Una noche en la Once. Capítulo final.

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer los capítulos anteriores, hacé click aquí: Capítulo 1, Capítulo 2, Capítulo 3, Capítulo 4, Capítulo 5. El Capítulo 6 es el FINAL.

Capítulo 6.

Era un espectáculo de lo más extraño. El vestíbulo ancho y espacioso de la 11 se había llenado de gente que deambulaba, se saludaba, se abrazaba, se daba sonoros besos en ambas mejillas. Gente de los dos extremos: había muchos viejitos y muchos niñitos. Nada de adolescentes, casi. Nada de adultos. Algo tenían de raro, pero Larry no lograba darse cuenta qué era. Un no sé qué, qué sé yo… La sensación que le producía era inquietante.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

Todo parecido a un acto escolar, prácticamente, excepto por la hora. La claridad de la luna se filtraba por los vidrios del gran portón enrejado de verde y las puertas de madera del salón de actos, abiertas de par en par, parecían ocultar efectos especiales sofisticados, que no eran más que los agujeros en el techo que dejaban pasar haces de rayos de luna, bellísimos, tenues, delicados. Larry no entraba allí desde que era chiquito, porque el salón de actos había sido clausurado precisamente a causa de esos agujeros. Sabía que estaba lleno de palomas durante el día, que sus cacas habían ensuciado el piso y las butacas antiquísimas cubriéndolas de indignidad. Y lo sabía porque una vez se había metido de incógnito, junto a sus amigos el Chispazo y El Piercing, en el palco del salón, y habían estado espiando y tirándole papelitos masticados con lapiceras usadas como cervatanas a las palomas. Obviamente no le habían pegado a ninguna, pero la habían pasado bárbaro y habían zafado de la hora de Física. 

 El salón lucía absolutamente diferente ahora. Era como si la oscuridad lo hubiera remozado, como si las sombras lo favorecieran ocultando las rasgaduras de las butacas plegables originales, el piso de madera, los escalones que llevaban al escenario, el telón. Las colgaduras parecían nuevas, intactas, aterciopeladas, y daban ganas de pasar la mano suavecito sobre ellas. De las palomas, ni noticias. El piano lucía solemne y bello, a un costado. Los cuadros colgaban derechitos. Y un run run de comienzo de espectáculo, de acomodadores, de función, inundaba la escena.

_ ¿Toda esta gente está acá porque hizo algo malo?

El Michi lo miró complacido. En el interior de Larry habían comenzado a encenderse los viejos mecanismos de inquietud, de curiosidad, de razonamiento ante lo incomprensible, ante lo nuevo y lo sorprendente. El Michi había estado al lado de Larry cuando su papá le revoleó la ropa, los cuadros, los libros, los maquillajes y la felicidad a Susana. Le había susurrado “tranquilo, tranquilo, no es con vos, tranquilo, tranquilo”, abajo de la cama, en donde Larry en esas épocas cabía y se había refugiado. Había estado junto al nene de los rulos rojos y la carita cubierta de lágrimas cuando la mamá juntó del piso lo que pudo, lo metió en una bolsa de consorcio, y se fue para siempre. Habían tardado años en decirle al chico que Susana se había ido a vivir a Paraguay. Y el chico, por su parte, había tardado años en vaciar su cabeza de cualquier recuerdo, de cualquier pensamiento, de cualquier ternura o caricia o sabor o perfume a madre. Para el padre había sido más fácil. Alcohol, drogarse hasta no dar más y llenarse de amigos, amigos, amigos de cualquier edad, irse, estar en la calle, no volver nunca a la casa, no pensar en nada. Y decían que Larry no se le parecía. Para el Michi, eran dos gotas de agua.

_ No, no es así. Cuando empieces a ver, si estás preparado para hacerlo, vas a descubrir la diferencia entre unos y otros. La mayoría está aquí porque amó muchísimo en algún momento de su vida a esta escuela, porque fue su casa, porque se sintió protegido y estuvo a gusto acá. Casi todos esos viejitos que ves ahí fueron alumnos de la 11, y añoran la sensación de ser niñitos de nuevo, de pasar la manito por el pasamanos, de respirar el aire embotado del salón y la mirada dulce de las maestras.  Las viejitas de allá trabajaron de alguna cosa durante decenas de años en este edificio… limpiaron mocos, consolaron lágrimas inconsolables, enseñaron a usar plumas y lapiceras, limpiaron la escalera, barrieron, atendieron el kiosquito, plantaron los árboles que ves en el patio, pintaron una pared o algo. Y los chicos que ves, son casi todos permisos especiales. Mirá, mirá el parque, Larry, mirá bien a ver si podés ver…

Larry miró fijamente las sombras del Parque Saavedra, escudriñando con atención. Una horda de siluetas pequeñísimas se dirigía hacia la 11 desde el otro lado, donde estaba el Hospital de Niños. Había siluetas jugando en las hamacas, en los toboganes, sentadas en los bancos y en el pasto. Una sensación de serenidad desconocida invadió el pecho de Larry, que murmuró…

_ Están todos muertos.

_ No, Larry. Están de permiso especial del director. Los deja venir a esta hora, desde el Hospital de Niños, para ver la función.

_ Algunos tienen una especie de luz… rodeándolos… Una luz que no ilumina pero que es como algo lindo…

_ Hacés progresos rápido, amigo. Vení, vamos a sentarnos antes de que se llene, que ya va a empezar.Y vos sos invitado especial. Ya vas a ver.

Se sentaron en primera fila. Larry pasó entre butacas colmadas de señoras y señores de pelo blanco, todos amables y con expresión bondadosa. Los niños no actuaban como niños, estaban demasiado quietos, eran demasiado respetuosos. La mayoría tenía las manos cruzadas sobre sus piernitas y esperaban en silencio, con los ojos cerrados. Larry tuvo un escalofrío. Así, con los ojos cerrados, había esperado debajo de la cama que no fuera cierto, que papá no se hubiera enojado tanto con mamá, que no la hubiera echado de la casa (¿a dónde se iba a ir? ¿a dónde se iba a ir?). Tuvo un sobresalto. Los viejitos también tenían los ojos cerrados.

_ ¿Y de qué es la obra? Yo nunca fui al teatro…

_ Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

El telón se abrió con magnificencia; los engranajes de las cortinas corrieron silenciosos y sin fallas. Se hizo mayor la oscuridad que imperaba, y Larry se olvidó de los viejitos ciegos. En el escenario se veía una escenografía de salón de clases, con los banquitos chiquitos, las mesitas pequeñas, ventanales preciosos con cortinajes blancos y un escritorio que ostentaba un florerito sencillo, rebosante de fresias. El aroma de las flores le recordó a su mamá;  un nudo en la garganta le impidió decir nada. De un costado salió Yohana Ruiz Díaz del Vivar, haciendo malabares con unas naranjas.

_ Esa chica cometió un error inmundo. Ofrecía “protección” a cambio de las moneditas de los nenes de la primaria, en la puerta del kiosquito, y había montado una especie de mafia que fue muy difícil de desbaratar en la escuela. Es tan testaruda que todavía no entiende las consecuencias de lo que hizo, el dolor que ocasionó a centenares de nenes durante su estadía en la 11. El director le encargó este trabajo hasta que se haga cargo de sus actos, pero ella no lo sabe. Lleva mucho tiempo acá. Hasta parece disfrutarlo a pesar de que sabe que los nenes no la están viendo…

A Larry no le importaba nada lo de Yohana Ruiz Díaz del Vivar. Un nene pelirrojo, pequeñísimo, enfundado en un guardapolvo planchado y almidonado con amor, estaba sentado entre muchos otros nenes, ahí, en su banquito, e intentaba tomar una lapicera por primera vez con sus manos torpes. Y Laurita, la bellísima Laurita, estaba sentada a su lado.

- ¡Mirá, Michi! Ése soy yo. Esa lapicera me la había comprado mi papá, y era de las que si las inclinabas para un lado se veía un auto rojo, y si las inclinabas para el otro, uno azul. Me acuerdo de esto. Ahora le señorita Beatriz se va a sentar al lado mío y me va a ayudar… Tenía un montonazo de paciencia esa seño, yo la quería tanto que le hice un dibujo cuando terminó el año para que pusiera en el arbolito de navidad…

La segunda escena representaba a alumnos de años más grandes, en el recreo. Estaban todos en el pasillo y el pelirrojito se había escapado de la mirada vigilante de la seño Dora, que lo cuidaba tanto, y se había escondido en el baño de los chicos de la secundaria. Larry sintió que las lágrimas se le escapaban y le apretó la mano a Michi.

- Fue horrible, es horrible. Ahora entro al baño y está Facundo Escalante fumando un porro. Y me agarra de los pelos, y del cuello, y me mete la cabeza en el mingitorio y me dice que si digo algo me va a matar…

El Michi oprimió la mano de Larry, fuerte, muy fuerte, como hacía siempre cuando su amigo sufría mucho. Larry lloraba como hacía años no había llorado, igual a ese día escondido bajo la cama de sus padres viendo volar cuadros y ropas de mujer y pensando a dónde, a dónde se va a ir.  La escena siguiente tardó un poco más en aparecer… el telón quedó corrido, respetando el dolor profundo del chico. Hasta Yohana pareció retirarse un poco hacia un costado, sin parar de revolear sus naranjas.

La escena siguiente era en el salón de 1ero. Larry quedó asombrado ante el cambio. El escenario, tan bello y de ventanas limpias y aroma de flores, ahora mostraba un salón descuartizado a escrituras, a patadas, a bancos desvencijados y pizarrones vejados por liquid paper. Ahí estaba él, como en las escenas anteriores, tallando una rajadura con una trincheta. Los ojitos bellos que había visto en los Larrys niños habían desparecido bajo un velo de indiferencia y cansancio. El guardapolvo había desaparecido y su ropa colgaba raída y sucia, descuidada, sobre su cuerpo desmesurado. Los rulos rojos eran una maraña que intentaba tapar la cara y lo lograba. Las seños no estaban. Había una profesora que iba cambiando de cara y se iba transformando en muchas profesoras anónimas que le decían que se sentara, que se callara, que prestara atención, que era un irrespetuoso, que era una porquería de persona, que era un sucio, un desagradecido, un mal amigo, que era feo, que era malo, que iba a terminar mal, que iba a terminar con un prontuario…

Larry se vio entrando en la pecera esa tarde, todo mojado y con dolor de espalda, después de destrozar el baño a patadas. Se vio sentado al fondo, vio entrar a la directora y escuchó lo que ella decía. Levantó la vista hacia la profesora y vio en su mirada la misma mirada que tenía la seño Beatriz, cuando se sentó al lado suyo para enseñarle a agarrar bien la lapicera. La lapicera que le había regalado su papá.

El telón se corrió por fin. Todos los nenes, todos los viejitos, todas las paredes de la 11, las ventanas, las cortinas, las escaleras, todos estallaron en un aplauso al unísono. “¡Larry! ¡Larry!¡Larry!” vitoreaban. El chico, asombradísimo y emocionado hasta haber perdido absolutamente la voz, miró al Michi.

_ Es tu obra. Vos la escribiste, la dirigiste y la protagonizaste. Ahora quieren que subas y digas unas palabras.

Literalmente, Larry fue subido por centenares de brazos y llevado al escenario, que Yohana abandonó respetuosamente. Jamás había hablado en público y lo que había vivido recién era demasiado emocionante como para saber si aún le quedaba voz. Sin embargo subió, y desde arriba pudo ver a los niños de ojos cerrados, a los viejos; le pareció ver a Beatriz, a Dora, a Norma, a las preceptoras, a la de Física… a él mismo siendo niño sentadito en la primera fila al lado del Michi, con los rulos peinados y brillantes, con el guardapolvo planchado por su mamá. No dijo nada. Solamente cerró los ojos él también, inspiró hondo, lo más hondo que pudo, y se llenó los pulmones de la 11. Se sintió bien por primera vez en años: estaba en su casa, la 11 era su casa,  los aplausos eran para él  a pesar de que había hecho cosas malas… porque no era que las había hecho malas… era que le habían salido mal…

_ Pero eso va a cambiar.

Larry se sobresaltó. Su voz había sonado hueca y estridente en el salón de actos vacío. Sólo el Michi lo esperaba, de pie, apoyado en una de las paredes.

_ Vamos, Larry. Fue una noche intensa y hay muchas cosas sobre las que tenés que pensar.

_ ¿Vamos a dónde?

_ En unos minutos, tu abuela va a venir a buscarte junto con la directora y la portera. Cuando tu abuela llegó a tu casa y no te vio pensó en llamar a la policía, a los hospitales, a los bomberos, a la NASA, qué sé yo qué escándalo iba a armar. Pero le susurré que llamara al Chispazo, bajito, y las abuelas y las madres siempre me escuchan. El Chispazo te vio escondido atrás de la puerta de la pecera y se hizo el que no veía nada… No te enojes con él… es un buen amigo, pero a veces confunde lo que realmente quiere decir la verdadera amistad. La cosa es que el Chispazo confesó que estabas acá encerrado y ahí vienen tu abuela, la directora y la portera a buscarte, locas de preocupación porque saben que acá no hay agua ni luz gracias a tu macana de la tarde y esperando que estés bien porque te quieren muchísimo…

_ ¿Y qué hago? ¿Qué les digo?

Larry se encontró solo en el umbral de la 11. Pudo escuchar unas últimas palabras del Michi, pero ya no pudo verlo.

_ Yo estaba cuando te pasó lo de Facundo Escalante y te pido mil disculpas por no impedir lo que te pasó en el baño, cuando eras un chiquito indefenso. El director me acaba de levantar la pena: he cumplido. De vos depende, Larry, ser el hacedor de tu propio camino… Ya no voy a estar para cuidarte… acordate… De vos va a depender ahora todo…

Una luz de linterna provenía de afuera, y el clanc clinc conocidísimo de la portera, que venía con todos los pelos parados y el maquillaje  corrido, le produjo una sensación de bienestar incomparable. “Te perdono”, murmuró. “Gracias por todo”.

_ ¡Neeeeeeeeeeeegrooooo! ¡Acá está, señora, vivito y coleando, no se preocupe!

Su abuela lloraba y lo palpaba y lo besaba y la directora lo abrazaba y la portera lo zamarreaba para ver si estaba bien.

_ Estoy bien. No se preocupen. Vamos a casa, abuela. Señora directora, mañana voy a venir a hablar con usted junto a mi padre y veremos cómo hago para pagar los daños que le hice a la escuela.

La directora Norma sonrió misteriosamente, abrazó a Larry y le dijo en el oído:”Shhh, no te preocupes. Sé que una noche en la 11 puede ser una experiencia pesada. Andá a descansar, que preocupaste a toda la gente que te quiere”. 

Larry miró a la gente que lo quería, mientras entraba en el remís que lo llevaría a su casa. Miró a su abuela, miró a la portera, miró a la directora, y por último, miró a la 11, que lo observaba majestuosa y cálida, envuelta en un manto de sombras que ya empezaban a dejar entrever tonos cálidos y rosados del amanecer. Y se sintió muy feliz, porque allí estaría su escuela, esperándolo para recibirlo mañana, y después de mañana, y después de después de mañana, y después de después.


                                                           FIN

Imagen: Adriana Lara.

 

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Una noche en la Once. Cap. 5

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

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Capítulo 5.

El Michi era demasiado flaco, pálido y ojeroso, pero en la oscuridad total de la escuela vacía, resultaba buena compañía. Hablaba mucho, eso sí, como Roberto, y utilizaba muchas palabras que Larry no comprendía y que, por primera vez en su vida, lamentaba no entender. Seguramente, Esteban, el que se sacaba 10 en todas las materias y era siempre abanderado, entendería lo que estos decían. O Laura, la escolta, agrandada y estirada, toda vestida con ropa de marca y tan linda que era una tortura tratar de no mirarla. Se puso colorado al pensar en Laura. Pegó un salto al escuchar la risa del Michi cargándolo.

 

Una noche en la 11

Una noche en la 11

 

_ Esa mina no te va a dar nunca ni bola si seguís haciéndote el vivo y mantenés la cabeza hueca…

Larry lo miró asombradísimo. ¿Habría estado hablando solo en lugar de pensar? Si lo de Laura no lo sabía nadie, ni su propia almohada… Se había dedicado a insultarla, a empujarla, a tirarle las hojas y a humillarla de todas las formas que se le habían ocurrido desde 1er grado para que no se dieran cuenta de que le gustaba…

_ ¿Qué mina? ¿Qué sos, adivino?

_ Algo así_ contestó Michi, misteriosamente. Además, Larry, sigo tus pasos desde que pusiste tu piececito por primera vez en este edificio, piececito que, obviamente, ha crecido… ¡y cómo!

 Larry no pudo evitar ponerse otra vez colorado. Su estatura desmesurada lo avergonzaba, sus pies parecían no parar de crecer y se chocaba con todo, pisaba a todo el mundo, derribaba sillas, mesas, gente; era la torpeza personificada. No era su culpa. En menos de un año había pasado de ser un chico normal a una especie de adulto con cara de chico, se había llenado de granitos imposibles de tapar por más flequillo gigante que se pusiese, su pelo rojo y enrulado no ayudaba en nada y solía revolverlo todo y echárselo sobre la cara para que no lo viesen. Su abuela no había tenido plata para pagarle la ortodoncia que todos los dentistas que había visto habían recomendado con seriedad extrema, y ahí estaba, con la cara brotada como un choclo, los rulos rojos todos enredados sobre la cara, los dientes torcidos apuntando para todos lados, chocando la cabeza contra los marcos de las puertas de lo alto que era y calzando 45. Un desastre. Cómo lo iba a mirar siquiera, la hermosísima Laura…

 _ No sos un desastre, Larry. Sos un adolescente. Estás creciendo, y a todos los adolescentes les pasa. Lo único que deberías hacer es poner un poco de voluntad y mejorar… Por ejemplo: podrías bañarte todos los días. Laura lo apreciaría, y los demás también…

A Larry, Michi ya le parecía, a esta altura, INSOPORTABLE. Odiaba a Michi. Se dio vuelta y le gritó: 

 _ Cortala, chabón, no sé quién sos pero ya me cansaste, qué te pensás. Yo me baño cuando quiero, y qué te hacés el que sabés de mi vida si ni te conozco, sos más fantasma…

 Michi sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro. 

 _ Tranquilo, amigo. Ya llegamos al patio. Primero te voy a mostrar a la Adoquinada, después el paredón del Enamorado Eterno y después, apenas nos queda tiempo para llegar a la función del salón de actos, así que no peleemos, que la noche no es tan larga como parece y acá hay mucho que ver. Mirá fijo para allá y la vas a ver.

_ ¿Al qué y dónde? ¿El qué?

_ Le decimos la Adoquinada porque lleva tanto tiempo acá que nos olvidamos del nombre. Su tarea es llevar los adoquines que están al lado de la entrada del otro patio hasta el borde del paredón y, una vez que ya tiene una linda montaña, ir arrojándolos hacia el otro lado.

_ ¿Pero eso no es peligroso? Digo, si hay alguien del otro lado del paredón se podría ligar un adoquín en el medio de la cabeza …

Larry parecía haberse vuelto juicioso con el pasar de las horas de la noche de la 11. Michi sonrió divertido, pero no se lo hizo notar.

_ Sí, claro que es peligroso. Y era peligroso. El día que a la Adoquinera se le ocurrió que sería gracioso hacer el experimento no pensó en el Terciario que funcionaba al lado de la 11. Tiró el adoquín con todas sus fuerzas, haciéndose la fortachona delante de sus compañeras de 2do año. Y le dio en pleno cráneo a una pobre chica que estudiaba para maestra en el Instituto de al lado.

Larry miraba el patio pensativo. Estaba oscuro, pero menos que el interior de la escuela, ya que una luna considerable iluminaba la escena en forma algo fantasmagórica. La Adoquinera se parecía a Marta, a Claudia, a Mariela, a cualquiera de sus compañeras. Iba y venía con andar de laboriosa hormiga, con una expresión de pesar en su rostro, una expresión de pesar casi plagado de indiferencia. Hacía su montículo de cuadrados grises y luego, uno a uno, comenzaba y recomenzaba a arrojar el peso. Asombrosamente, la montaña que la esperaba allá lejos, a unos metros, no parecía disminuir cuando ella tomaba los bloques. El trabajo debía ser agotador, pero ni una gota de sudor corría por el rostro de la anónima chica.

_ Los más cultos le dicen Sísifo. Su tarea consiste en levantar adoquines, acumularlos y arrojarlos, hasta que el director lo decida.

Pero Larry ya paseaba la mirada por otros lugares del patio. Las paredes, cubiertas de murales coloridos durante el día, ostentaban algo parecido a letras escritas con aerosol. “Anto te amo”, decía la 11, “Anto te amo”, gritaban todas las paredes y paredones de la 11. Un chico alto y flaco, también de guardapolvo, pintaba con seriedad cada espacio vacío, cada segmento de pared, cada vestigio de blanco. Y mientras pintaba un paredón, el otro se despintaba como si la tinta se derritiera o se desvaneciera… o se volviera invisible.

_ Muy poético. Como el amor: intangible_ dijo el Michi. Ése es Yony, y su tarea es declarar su amor a Antonela hasta que le levanten la sanción. Parecería un daño mínimo el que hizo, ¿no? Él sólo se trepó por las paredes de la 11 en la década del 90 para pintar unos graffitis para su novia, esperando sorprenderla al otro día. Se cayó del paredón y ahí empezó la sanción. Porque el amor no es cosa que pueda a tomarse a la ligera, y menos cuando es amor adolescente. El corazón a los 15 años palpita y siente como un corazón virgen de desconfianzas, de amarguras, de reparos, de traiciones. El corazón adolescente es nuevo en el amor, y Yony inauguró el de Anto, su chica, causándole una herida tremenda que no se cerrará fácilmente. El director fue claro: el día que esa mujer deje de recordarlo, las paredes dejarán de borrarse y podrá finalizar su tarea. Pero ella recuerda, y recuerda, y recuerda… Pero uy, ¿escuchás, Larry? Me distraje demasiado, corré que vamos a perdernos el comienzo de la función del salón de actos y no vamos a conseguir asiento, dale vamos.

El Michi tomó de la mano a Larry y lo arrastró por el pasillo, mientras éste se sentía como un largo y flotante barrilete rojo…

 

Continuará… y finalizará el próximo viernes

 

Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la última parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector

 

 

Imagen: Adriana Lara.

 

 

 

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Una noche en la Once. Cap. 4

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Capítulo 4.

Roberto resultó ser muy, pero muy, pero muy simpático. Todos los pensamientos desoladores sobre la sanción, el acta, su abuela llegando a la casa vacía, la noche, la soledad, la sed y la espalda se desvanecieron en segundos gracias a la locuacidad del nuevo amigo, a su risa estridente que no hacía eco pero se desparramaba por los pasillos desiertos de la 11 como Pancha por su casa, a sus anécdotas. Porque Roberto parecía una fuente inagotable de relatos; sabía la historia de la escuela desde sus inicios, los secretos de miles de alumnos, de profesores, de maestros, de directivos. Historias picantes, escabrosas, guardadas por generaciones. Larry estaba fascinado, escuchando y escuchando.

 Una noche en la 11

Una noche en la 11

_ ¿Por qué estabas golpeando ese caño hace un rato? Me asustaste…

_ ¿El caño? Tengo que golpearlo sí o sí. Me hiciste acordar. Si paro determinado lapso de tiempo me pueden sancionar más y no estoy ni ahí…

 Larry lamentó haber preguntado. El chico se había parado como por un resorte, pálido y sombrío, y se había puesto a hacer clanc clanc otra vez con todas sus fuerzas. 

Tuvo que gritar para continuar la conversación: 

_ ¿El qué? ¿Qué sanción con el caño? Y además no me acuerdo de haber visto ese caño de día…

 Roberto contestó sin dejar de golpear. Era una historia corta y simple: Una tarde, cuando él estaba en 8vo, en la época en que existía 8vo, durante uno de los recreos había arrancado el caño de gas que estaba en la escalera. Y lindo lío. Había empezado a salir gas, obviamente, la escuela se había llenado de gritos de alarma, un olor espantoso que subía y se metía y se te metía, gente corriendo desesperada hacia el parque de enfrente,  tironeos de mangas, chicos que se caían y se golpeaban, miedo, miedo, uy, qué hice. Fue cuando tuvo el accidente de la cadera el gordito Pereyra, que quedó usando bastón de por vida. Él no había pensado que iba a salir gas. Y no era ningún tonto, tenía un 8 en Matemáticas y en Inglés estaba casi aprobado ese año. Pero bueno, hubo que evacuar la escuela y había intoxicados que fueron llevados al Hospital de Niños. Él también estuvo ahí unos días. Pero no se pudo hacer nada. Así que ahora le tocaba golpear el caño todo el tiempo hasta que el director avisara. 

 _ Es directora. Se llama Norma.

 _ No, ya sé, no ésa. El de verdad, el director. 

 Larry estaba en una edad en la que las preguntas estaban de más. Roberto usaba algunas palabras que no entendía, pero lo de romper un caño no le parecía nada escandaloso a un adolescente que esa misma tarde había arrancado un lavatorio de cuajo y roto una puerta a las patadas. 

 _ ¿Y por qué nunca vi el caño?

 Roberto sonrió misteriosamente.

 _ Aunque no lo veamos, el caño está. Tonto, lo embutieron en la pared después de que me mandé ese mocazo. Era un peligro.

 _ ¿Y no podés parar de hacer eso, que me estás haciendo gritar, me estás dejando sordo y me estoy aburriendo?

 Roberto meditó unos instantes. 

_ Bueno, pero por vos nada más. Te voy a presentar al Michi. Te va a hacer un tour, seguramente, porque le encantan los de tu 2do. Él fue el que te salvó el año pasado cuando se cayó el ventilador de techo derechito sobre tu cabeza…

 Larry lo miró asombrado. El año anterior, durante la hora de Geografía, el ventilador de techo se había desprendido y había caído sobre su mesa haciendo tal ruido que los profesores de los otros salones habían corrido para ver qué pasaba. La de Geografía había tenido una crisis nerviosa; hubo que llamar la ambulancia y eso había estado muy bueno, ver a la vieja toda blanca y con las medibachas al aire, pataleando en el suelo. Acordarse de eso y tentarse de risa fue una sola cosa. Estuvo ahí riéndose hasta que le dolió la cara.

 _ No puedo más, Roberto, pará de hacerme reír. No me salvó ningún Michi ese día, si el ventilador me pasó raspando, pero no me hice nada…

 Larry se detuvo en la mitad de la frase. Ya no tuvo ganas de reírse. Los clanc clanc habían cesado mientras él carcajeaba como un desenfrenado, al igual que Roberto y el caño. Pasó la mano por el borde de la escalera, de los dos lados. Nada, no había ni señales de agujero, de revoque, de caño, de Roberto. En eso estaba, meditabundo, cuando oyó un chistido que venía desde adentro de la pecera. Pero antes de que pudiera ni siquiera asustarse, apareció en la puerta (tijera en mano en lugar de picaporte, naturalmente), un chico altísimo, flaquísimo y blanquísimo que dijo sonriendo: “Hola, soy Michi, vos debés ser el amigo nuevo de Roberto. Él se tuvo que ir porque lo llamó el director, pero vení, dale, que yo soy buena compañía también. ¿Damos una vuelta por la escuela?”. 

 _ Y sí, dale, vamos…, murmuró Larry, mientras pensó: “no me queda otra”.

 

Continuará…

 Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector

 

Imagen: Adriana Lara.

 

 

 

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Una noche en la Once. Cap. 3

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Una noche en la 11

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Capítulo 3.

Al principio no pasó nada fuera de lo normal. Larry se aburría muy pronto y la mayoría de las puertas de la escuela habían quedado cerradas con llave. El llavero que las abría estaba colgado en dirección y se veía desde el agujerito de la cerradura por donde Larry había estado espiando, pero por más que trató de abrir la enorme puerta de madera ornamentada, vestigio de las mejores épocas de la 11, no pudo. No hubo patada que no resistiera. Así que, cansado de deambular por el pasillo y harto de la cocina, el chico se dirigió nuevamente a preceptoría y se repatingó en el sillón de caña que una de las preceptoras había donado para el lugar.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

El parque Saavedra lucía extraordinario a esa hora. Las hojas de los árboles se habían teñido de rojo y violeta, el pasto se había vuelto oscuro y uniforme y un cielo anaranjado caía pesadamente sobre las rejas que lo bordeaban, haciendo suaves las puntas de flecha de los bordes. Larry conocía sus mediodías y sus tardes; quedó extasiado ante la novedad del atardecer, ante la noche. Pasó mucho tiempo pensando en nada, sólo observando las tonalidades del parque. Cuando salió la luna, decidió que ya no había peligro de acercarse a la ventana y se asomó. Nadie podría verlo ahí, adentro de la escuela. La oscuridad era total.

Fue en ese momento cuando se le ocurrió que, si prendía una luz, alguien del exterior podría darse cuenta de que en la escuela había un intruso y llamar a la policía. Lindo sería que vinieran los patrulleros, que llamaran a su abuela, a la directora, a un juez, que le abrieran una causa por usurpador, ladrón o lo que fuera y ya tuviera un prontuario a los 15 años. Un prontuario… “Lindo prontuario tenés vos adentro de esta escuela“, le había dicho una maestra cuando estaba en sexto grado, y a él le había molestado mucho a pesar de no tener ni idea de lo que quería decir la palabra “prontuario”.  Decidió que no prendería ninguna luz por el momento, “a menos que fuera indispensable”. Y volvió a tirarse cuan largo era encima del silloncito.

Así estaba cuando oyó los primeros golpes. Primero pensó que venían desde afuera, del parque. Después pensó que era su imaginación, que lo molestaba. Pero cuando se hizo evidente que los golpes existían, que no eran imaginados y que venían desde adentro de la escuela… desde adentro, muy cerca de donde él estaba recostado en un silloncito en una habitación sin llave en la puerta…  Larry dio un salto y se escondió dentro del armario de preceptoría,”para pensar qué haría”. Un miedo desconocido, una sensación espantosa de angustia, ansiedad y soledad lo invadió por completo. Esta vez sí que había metido la pata. Los golpes eran repetidos y fuertes, como si alguien le pegara con un palo a un caño hueco… no recordaba haber visto caños cerca de la puerta de preceptoría. Juntó valor y decidió salir. No podía ser nada grave. No podía ser alguien adentro de la escuela. Quizá tuviera que ver con la canilla que él mismo había estado pateando… Ese pensamiento lo envalentonó, agarró un borrador fuertemente para defenderse “por si acaso” y salió del armario.

Espió el pasillo. Oscuridad pura. Los golpes resonaban sonoros junto a la escalera.

_¿Quién está ahí?_ preguntó. Y se asustó por cómo había sonado su propio tono de voz en la plenitud del silencio.

_ ¡Clanc, clanc, clanc!

_ ¿Hay alguien ahí?

 No pudo evitar un alarido tremendamente agudo al sentir el peso de una mano en su hombro. Aterrorizado hasta la médula se alejó lo más que pudo y blandiendo el borrador volvió a gritar:

_ ¿Quién sos? ¿Qué hacés acá?

Sus ojos se iban acostumbrando paulatinamente a la oscuridad. Vio primero una silueta, luego un poco más. Un chico común y corriente, vestido con un guardapolvo blanco un poco pasado de moda, estaba parado junto al borde de la escalera con un caño amarillo en la mano. Era con ese objeto que golpeaba otro caño, uno que evidentemente era de gas, que recorría la escalera junto al pasamanos. Larry no recordaba haber visto jamás ese caño de gas en la escuela, pero ése era un detalle sin importancia. Había un chico ahí adentro, con cara amigable, y ya no estaba solo.

_ Soy Roberto. Bienvenido a la noche de la 11.

 

Continuará…

 Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector

 

Imagen: Adriana Lara.

 

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Una noche en la Once. Cap. 2

#ProyectoPibeLector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer el Cap. 1 hacé click aquí.

Capítulo 2.

Fue tan, pero tan fácil, que le pareció mentira que no se le hubiera ocurrido antes. La escuela quedó absolutamente vacía en un santiamén; pudo escuchar desde su escondite el ruido que hizo el bolsillo de la portera al ser atacado por el llavero gigante, el trac trac trac de la llave girando en la cerradura y por fin, por primera vez, se quedó solo en la 11. Estaba seguro de que nadie se había dado cuenta de que él no había salido, de que él no estaba en la parada del colectivo, de que él no pasaba delante del kiosco de la esquina de su casa, de que él no había llegado a ninguna parte…

Una noche en la 11

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