Los sábados me cuestan. Es el día de la semana en que uno aprovecha para salir y, cuando estás soltero, muchas veces pasa que tus amigos tienen algún casamiento, cumpleaños, asado con compañeros del trabajo y es ahí cuando te das cuenta que estás realmente solo. Muchos sábados a la noche me quedo encerrado en mi casa pensando que son mucho más dolorosos que los domingos, porque si un sábado a las nueve de la noche no te estás preparando para salir, quiere decir que, probablemente, aquel día sólo te acompañará tu soledad, pero los domingos… los domingos están naturalmente destinados a la depresión (si hasta a Dios le pintó el bajón). Sin embargo, como la necesidad tiene cara de hereje y perfume de mujer, desarrollé una estrategia para estos días en los que intento apagar desesperadamente las brasas que hacen arder mi corazón. Un procedimiento tan sutil que ni al mismísimo Napoleón Bonaparte se le hubiese ocurrido imaginar: me compro un cuarto kilo de helado de tramontana y me miro una peli tirado como un cerdo en la cama.