2014 y 2015 se perfilan como excelentes años para el mundo del terror en los videojuegos. Tras el paso de una generación marcada por la ausencia total de títulos que nos hicieran erizar los pelos de la nuca (La franquicia de Resident Evil fue mutando gradualmente hacia el mundo de la acción, al igual que Dead Space, mientras que Silent Hill desbarrancó por completo y Fatal Frame desapareció sin dejar rastro), el futuro del género parece aclararse (¿o debería ser “oscurecerse”?) gracias a la aparición de interesantes proyectos.
Juegos como Outlast y Amnesia: The dark descent lograron despertar el interés del público al poner al jugador en situaciones extremas y escalofriantes sin NADA con que defenderse, obligándolo a correr por su vida y esconderse detrás de cada caja o pared. Al fin y al cabo, por más que lo querramos negar, todos somos Rambo en el universo virtual, pero cuando en un callejón oscuro se nos acercan un par de sujetos con cara de pocos amigos, no tenemos grandes reparos en salir corriendo y arrasar con cualquier record de Usain Bolt.