Tijuana, tras la Guerra contra el Narco

uno

La leyenda de Tijuana nació en 1920, luego de que Estados Unidos promulgará la ley seca que prohibía la fabricación y venta de bebidas alcohólicas, que duró hasta 1932. Los símbolos de esta ciudad fronteriza con San Diego eran el Casino Caliente (construido por  Al Capone) y la Avenida Revolución, lugar de contrabando, juego, prostitución y un Edén etílico. En este lugar de la geografía mexicana la clase media se vanagloria de ser bilingüe, de contar con pasaporte gringo para cruzar las garitas internacionales, conocer Disneyland, consumir productos estadounidenses, entrar a comprar a tiendas de marca, trabajar en “el otro lado” o mandar a sus hijos a estudiar al otro lado de la frontera.

En enero de 2013 la Comisión Nacional de Derechos Humanos informó que en el sexenio del presidente Felipe Calderón la Guerra contra el Narco (2006-2012) había dejado 60 mil muertos y 25 mil desaparecidos; otros contemos no oficiales indican que la suma se eleva hasta 80 ó 100 mil  personas asesinadas en asuntos ligados con el ajuste de cuentas entre organizaciones de la delincuencia organizada.

dos

En Tijuana, después de Michoacán, el segundo lugar donde se emprendió el combate contra los cárteles, aquí, el de los hermanos Arellano Félix. En entrevista con Omar Millán (reportero del San Diego Union Tribune y la agencia Associated Press), quien acaba de publicar el libro “Viajes al este de la ciudad. Una crónica de la guerra contra el narco en Tijuana” (Editorial Trilce-Conaculta), señala que sólo en esta ciudad fronteriza hubo entre 2008 y 2011 alrededor de 2800 asesinatos, secuestros, levantones, cadáveres colgados en las calle, decapitados, balaceras en restaurantes, salones de baile, hospitales, zonas residenciales y hasta  frente a escuelas en horarios de clase.

Los recorridos que hacía por el este de la ciudad durante los años de la Guerra contra el Narco hicieron en mí lo que hace el viaje a un protagonista de una road movie. Tijuana ya no era lo que yo creía que era pues se había ya transformado en una zona muy violenta donde dos organizaciones se disputaban, como se dice en el argot, la plaza para controlar la venta de drogas”, dice vía telefónica Omar Millán.

El libro comenzó como un trabajo que le encargaron los editores del San Diego Union Tribune que consistía en buscar los nombres de las víctimas del narco en Tijuana, dónde y cómo habían sido ejecutadas para armar un mapa virtual que acompañaría una serie de reportajes que se llamarían Guerra en la Frontera, pero nunca fue publicado aunque lo terminó durante tres meses de investigación. No fue publicado porque la crisis de los medios de Estados Unidos generó el despido masivo de cientos de periodistas, entre ellos, el de la plantilla del San Diego.

Durante esos años de la guerra entre el cártel de los hermanos Arellano Félix con una célula que se había escindido de la organización para aliarse con el cártel de Sinaloa los habitantes no salían de noche; “prácticamente era un toque de queda” ordenado por los sicarios de Teodoro García Simental “El Teo”, jefe de Santiago Meza, apodado “El Pozolero”, quien confesó a las autoridades de deshacer en sosa caústica a cientos de personas en cinco lugares específicos, además de tirar los restos humanos de arroyos y drenajes entre 1996 y 2009.

tres

Ahora esta ciudad de maquiladoras poco a poco se transforma; deja atrás esos años en que las principales calles abandonaron la vida nocturna y se caminaba bajo su propio riesgo: restaurantes, bares y discotecas cerradas. La vida festiva volvió de la mano de los artistas que expulsaron el miedo al comando de pistoleros a bordo de camionetas que disparaban con sus AK-47 a los comercios abiertos; fue la comunidad artística la que comenzó a realizar presentaciones en las calles;  el grupo Ópera en Tijuana cantaba en los espacios públicos, otros recitaban poesía; las exposiciones de pintura en lugares cerrados volvieron a sacar a la gente de sus casas, que durante años se pertrechó en sus viviendas por el temor de ser secuestrado o baleado.

A pesar de todo, el problema continúa. La Procuraduría de Tijuana registró un descenso de homicidios dolosos en los dos últimos años de gobierno de Calderón; en 2011 registró 746 y en 2012, 364 aunque el 80% relacionados con el narco. Detalla Omar Millán que entonces la situación se volvió infernal porque entre los muertos habían menores de edad ya que las organizaciones criminales llegaron a los barrios marginales de la ciudad, donde no había servicios básicos, donde los jóvenes no estudiaban, para convertirlos en sicarios y distribuidores de droga. “Personas que no aspiraban a otra cosa que a ser repartidores de cocaína, crack, opio, metanfetaminas o pistoleros fueron reclutados por los cárteles; para muchos era la única forma de ser respetados en sus colonias”.

Dos días antes de que concluyera el gobierno de Calderón los peritos de la Subprocuraduría Especializada en Investigaciones de Delincuencia Organizada (SEIDO) de la Procuraduría General de la República localizaron una fosa clandestina con casi 2 mil fragmentos óseos y piezas dentales que pertenecían a 70 personas enterradas en un predio abandonado de un barrio marginal de Tijuana; fueron desenterrados en jornadas de ocho horas al día entre el 27 de noviembre y el 14 de diciembre de 2012.

En esta ciudad fronteriza de México con Estados Unidos los hermanos Arelllano Félix hicieron de su cártel la organización criminal más importante de los años 90 y uno de los focos de atención internacionales tras el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, y otras seis personas más, en el aeropuerto internacional de Guadalajara durante un enfrentamiento con sicarios el 24 de mayo de 1993.

El peor periodismo es el de sólo contar muertos de la narcoguerra: Javier Valdez


Los Zetas, el grupo paramilitar del narcotráfico mexicano, es producto del olvido a los pobres, los marginados, los niños que se mueren de diarrea en la sierra de Guerrero, dice Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967), autor de Levantones. Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco.

 

“Los Zetas somos nosotros, el olvido, el abandono del abandono, los desterrados de los desterrados, el vómito de la sociedad mexicana. Mientras haya estos niveles de marginación, hambre y la falta de oportunidades que alimentan el rencor y el resentimiento existirán las expresiones más violentas”.

 

El fundador y columnista del semanario Río Doce agrega que la tendencia natural de un gobierno preocupado por su gente sería eliminar a los malos, los más sanguinarios, controlarlos, desterrarlos y luego combatir a los demás poco a poco para que el Estado se eleve por encima de las organizaciones criminales como lo hizo Colombia. Sin embargo,añade, somos un país sin Estado, sin gobierno, sin ley.

 

“Siempre van a haber zetas mientras haya niños que se mueren de diarrea en la sierra de Guerrero, ante la falta de opciones y no haya alimentos ni lo más básico”.

 

El libro Levantones. Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco, asegura, no es uno más de la profusa bibliografía que hay en las mesas de novedades, porque en él aborda el conflicto y sus secuelas más allá de los datos fríos proporcionados por funcionarios; “hay que hablar de las personas, sus historias, de las dimensiones ocultas”.

 

“Esta es una guerra que dejó de pertenecer al ámbito policiaco, un asunto entre buenos y malos. Mueren ancianos, adultos, jóvenes y niños. El narcotráfico domina todos los ámbitos de la vida del país. Todos los días las páginas de los diarios y los noticieros se encargan de ponernos al tanto de las pugnas de las organizaciones criminales y detenciones de supuestos jefes y lugartenientes, pero esas son sólo cifras de una guerra que ha dejado más de 70 mil muertos en seis años, miles de desaparecidos y desplazados.

 

“Más allá de las estadísticas que proporcionan las dependencias de seguridad se encuentra el dolor de familiares de víctimas delevantones o desapariciones forzosas sin encontrar respuesta a preguntas como ¿dónde buscar?, ¿pedir o no ayuda a las autoridades? ¿Y si están coludidas?”

 

Para Valdez Cárdenas es un error hablar de violencia en términos de números de muertos, porque en Culiacán el tejido social se encuentra cercenado, roto por una batalla cruenta que no deja necesariamente muertos, “pero que vive bajo el dominio del miedo cuando en el semáforo se te empareja una camioneta de lujo, cuando te enteras que los narcos le quitaron el vehículo a tu hermano o cuando las mujeres jóvenes no pueden ir a divertirse a algunas zonas porque los narcojuniors las violan y las matan. Nadie dice nada. El monopolio de la violencia la tiene el cártel de Sinaloa. Son ellos los que matan a los ladrones, violadores o rateros”.

 

Pide poner énfasis en como los menores se acostumbran a vivir en medio de un clima violento, pone de ejemplo a un niño de Culiacán que presume entre sus amigos de la escuela un video tomado con su teléfono, donde varios sujetos golpean a un hombre hasta derribarlo y en el piso lo rematan de un balazo. Ellos son mis amigos, dice feliz a sus compañeros.

 

“Qué clase de personas van a ser cuando crezcan si su ADN está marcado por la destrucción, la guerra; cuando asumen la muerte violenta como algo natural, normal. Van a ser violentas, como personas que crecieron en una sociedad violenta… y van a ser hasta peor”.

 

Los periodistas en Sinaloa no sufren el mismo flagelo que sus colegas de Veracruz, Tamaulipas o Ciudad Juárez, pero tienen que cuidarse, “no importa que uses chaleco antibalas o lleves escolta. Cuando ellos te persiguen no hay nada que los detenga”, agrega el autor de Miss Narco, finalista en 2010 del premio Rodolfo Walsh, que se entrega a la mejor obra de no ficción publicada en español en la Semana Negra de Gijón. En 2011 el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) le dio el Premio Internacional a la Libertad de Expresión.

 

“Estoy loco por vivir en Culiacán y encima practicar el periodismo. No me considero una persona valiente ni un héroe, sino alguien que tiene dignidad. No me parece que ser reportero es ser suicida, todos corren peligro en el norte del país donde zetas y chapos se disputan las rutas del trasiego de drogas. Para cualquier persona es una locura vivir en Ciudad Juárez, Tamaulipas o Veracruz donde se puede quedar atrapada entre el fuego de narcos y/o militares”.

 

Y lo resume afirmando que todo está tan descompuesto que, como reportero, cualquiera puede matarte: un militar, un político o un pistolero.

 

“Estos son tiempos propicios para la canallada, como dice una de las canciones de Serrat. Es un monstruo apocalíptico que está galopando a todo lo que da, pero yo siento que el peor periodismo es el de contar muertos, y yo no cuento muertos cuento historias de personas. Es mejor publicar una parte de este infierno a no publicar nada”