatas en el Valle de la Luna, la increíble feria de las Alacitas que de desparrama en toda una colina de esta hermosa ciudad donde se venden todas las cosas en miniaturas como para un juego de casita de nenas. En realidad son los elementos para cargar al famoso ekeko, ese hombrecito cargado de alimentos, abrigo, dinero, o lo que se quiere cargar para que el año te lo de y al que se lo hace fumar cada 24 de enero. Tercer día de paseo por la ciudad recorriendo el Prado, la plaza Murillo, la Iglesia San Francisco y hasta al mercado negro llegamos. Un laberinto de puestos callejeros donde se puede encontrar todo lo que quieras imaginar. Al cuarto día cuando nos disponíamos a seguir viaje, Maria, la que escribe, se levanto descompuesta. Pero no una simple descompostura, vómitos y diarrea al unísono me castigaron durante varias horas. De esta forma, casi deshidratada me llevaron al hospital. Descubrieron un cóctel de parásitos en mi estomago producido por algo que había tomado o comido en la calle. Luego de mucho pensar lo único que podía ser, era el api, creyendo que al ser hervido no habría problemas me lo tome tranquila. Lo que no tenia en cuenta es que los pocillos donde te los sirven son poco higiénicos. Con el suero puesto desde la mañana y toda una noche para pensar, solo pensaba en porque no había aceptado el pasaje de avión que mi mama me había regalado y de esta forma no tendría que estar pasando por esta experiencia, pero yo lo había querido hacer a mi manera. Dos días tuve que estar de reposo extremo, dos días que podrían haber sido muchos más.
A veces la maña es vencida, y a pesar de los intentos me toco descansar, aunque como las ganas ganan a las enfermedades, al tercer día estaba en camino sin poder deleitarme con los placeres culinarios de los lugares que iba a visitar pero feliz de poder seguir mirando tantos paisajes diferentes. Desde la Paz pasamos por Copacabana y luego cruzamos la frontera hasta llegar a Puno donde las flores comenzaron a irrumpir en el paisaje de una manera maravillosa. Flores amarillas, rojas y violetas se desparramaban entre casas con techos de paja y de chapa. Siempre el lago titicaca de fondo. Se dice que la ciudad Atlántida se encuentra en su fondo, ¡Que lindo tan solo pensarlo! Pensar que una ciudad se esconda detrás de esas aguas verdosas que se mueven con el viento y que se encuentran custodiadas por tantas islas. Llegamos a Puno, tan solo dejamos los bolsos en un hotel cercano a la Plaza de Armas, y nos subimos a unos carritos llevados por bicicletas que te hacen pensar que estas en Hong Kong o en China, en cambio uno se encuentra en Perú. Tan solo quería ver el puerto pero al caminar por el mismo, unos chicos empezaron a decirnos que un barquito salía para Uros en ese mismo instante y que por la mitad de precio nos llevaban. Yo sin dudarlo y tampoco sin consultarlo a mi compañero de viaje dije que si, y ahí estábamos arriba del barquito que retrocedió para tomarnos como pasajeros. Muchos dirán que estas islas flotantes son para el turismo, pero yo digo que lindas que son. Tan solo pensar que en algún momento fue así: chozas de paja en medio del lago sobrepilotes del mismo material y rodeado de juncos verdes, tan verdes que contagian al agua y los cholitos vendiendo sus artesanías, y hasta uno se puede quedar a dormir allí a pesar del frió. Nos sacamos fotos en canoas de paja que parecían a las embarcaciones de los vikingos. A la vuelta de nuevo los carritos llevados por las bicicletas, esta vez, no por curiosidad sino por cansancio. Luego a comer, si a pesar de todo un plato de arroz y una sopa puede ser mas que confortante y rico cuando uno quiere seguir disfrutando de paisajes y de la belleza de la naturaleza.
A la mañana siguiente, nos tomamos un bus con el ansiado destino: Cuzco. La ciudad de Cuzco es mas de lo que uno se puede imaginar cuando viene transitando ciudades de Bolivia y Perú. Cuzco es una ciudad para enamorarse, de subidas y bajadas, de callejuelas y adoquines, de iglesias asentadas sobre templos quechuas. Cuzco es colonial. Es una ráfaga de sobriedad y color al mismo tiempo. Además de sorprenderte porque por más que te digan que es linda es imposible de imaginar.
Ni bien llegamos a Cuzco, después de unas cuantas horas en bus donde la gente se subía y bajaba en cualquier lugar de la ruta y los pasajes se revendían sin control, tomamos un taxi para la plaza de armas. La verdad la ciudad me sorprendió, hermosa por donde se la mire. Almorzamos algo y fuimos a la información del turismo para conocer las opciones de la ciudad y sus alrededores. Hay varias opciones de todo, lo que te hace más difícil la elección. Nos decidimos por un hostal en el barrio de San Blas. Desde la Plaza de Armas, se llega subiendo una callejuela muy finita, pasando la iglesia de San Blas y casi en la colina se encuentra uno con una vista maravillosa de la ciudad. Nos quedamos dos noches, mientras arreglábamos todo el tema de Machu Pichu, ya que no era tan sencillo dado que el camino del inca en febrero esta cerrado. Así que no nos quedaba otra opción que tomar el tren
Al visitar Cuzco uno se encuentra con un montón de ruinas muy interesantes, que se desparraman por todos los alrededores de la ciudad; se hace imprescindible tener un guía para entender y realmente ver lo que hay entre tantas piedras que parecen iguales pero encierran secretos ancestrales. Luego de dos días de intenso recorrido por la ciudad, nos fuimos para las ruinas de Pisac y Ollantaytambo y de ahí nos quedamos para tomar el tren a Aguas Calientes. Nos unimos con un grupo de 8 chilenos muy divertidos con los que compartimos unas cuantas horas y luego gran parte del recorrido de Machu Pichu.
Llegamos a Aguas calientes tipo 22 hs. y a buscar hotel. Al abrirse las puertas del tren, parece que se abrieran la puertas de un corral y las vacas salieran a buscar el mejor lugar para pastar, así es la sensación. Personas que te ofrecen sin parar diferentes opciones. Encontrar la mejor opción es difícil, ya que los precios son muy variados. Al otro día nos levantamos a las cuatro de la mañana para subir la montaña, recién a las cinco abren para vender el ticket así que a esa hora salimos caminando, en plena oscuridad con una linterna de mano. A los pocos metros de subida yo empecé a protestar porque no quería subir a pie. Temía que terminaría agotada para el resto del recorrido. Machu Pichu siempre había sido mi sueño y quería disfrutarlo. Hay colectivos que te llevan hasta la entrada pero mi compañero de viaje se negaba a tomar hasta que lo convencí de que estaba exhausta. Esperamos al colectivo y este al vernos no paro. Así fue como no nos quedo otra opción que subir marchando todo el camino. Tenía bronca al principio pero después comprendí que no ganaba nada con ese sentimiento, tenia que continuar.
Al final la sensación de subir la montaña era buena. Es cansador, pero la felicidad de haberlo logrado no se compara. Los gritos de unos argentinos que estaban delante me señalaron la llegada. Allí nos encontramos con los chilenos, para tomar el tour, ya que no vale de nada ver sin entender un poco. La neblina a esas altas horas de la mañana cubría la vista. Recién a la hora se despejo y el sol brillo con todas sus fuerzas iluminando cada recoveco de piedras. Ver esas construcciones de piedras talladas tan perfectas te eriza la piel, todo tiene una explicación, todo tiene un porque. Hay llamas que pastan en los alrededores. El tumulto de gente recién comienza a aparecer al mediodía. Solo mirando las ruinas uno puede llegar a entender a esa otra civilización que nos antecedió, donde la racionalidad no era tal vez su fuerte, pero su sensibilidad hacia la naturaleza se refleja en todo lo que hicieron.
Luego del tour, decidimos parar para almorzar mirando las Machu Pichu. Después nos dirigimos a la puerta del sol, otra larga caminata en búsqueda de la forma de puma y cóndor de las montañas. La lluvia quería emerger pero el sol por suerte le hizo frente hasta que estuvimos en las termas de agua caliente. Luego de dar vueltas bajamos de nuevo la montaña, esta vez con mas conocimiento de la distancia real, aunque mucho mas cansados. Luego a comer y de ahí a las piletas de aguas termales. Que placer, el cuerpo totalmente agotado dentro de estas tinajas calientes con la lluvia fría que te acariciaba el rostro en medio de dos montañas verdes, frondosa vegetación por todo el alrededor y el sonido intenso de un rió bravo que corre alrededor de Aguas Calientes. Luego a dormir intensamente ya que el tren a las cinco y cuarenta y cinco partía y otra vez había que levantarse temprano.
Llegamos a Cuzco y nos fuimos a tomar un bus que supuestamente salía a las cuatro pero recién salio a las seis, sucesos comunes de nuestros países latinoamericanos. Nunca se puede predecir que es lo que va a pasar ni que es lo que va a aparecer, y ahí esta el secreto de la vida, las sorpresas. En vez de ir para Lima, decidimos irnos a Pizco, una ciudad en la costa que da al Pacifico. El bus se atraso, tuvo problemas en las carreteras debido a una avalancha. Los caminos pasaron de verdes praderas a nieve y luego a un árido desierto que no se puede creer que exista en nuestras tierras. Como a las seis de la tarde llegamos a nuestro destino, Pizco, solo duramos unas horas ya que las ganas de tirarnos al mar nos gano. Tomamos un taxi para Paracas, un pueblito de pescadores muy pintoresco con palmeras y barquitos de colores. Conseguir un hotel lindo y barato fue muy fácil ya que no había casi turistas. Chochos nos fuimos a la playa y al entrar al mar un agua densa con olor nos sorprendió. Sin dudarlo salimos de allí, luego nos contaron que las fábricas exportadoras de harina de pescado contaminan estas playas. Una lastima ya que son hermosas. En realidad lo que observo a todo mí alrededor es la falta de educación que hay para convivir, ya que todo esta sucio pero se nota que es por falta de educación ecologica. Cuesta tan poco cuidar el planeta, solo es necesaria la conciencia pero mientras el hambre exista no hay tiempo de pensar en ello.
Al otro día nos fuimos en una lancha a las Islas Ballestas para ver lobos marinos, pingüinos y un montón de aves diferentes. Luego en un bus nos fuimos a un paraíso, la reserva natural de Paracas, un desierto de un lado y del otro lado el mar más azul que se puedan imaginar. Increíble a los ojos. Allí si pudimos bañarnos en una bahía muy linda y cristalina con el desierto atrás nuestro. Luego fuimos a recorrer un poco Pizco y arreglamos nuestro siguiente destino: hacer sandboard.
A la mañana siguiente muy temprano salimos para Ica donde allí nos indicaron ir a Huacachina. Por un momento pensé que estaba en un espejismo, ya que el lugar se parece a Egipto más que a Perú. Un oasis en medio del desierto, una laguna verde con palmeras y algunos restaurantes y hoteles que la rodean y todo alrededor arena. Dunas inmensas, doradas, maravillosas. Muy canchera rente la tabla y me dije a mi misma que tan difícil puede ser la cosa, lo que no tenia en cuenta era que ya eran las diez de la mañana. El calor era intenso y había que subir dunas gigantes de arena – con lo que cuesta. Así que después de practicar dos veces, ya estaba sedienta y agotada y faltaba como una hora de caminata para subir a la duna mas alta donde la vista era paradisíaca y donde me tiraría con mis pocos conocimientos de skate, snowboard o lo que se parezca. La verdad que desistí mas de una vez en subir, con la tabla, el calor de frente, pero ahí estaba “Fuerza Maria, persevera y triunfaras” me decía a mi misma. Pensaba en que el desierto seguramente seria peor y al final el premio, la recompensa era tirarse a la laguna verde que brillaba a lo lejos. Llegue a la punta y me tire bastante bien tengo que reconocer para mi poca experiencia, eso si la tabla iba para el otro lado y a mitad de camino me doy cuenta que me faltaba la cámara, la había perdido en algún lugar de la montaña. No veía nada, el sol brillaba. Intente subir pero la verdad me faltaban fuerzas. Por suerte un hombre puede socorrer a una, el mio la encontró. Fue un poco difícil ya que la arena se mueve continuamente. La fuerza no me sobraba, casi estaba deshidratada sin agua, así que termine bajando la gran duna al estilo Heidi en la montaña. La tabla se convirtió en un trineo maravilloso que me dejo en destino. Luego de un litro de coca cola bien fría estaba dentro de la laguna verde helada. Decidimos cambiar itinerario y quedarnos casi toda la tarde disfrutando de ese paraíso, un oasis de película, ni hollywood podría haberlo hecho mejor.
Luego de disfrutar del paraíso nos fuimos a Nazca. La ciudad realmente es horrible nada pintoresca. Los que piensan que andando en la ruta se puede ver algo de la dimensión de las líneas, tengo que contarles que nada se puede vislumbrar de lo que realmente es. Así que a tomar coraje y subirse al avioncito, por suerte es temporada baja en toda esta zona y todo esta mas barato de lo que suele costar, así que además del vuelo conseguí que tuviéramos pileta en un hotel muy bueno todo el resto del día. El calor es sofocante, pleno desierto. Así fue como a la mañana siguiente volé en un aeroplano muy chiquito de solo cinco personas en el que fui el copiloto. Volar sobre estas líneas maravillosas que se hicieron 400 años antes de cristo y que te muestran un gran mapa que no se sabe que esconde pero que algo seguramente significa porque tiene direcciones, figuras, señales es algo maravilloso. La verdad que andar solo en el aeroplano ya vale la pena, increíble, daba vueltas casi de 180 grados, obviamente que un señor francés que estaba detrás mió no dirá lo mismo ya que vomito todo el viaje; pero bueno esa fue una de las razones por las que tome coraje para volar porque sino lo haces a cierta edad después los miedos aparecen con mas fuerzas. El vuelo vale la pena. Además mi filosofía de viaje siempre es que nunca se sabe si uno va a volver al mismo lugar así que mejor disfrutarlo, ver todo lo que se pueda ver y luego quedarse satisfecho de que una banderita ya ha sido puesta en ese lugar.
El tiempo pasa y la verdad de lo que no puedo negar es que viajando por Perú o Bolivia uno lo pasa mucho tiempo en buses que se combinan otros que no tanto, pero que de alguna forma te llevan de un lugar a otro. Después de volar sobre las líneas de Nazca nos fuimos para Arequipa; descubriendo al día siguiente que me habían robado. En realidad fue un robo a la confianza ya que mientras volábamos en el aeroplano dejamos las mochilas en el hotel donde nos hospedamos y nos robaron mientras tanto. Al ser solo cosas materiales no le dimos tanta importancia. Llegamos a Arequipa y nos dedicamos a recorrer la ciudad. Monasterios e iglesias se desplazan por la ciudad, construidas con la roca volcánica muy bien tallada.
Al otro día muy temprano nos fuimos para el Cañón de Colca, decidimos hacer el camino mas largo de tres días. De esta forma comenzó una larga caminata, en donde la montaña muy traicionera no te deja ver cuanto te falta. Nos hospedamos en unas chozas de barro y paja muy lindas con la luz de las estrellas como iluminación. En realidad en esta parte de Perú se vive en otro momento de la economía, los burros sirven para llevar las cosas de un lugar perdido en la montaña a la ciudad más cercana. No hay luz, ni teléfono, menos Internet o celulares. La única diversión es una radio que acompaña a todos los paisanos en sus caminatas diarias de 7 horas ida y vuelta al pueblo cercano. Los chicos se divierten comiendo las frutas que el lugar les da, sacándolas de los cactus o comiendo unas vainas que esconden un dulce dentro con semillas negras gigantes. En realidad es como si los dulces estuvieran colgados en la vegetación solamente hay que saber descubrirlos. A la mañana siguiente muy temprano empezamos otra caminata con destino el Oasis. Pasamos por dos pueblitos casi desiertos; uno los podría describir así. Pero en realidad viven desde otra óptica, con otros horarios ya que estarían pastando las llamas y vacas, o acompañando los cargamentos que suben y bajan en burros.
Al llegar al Oasis fue un verdadero placer, después de la caminata en el cañón valen las piletas de aguas termales que te esperan allí. Mañana siguiente a las tres de la mañana comenzamos el regreso, cuatro horas de subida que no terminan. Las piernas temblequeaban del cansancio, pero al fin lo logramos. Mi único pensamiento era en las personas que tenían que hacer esa ardua caminata todos los días por necesidad. No existen ni elevadores, ni maquinas electrónicas, ni robots, solo el esfuerzo físico y de los fieles burros que hacen parte del trabajo. Todavía en este mundo que se cree tan globalizado existen partes que no han sido tocadas por la varita mágica y siguen en un retraso que no asegura ni la felicidad ya que al desconocer otra cosa no existe el deseo pero donde todo es muy básico, muy simple, donde la gente se saluda todo el tiempo aunque no se conozcan y donde los animales conviven con los humanos de igual a igual (gallinas y vacas son compañeras en cada una de estas casas, de donde consiguen los elementos para las comidas diarias). La gente duerme la siesta tirada bajo un árbol y no sabe lo que es el trafico, ni la contaminación, menos que es el stress ya que solo tiene las horas del día para trabajar la tierra o para tan solo platicar entre los vecinos.
Hay lugares que te hacen más que pensar en lo que uno vive, en lo que uno es y en lo que otros tienen que vivir o ser. Después de un desayuno bien merecido en el pueblo cercano, Cabanaconde, pasamos por el mirador de los cóndores -donde no había ni uno – y de ahí a la ciudad de Chivay un pueblito muy pintoresco donde hay unas termas muy famosas llamadas la Calera. Después de la caminata, las piernas no daban mas y que mas que un merecido baño en una terma. Volvimos a la ciudad y la odisea de buses comenzó hasta llegar a Bolivia de nuevo
Ultimo destino Coroico, las famosas yungas, la puerta de la amazona boliviano, un espectáculo. El camino te saca más de un suspiro y alguna que otra oración a todos los santos. Todo el mundo habla de que es la ruta más peligrosa del mundo y yo no le daba tanto crédito, pero realmente lo es. A pesar del peligro es maravillosa, ver ese camino tallado en las montañas llenas de degrade de verdes y mariposas, hasta dos águilas nos dieron la bienvenida, así que mas que vale la pena. La tranquilidad del pueblo y de los alrededores te dan el marco perfecto para descansar. Luego a la Paz donde tomamos un avión de regreso a Buenos Aires dado que mi novio no llegaría a su próximo destino. Así fue que con confort y rapidez llegamos a nuestro destino final recordando el trajín de buses y caminos que por un mes soportamos.
El viaje ya se ha terminado. Los viajes siempre tienen un fin último: algunas veces es tan solo conocer, otras reencontrarse, otras cambiar algo o tan solo encontrarse con uno mismo. En este caso, este viaje fue de despedida. Ni bien llegamos a Buenos Aires, mi novio partía de regreso a su país natal Francia. Pero bueno la vida a veces es tan corta y lo bueno es poder aprender a disfrutar de lo más que se pueda lo que se te presenta. La vida tiene muchas vueltas y uno nunca sabe donde va a terminar. Lo que es seguro que uno tiene que elegir y optar y de alguna forma tomar lo que viene como viene si uno cree que vale la pena, y eso es lo que hice. Estos días han sido maravillosos por muchas razones y es bueno que una despedida sea con tan buen recuerdo.

cosi

Viajar es soltar y saltar a lo desconocido, abrir puertas y encontrarse con sorpresas todo el tiempo!http://www.youtube.com/watch?v=jPXF9HEXLaQ