El coleccionista de cámaras fotográficas

Boris Giuliano Arce Ferrari despliega una personalidad fuerte, severa, amable y distante ante sus clientes; cuando conversa de cámaras fotográficas, pintura, cine, literatura y vehículos antiguos emerge de su rostro una sonrisa luminosa enmarcada en su barba cerrada. Fue uno de los integrantes que participó en el equipo de restauradores del Ángel de la Independencia durante la administración de Andrés Manuel López Obrador (2000-2005) y que concluyó en el interinato de Alejandro Encinas (2006). “No soy un coleccionista, soy un humanista; me gusta el arte que hacen otras personas para hacernos la vida más sencilla”, responde como resorte cuando se le pregunta por su hobby. “Uno es lo que colecciona”, agrega unos segundos después de regresar a su estado de calma. De no ser porque tiene una de las tiendas de fotografía más importantes de la ciudad de México pasaría, como le gusta, inadvertido.

En el número 56 de la calle Donceles está Casa Arce, uno de las 16 comercios de fotografía que existen entre Eje Central y Brasil, que por cierto, y como dato curioso, convive con 16 librerías de textos usados. Leicas, Rollei, Hasselblad, Contax. Nikon, Pentax, Mamiya, Canon, triples, equipos de iluminación. Apenas entrar cualquiera puede sentir la plácida respiración de las viejas cámaras que registran inmóviles cada movimiento de curiosos, despistados, artistas y coleccionistas que las miran como si fueran hermosas mujeres semidesnudas cercanas y lejanas a la vez, detrás de una enorme capa de vidrio transparente que las protege del toqueteo. Signos del orgullo tecnológico que los expone a la reverencia de los conocedores y al desdén de los ignorantes. Coleccionar cámaras es coleccionar el mundo porque fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. La respiración de esas máquinas nos revela que desde 1840 todo lo que hay en el mundo es una fotografía en potencia; ahora diríamos que toda la experiencia humana es una imagen que si no se comparte en redes sociales no es fotografía.

Obturadores, lentes y exposímetros permanecen allí para refutar que nuestras vidas de simulacro no se dirigen a ningún lugar. Con isócrona majestad nos remarcan la apocalíptica idea de que tiempos pasados siempre fueron mejores. El mismo avance de la tecnología y su accesibilidad en la sociedad hace que cada vez más personas recurran a cámaras que ya no necesitan del antiguo rollo de película ni a los laboratorios de revelado ni, muchos menos, a las impresiones de imágenes pues ya casi todo se resuelve en los smartphones, computadoras personales y su exhibición en las redes sociales.

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¿Cómo le han llegado todos estos equipos? Dice que de “dos formas: por la mala vía (cuando los familiares de una persona que murió llegan y me dicen que venden o regalan algunas cosas. Cuando las he revisado me he dado cuenta de que hay cientos de fotografías, diapositivas y cámaras que formaron parte de la vida, los recuerdos y momentos agradables de alguien pero que no les interesa conservar a sus herederos) y la otra es por subastas internacionales”. Productor de cine. Arquitecto y coleccionador de vehículos antiguos que ve en las redes sociales “una pérdida de tiempo porque, de manera paradójica, no relacionan con nadie, quitan tiempo para pensar las cosas que en verdad importan”.

Boris Giuliano sonríe cuando recuerda que hace 20 años junto con sus hermanos abrió Casa Arce, pero allí no comenzó la búsqueda de las cámaras más extrañas, “desde hace muchos años antes ya las teníamos en la casa; gran parte de ellas las usamos en nuestros viajes por el extranjero”. Para mí “la fotografía es mi hobby”, agrega uno de los dueños de un local comercial que cuenta entre sus vitrinas con el equipo que usó Guillermo Kahlo o la primera cámara que se instaló en aviones del Ejército o una que capta imágenes de 360 grados y que sólo hay cinco en el mundo: la famosa y extraña Globus Cope. Este lugar exhibe en sus vitrinas decenas de equipos fabricados en los tiempos cuando la fotografía se hacía sobre películas de emulsión de plata; los objetivos eran tallados a mano con los mejores técnicos en optometría y las imágenes no se distribuían en las redes sociales. No se trata de un museo o galería, aunque lo pareciera, si no un lugar que resiste en la calle Donceles al avance de los aparatos digitales y el cambio de giros comerciales ante el interés masivo de chinos por vender en la zona.

Tijuana, tras la Guerra contra el Narco

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La leyenda de Tijuana nació en 1920, luego de que Estados Unidos promulgará la ley seca que prohibía la fabricación y venta de bebidas alcohólicas, que duró hasta 1932. Los símbolos de esta ciudad fronteriza con San Diego eran el Casino Caliente (construido por  Al Capone) y la Avenida Revolución, lugar de contrabando, juego, prostitución y un Edén etílico. En este lugar de la geografía mexicana la clase media se vanagloria de ser bilingüe, de contar con pasaporte gringo para cruzar las garitas internacionales, conocer Disneyland, consumir productos estadounidenses, entrar a comprar a tiendas de marca, trabajar en “el otro lado” o mandar a sus hijos a estudiar al otro lado de la frontera.

En enero de 2013 la Comisión Nacional de Derechos Humanos informó que en el sexenio del presidente Felipe Calderón la Guerra contra el Narco (2006-2012) había dejado 60 mil muertos y 25 mil desaparecidos; otros contemos no oficiales indican que la suma se eleva hasta 80 ó 100 mil  personas asesinadas en asuntos ligados con el ajuste de cuentas entre organizaciones de la delincuencia organizada.

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En Tijuana, después de Michoacán, el segundo lugar donde se emprendió el combate contra los cárteles, aquí, el de los hermanos Arellano Félix. En entrevista con Omar Millán (reportero del San Diego Union Tribune y la agencia Associated Press), quien acaba de publicar el libro “Viajes al este de la ciudad. Una crónica de la guerra contra el narco en Tijuana” (Editorial Trilce-Conaculta), señala que sólo en esta ciudad fronteriza hubo entre 2008 y 2011 alrededor de 2800 asesinatos, secuestros, levantones, cadáveres colgados en las calle, decapitados, balaceras en restaurantes, salones de baile, hospitales, zonas residenciales y hasta  frente a escuelas en horarios de clase.

Los recorridos que hacía por el este de la ciudad durante los años de la Guerra contra el Narco hicieron en mí lo que hace el viaje a un protagonista de una road movie. Tijuana ya no era lo que yo creía que era pues se había ya transformado en una zona muy violenta donde dos organizaciones se disputaban, como se dice en el argot, la plaza para controlar la venta de drogas”, dice vía telefónica Omar Millán.

El libro comenzó como un trabajo que le encargaron los editores del San Diego Union Tribune que consistía en buscar los nombres de las víctimas del narco en Tijuana, dónde y cómo habían sido ejecutadas para armar un mapa virtual que acompañaría una serie de reportajes que se llamarían Guerra en la Frontera, pero nunca fue publicado aunque lo terminó durante tres meses de investigación. No fue publicado porque la crisis de los medios de Estados Unidos generó el despido masivo de cientos de periodistas, entre ellos, el de la plantilla del San Diego.

Durante esos años de la guerra entre el cártel de los hermanos Arellano Félix con una célula que se había escindido de la organización para aliarse con el cártel de Sinaloa los habitantes no salían de noche; “prácticamente era un toque de queda” ordenado por los sicarios de Teodoro García Simental “El Teo”, jefe de Santiago Meza, apodado “El Pozolero”, quien confesó a las autoridades de deshacer en sosa caústica a cientos de personas en cinco lugares específicos, además de tirar los restos humanos de arroyos y drenajes entre 1996 y 2009.

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Ahora esta ciudad de maquiladoras poco a poco se transforma; deja atrás esos años en que las principales calles abandonaron la vida nocturna y se caminaba bajo su propio riesgo: restaurantes, bares y discotecas cerradas. La vida festiva volvió de la mano de los artistas que expulsaron el miedo al comando de pistoleros a bordo de camionetas que disparaban con sus AK-47 a los comercios abiertos; fue la comunidad artística la que comenzó a realizar presentaciones en las calles;  el grupo Ópera en Tijuana cantaba en los espacios públicos, otros recitaban poesía; las exposiciones de pintura en lugares cerrados volvieron a sacar a la gente de sus casas, que durante años se pertrechó en sus viviendas por el temor de ser secuestrado o baleado.

A pesar de todo, el problema continúa. La Procuraduría de Tijuana registró un descenso de homicidios dolosos en los dos últimos años de gobierno de Calderón; en 2011 registró 746 y en 2012, 364 aunque el 80% relacionados con el narco. Detalla Omar Millán que entonces la situación se volvió infernal porque entre los muertos habían menores de edad ya que las organizaciones criminales llegaron a los barrios marginales de la ciudad, donde no había servicios básicos, donde los jóvenes no estudiaban, para convertirlos en sicarios y distribuidores de droga. “Personas que no aspiraban a otra cosa que a ser repartidores de cocaína, crack, opio, metanfetaminas o pistoleros fueron reclutados por los cárteles; para muchos era la única forma de ser respetados en sus colonias”.

Dos días antes de que concluyera el gobierno de Calderón los peritos de la Subprocuraduría Especializada en Investigaciones de Delincuencia Organizada (SEIDO) de la Procuraduría General de la República localizaron una fosa clandestina con casi 2 mil fragmentos óseos y piezas dentales que pertenecían a 70 personas enterradas en un predio abandonado de un barrio marginal de Tijuana; fueron desenterrados en jornadas de ocho horas al día entre el 27 de noviembre y el 14 de diciembre de 2012.

En esta ciudad fronteriza de México con Estados Unidos los hermanos Arelllano Félix hicieron de su cártel la organización criminal más importante de los años 90 y uno de los focos de atención internacionales tras el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, y otras seis personas más, en el aeropuerto internacional de Guadalajara durante un enfrentamiento con sicarios el 24 de mayo de 1993.

“Aquí todo cuesta, no se regala nada”

@urbanitas

 

 

1:22 A.M.  El Chocho, el jefe de meseros se daba unos jalones de coca en un pequeño cuarto instalado atrás de la gigante barra de un table dance perdido entre casas art decó de la colonia Roma, en la ciudad de México; ese lugar era la bodega de los envases de cerveza vacías; todo el tiempo entraba y salía gente cargando cajas. Era el sitio donde los empleados “de confianza” iban a darse unos pericazos para aguantar el ritmo de la noche que se desplazaba a ritmo de estrobos. Mientras tanto, Juan, el tipo al que le apodaban La Voz  presentaba a las bailarinas con nombres glamurosos, como si se tratara de artistas extranjeras de Hollywood o Broadway. Los meseros se desplazaban por todo el salón como hormigas histéricas para atender a los clientes que abarrotaban el lugar como todos los viernes por la noche.

“¡Ándenle cabrones!, chínguenle, ¡váyanse a robar, robar, robar, que no están aquí porque estén bonitos y buenotes!”, gritaba en medio del reggaetón a todo volumen el jefe de capitanes a sus meseros. Los espejos rebotan la imagen de mujeres desnudas sentadas sobre sujetos panzones. Las mesas más caras de este lugar son los que se encuentran a los lados y enfrente de la pista donde una a una salen ellas a desnudarse ante la voraz mirada de los asistentes que no parpadean en el momento en que la tanga cae rendida a un lado de unas zapatillas de altos tacones, un tubo de metal y las manos de algunos atrevidos que quieren alcanzar su presa. A la mesa de El Comandante siempre llegaba la mejor coca, el mejor whisky. Nunca pagaba la cuenta porque era cortesía de la casa, pero la propina era generosa, por eso su mesero se esmeraba en atenderlo. “Quién crees que trajo este taquito que andas probando?”, presumía a sus compañeros. “Sí, de ese cabrón. No sé de dónde saca siempre diferentes y bien buenas”. Y siempre lo atendía el mismo mesero: El Chocho. Nadie sabía o nadie quería saber cuál era el nombre real de El Comandante, porque “hay cosas que es mejor desconocerlas”, decían los trabajadores que lo atendían.

Dos minutos después se apagó la luz de todo el lugar. Se iluminó en forma circular el tubo de la pista. Tras pausa de unos segundos La Voz anunció a la belleza principal de la noche: “ahora viene con nosotros…..¡¡Star…la diosa… la sensualidad de Cleopatra, la encarnación de Marilyn!!”, casi al mismo tiempo entraba al salón disparado El Chocho que se había encerrado en el pequeño cuarto a meterse otras rayas de cocaína para el momento especial.  El Comandante dio otro trago de su old fashion con hielos y decía salud a sus compañeros de mesa. Star sale parsimoniosa, sus enormes ojos negros consumen toda la energía concentrada en ese lugar y en ese momento y sus caderas rompen la oscuridad con su movimiento. Luz tenue, estrobos, espejos y videocámaras por todas partes. Miradas lascivas, esquivas, toqueteos bajo la mesa. Cuerpos semidesnudos bailando sin gracia en rincones iluminados por miradas que no se perdían ni un detalle de lo que veían. Promesas de amor baratas. Confesiones. Billetes sujetados por tangas. Música electrónica pop rebotando por todos los rincones del lugar. El Chocho, desde la barra comenzó a buscar a una persona entre todas las mesas con la dificultad que imponía la oscuridad. De pronto una voz se encima con la “Tonight, Tonight“, la pista de The Smashing Pumpkins:  “Déjala cabrón, es mi novia”, le gritó El Chocho a uno de los clientes mientras jalaba a la bailarina muy fuerte de uno de sus brazos para llevársela. En ese momento todos voltearon hacia la tercera mesa de la segunda hilera, frente al escenario, para observar cómo se enfrentaban los clientes con el mesero. La chica gritaba “déjame en paz idiota”. Uno de los escoltas de El Comandante amagó con sacar un arma para defender a una mujer en topples. Uno de los capitanes se acercó rápido para intentar detener la situación, pero fue rebotado por un puñetazo anónimo. Mientras esto sucedía Star seguía concentrada en su baile, como si no existiera nada más en esta galaxia que observar la superficie de su piel y su larga cabellera. A unos metros aporreaban al mesero en el piso hasta dejarlo inmóvil. “Bueno ya cabrones”, dijo otro de los capitanes del rable dance, “que siga el show”.

Pobre cabrón, para que se enamora de esa chica, le dijo uno de los clientes a una señora que vendía cigarros sueltos a la entrada del establecimiento, mientras atendían a su lado al mesero. “Esto es el mundo de la sinceridad, aquí no hay mentira, no tienes que engañar a una mujer para irte con ella, sólo tienes que pagar”, le contestó, “aquí lo único que te hace hombre es el dinero que llevas en la bolsa”. Unos rieron, otros se quedaron en silencio. A otros ni siquiera les importo el comentario de la tipa de 50 años con el cabello pintado de rubio que llevaba puesto un vestido rojo. Y es que aquí, en este lugar, no importa nada más que el alcohol, las drogas y las mujeres semidesnudas sentadas en las piernas de desconocidos que salen a la calle en busca de caricias anónimas. Rostros dotados con la facultad de borrarse de la mente de quienes los ven al terminar una canción. “¿O tiene otra opinión usted de esta realidad?”.

“Cantinflas” salió a trabajar hoy al crucero

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No sé cómo sea en las principales calles de Argentina, pero en la ciudad de México hay un personaje televisivo llamado “Cantinflas” que a pesar de pertenecer al mundo del siglo pasado aún sus imitadores salen a las vialidades vestidos como el folclorico actor de barrio y además de extender la leyenda de Mario Moreno se ganan unas monedas. La ciudad de México es un caos viral, pero de pronto uno se puede encontrar con personajes que   sacan a uno del ensimismamiento y nos sacan una sonrisa. Esto me pasó:

 

Salió sin desayunar esta mañana, pero ya se encuentra trabajando en algún crucero de la Ciudad de México. Justo en el momento en que la luz roja del semáforo se pone él se acerca despacio, como bailando, frente a los automovilistas que lo miran detrás de los parabrisas como un clon de Cantinflas, ese personaje de arrabal de Mario Moreno, quien dijo haber nacido un 12 de agosto de 1911 en una familia pobre de seis hermanos, hijos de un empleado de Correos, José Pedro Moreno, y de Soledad Reyes. Aprendiz de torero, buen jugador de billar, boxeador amateur y creador del cantinflismo: el arte de hablar y hablar sin decir nada.

 

-¿Mi nombre?-, pregunta -¿Para qué? eso no importa: soy el personaje de Cantinflas. Sale de su casa todas las mañanas disfrazado del antihéroe de vecindad que se convirtió en una estrella del espectáculo mexicano desde los años 30 del siglo pasado; luego pasó a la televisión, las historietas cómicas, caricaturas y después de 60 años sus películas continúan en la programación de las señales abierta y de paga.

 

-Vivo por Lomas de Plateros, chato, a’i está el detalle-, responde cuando se le pregunta en qué zona de la metrópoli vive y se lanza de nuevo contra los automovilistas que han detenido la marcha unos minutos en lo que vuelve a ponerse la luz verde. Su camisa blanca de mangas largas ajustada resalta el tamaño de su lonja y sus pantalones arrugados no le caen sobre la cintura, sino a la altura de las caderas. Sus bigotes parecen dos fragmentos de cejas que se mueven con pausada gracia en medio de un ambiente de esquizofrenia sónica.

 

Cantinflas es la parodia de la clase baja, de los léperos, de los antihéroes del arrabal, las vecindades y el barrio de las colonias populares de la primera mitad del siglo XX chilango. Algunos aseguran que el nombre que usó Mario Moreno para su personaje salió del ambiente donde los hombres se emborrachaban como si no hubiera mañana; de ahí el “¡Cuánto inflas!”, algo así como c´ant´inflas. Con el tiempo, se ha vuelto una mofa, un escupitajo programado desde hace al menos 50 años cada semana en la televisión, un virus correctivo para los que buscan desapegarse del estereotipo del individuo carente de inteligencia.

 

“Llevo apenas una hora en este lugar, la gente me da dinero por hacerla reír”, añade, aunque en esta ocasión ya no dice el clásico “…chato”, ni semicierra los ojos como hacía Mario Moreno cuando escudriñaba la mirada de las personas.

 

¿Y cómo lo observa la gente? “Siento que no me ven; llevan tanta prisa siempre que me siento alguien invisible junto a ellos. Corren. Corren. Corren. No miran nada, por eso muchas veces me tengo que cruzar en su camino para sacarlos de su rutina. Han sido pocas veces las que me han parado en la calle para preguntarme por mi personaje”. Apenas dice esto y se acomoda ese pedazo de trapo sobre el cuello al que llama “gabardina, no es un trapo”.

 

“Es bueno reír, chato. Es bueno para el alma acorralada en esta gran ciudad”, concluye. Se despide, da la vuelta, recoge su botella de agua colocada bajo un árbol y camina en contrasentido. Algo en su caminar se parece al de Chaplin. Éste no es el defensor de los pobres que pintó Diego Rivera en un mural del Teatro Insurgentes en 1953, pero es un defensor de la libertad del individuo a ser el personaje que elija y llevado al extremo. Es un Cantinflas que se desplaza por el Distrito Federal como el eco de un ser creado para hacer divertir a los demás. Mario Moreno murió el 20 de abril de 1993, pero su avatar sigue vivo, quizá porque mientras exista el antihéroe de arrabal que levanta la voz contra las injusticias existirá.

 

 

Tan lejos del Mainstream, tan cerca de la Muerte

La Niña Preciosa observa inmutable la procesión de fieles que le llevan flores, cigarros, dinero, oraciones y su bendición. “Dios hace milagros, pero la Santa Muerte te hace el paro”, es el mantra que recorre la colonia Morelos, donde la Santa Muerte tiene su altar sobre la calle Alfarería. Es el culto de los que han perdido la fe en las instituciones, pero no es algo nuevo, ya desde los prehispánicos formó parte del ADN de su cosmovisión.

 

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Doña Queta (Fotos: Filemón Alonso-Miranda

Doña Queta es la Sacerdotisa que atiende el altar instalado en su casa; ella es la que hizo que la imagen de la Santa Muerte dejara los rincones de las casas y viera la luz en las calles tan urgidas de su amparo y protección. La carismática sacerdotisa de la Niña Preciosa tiene 57 nietos. Este es un culto casero e íntimo que nació en Tepito, aunque en muchas partes de la República. La muerte era vista como un tránsito, un paraíso. El origen de esta devoción es más misterioso que antropológico, pues si al final de la vida todos la hemos de conocer, qué de malo tiene hacerla presente, si desde siempre la vida y la muerte han sido buenas comadres, dicen en el barrio. Es por ello que la imagen de la Niña Blanca es atractiva para quienes la consideran su madrina protectora, y es repulsiva para quienes padecen bruma mental y nebulosas en el alma.

 

Todos los días, las 24 horas, se acercan en busca de protección rostros morenos de ojos violentos hacen fila para pasar al altar donde se encuentra La Flaquita. Uno a uno niños, jóvenes y viejos llegan a la vitrina donde la imagen Ella los observa con distante amor y candorosa lejanía. Los devotos a veces pronuncian algunos deseos en voz alta, pero la mayoría lo dice mentalmente, pero una adolescente se detiene frente a ella y de su mochila saca unas tijeras con las que comienza a cortarse un largo mechón de su cabello. Entre las prisas y veladoras guarda su mechón, da la media vuelta y se pierde entre los otros devotos de este infierno urbano que necesita de una divinidad que les dé el salvoconducto para seguir retando los riesgos que conlleva la vida en esta plancha de asfalto.

 

Santa Muerte

 

La Santa abre las celebraciones del Día de los Santos Difuntos el 31 de octubre por la noche. Ella es la que inaugura las fiestas donde los espíritus conviven con los vivos por que, comentan sus fieles, ella es “pura y no prejuicia, lo mismo se lleva a un niño que a un anciano, a un pobre que a un rico”. El primer rosario comienza a las cinco de la tarde, el segundo, a las 12 de la noche. Y es que el culto ha sido adoptado por la “barriada” luego de perder la confianza y la fe en la Iglesia Católica, pero no busca rivalizar con el mainstream religioso.

 

El Padre Nuestro es el mantra que cubre de paz a todas las personas que se han congregado frente a la capilla, una especie de Meca a la que todo el año y a todas horas llegan los fieles a depositar flores, encender veladoras y implorar protección, bendiciones, trabajo, salud y dinero. Durante las oraciones algunos acarician el ropaje de lujo que Ella luce este día, “ella que representa y conceptualiza lo único que tenemos seguro en esta vida: la Muerte”.

 

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Doña Queta es de las personas más respetadas en el barrio; desde hace 11 años organiza la misa anual en la calle Alfarería, en la que al terminar los cientos de fieles que cargan imágenes de todo tipo le cantan una porra a la Nina Santa, porque es también una fiesta, una ceremonia que se desplaza al margen de los canones, porque corre en la sangre de sus fieles que retan a la vida porque saben que la huesuda los protege.

 

 

Museo del Juguete: el Disco Duro infantil de la ciudad

                                               Se encuentra en Doctor Olvera 15, colonia Doctores  (Fotos: Filemón Alonso-Miranda)

 

Sí, entre las cosas que uno puede encontrar en la ciudad de México es una vieja casona de más de 70 años de antigüedad enclavada en una colonia popular convertida en la galería de los hallazgos de Roberto Shimizu, hijo de emigrantes japoneses que llegaron al país en los años 30 procedentes de Tokio. Dice que el Museo del Juguete Antiguo de México (MUJAM), enclavado en un inmueble de la calle Doctor Olvera, en el famoso barrio de La Doctores, es un “disco duro donde se almacena y exhibe una parte de la memoria de la ciudad de México que fue y que tiene que ver con los infancia y los juguetes artesanales que alegraron esos años a los pequeños desde hace al menos 50 años”. Ahora ya sólo hay aparatos electrónicos y pantallas que encierran más aún en una burbuja a los individuos; los códigos han cambiado en la era de la tecnología. Entre las piezas más viejas que exhibe se encuentran unos muñecos de porcelana japoneses del 1850 y una colección de extraños juguetes franceses de 1890 donde uno de los gallos tiene plumas reales.

 

El arquitecto Roberto Shimizu convirtió su casa en galería para mostrar al público las miles
  de piezas que ha coleccionado a lo largo de su vida; unas las ha rescatado de la basura 

 

¿Qué son los juguetes para nosotros? Para unos son los recuerdos grato de la infancia; para otros, mercancía, pero para algunos son la capa arqueológica de la ciudad de México que ya fue, recuerdos físicos que describen, por metonimia, cómo era la urbe aspiracionista de los años 40 del siglo pasado a los 90. La capital mexicana sufrió una transformación después de la Segunda Guerra Mundial cuando fue invadida por millones de personas de provincia que buscaron aquí su Sueño Mexicano sin cruzar la frontera de Estados Unidos. En esa oleada ocupación se encuentra una parte de lo que fuimos: la niñez, donde los tipos de juguetes que nos regalaron marcaron nuestra identidad. Existen los trompos de madera, canicas, papalotes, carros de bomberos, aviones, trenes, casas de muñecas, máscaras de luchadores, trompetas, yoyos, luchadores de plástico, matracas y una larga lista de objetos que fueron relegados con la llegada de la era digital. En el lugar se exhiben alrededor de 35 mil piezas de diferentes épocas, pero dice Roberto Shimizu que su colección particular es de más de 1 millón de objetos. Sin duda, éste es uno de los lugares a conocer en la ciudad de México; hay que tomarse al menos dos horas para ver a detalles cada una de las piezas que nos van a llevar, como un túnel del tiempo, a esos momentos que ahora están olvidados, pero que abrirán, como señala su coleccionista, como una llave esa parte de nuestra mente de nuestros primeros años.

Entre los planes que tiene ahora el museo están la de expandirse a más salas donde, entre otras cosas, mostrará una amplía colección de películas de luchadores, con cartas y máscaras de los famosos gladiadores del pancracio como son Santo y Blue Demon. También alista un programa de residencias para artistas urbanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por la reinvención de la ciudad: menos autos, más parques lineales

                                                                                                                 (Infografías: Taller 13)

La ciudad de México es un caos urbano, las zonas verdes se pierden cada día por la expansión de la mancha urbana y a las autoridades del Distrito Federal no les importa la preservación de las áreas ecológicas, al contrario, las entregan a asociaciones para construir viviendas de interés social.  La capital mexicana genera 18% del Producto Interno Bruto del país, ocupa el segundo lugar en el índice de población con 8 millones 851 mil 80 habitantes (Censo 2010) y no logra crear los más de 200 mil empleos anuales que necesita para satisfacer la demanda del mercado de trabajo y la infraestructura urbana es superada por la demanda de servicios.

 De manera afortunada, en la metrópoli las iniciativas ciudadanas han salido a defender la cosmópolis que fundó el sacerdote Tenoch en 1325 y lo que proponen es un cambio de mentalidad en la vida urbana, una ingeniería más acorde con los nuevos tiempos, en beneficio de los habitantes de una de las zonas más pobladas del mundo.

“Tenemos que hacer que la ciudad se ocupe menos de los vehículos, ¿qué tenemos que hacer para ser más felices? Dejar el coche. Un capitalino promedio se la pasa cinco años de su vida metido en su automóvil; dos horas y media diarias. Es ridículo que por un lado estemos esparciendo la ciudad, y por otro haciéndola más dependiente del auto”, dice en entrevista  el arquitecto Elías Cattan (@eliascattan), que impulsa la transformación del Río la Piedad (cubierto desde 1952) con la finalidad de reproducir corredores biológicos, sustentables, con paisajes urbanos que ayuden a cambiar el aire de la ciudad y que no privilegien el uso de los automóviles.

 El Distrito Federal es por genética una zona lacustre, los aztecas elevaron la Tenochtitlán sobre chinampas, pero ahora 12 de los 13 ríos más importantes los han transformado en canales de aguas negras.  En su despacho Taller 13 Arquitectura Regenerativa, este profesor de la Universidad Iberoamericana dirige un movimiento nacional para concientizar sobre la importancia que los ríos tienen para los ecosistemas y la supervivencia de los habitantes. Con su proyecto Regeneración del Río la Piedad obtuvo una mención honorífica en la Fundación Holcim, uno de los premios más importantes de construcción sustentable. Sin embargo, considera que el cambio del paisaje urbano tiene que surgir de la sociedad civil organizada y no del gobierno del Distrito Federal, quien se encuentra atrapado en las “deudas políticas, económicas y acuerdos” que sostiene con empresas.

 La ciudad tiene una artería vial muy importante que se llama el Viaducto,  que pasa sobre el río La Piedad y lo que propone Cattan es desentubarlo a lo largo de 13 kilómetros de asfalto para convertirlo en un parque lineal. ¿Locura?  “El proyecto cuesta mil millones de dólares, la mitad de lo que se va a invertir en la Autopista Urbana. Me resulta ridículo que el Gobierno del Distrito Federal diga que es costoso, pero que defiendan la Supervía que es de inversión privada. La regeneración del río la Piedad también puede ser de inversión privada, incluyendo el Metrobús que pasaría junto a este parque lineal”, añade desde una de las grandes mesas de su estudio ubicado sobre Amsterdan, en la colonia Condesa.

 Puntualiza: “Hay que decirle al gobierno que ya no queremos más puentes viales ni segundos pisos; Guadalajara logró cancelar una autopista urbana y en el mundo ya las están empezando a quitar. Hay que decirle a las autoridades que es mejor la recuperación del espacio público y la implementación de sistemas de transporte alternativos. Yo quiero una ciudad que tenga corredores biológicos y que podría resumir en lo que dice un amigo: más verde, más azul y más bicis”.  

De lo que se trata es crear un circuito de agua con parques lineales de 13 kilómetros que hagan atractivo al Viaducto y que genere, a su vez, un microclima templado en cinco delegaciones del poniente y oriente por los que pasa este causal de aguas negras. Y no sólo eso, es un plan piloto que ayudaría a resucitar a los ríos Consulado y Churubusco que también tienen un causal moderado por lo que no representa riesgo el que corran a cielo abierto “y para ello habría que evitar que las descargas domiciliarias sigan contaminándolos. Pero Cattan insiste, el cambio no debe llegar del gobierno, urge que la sociedad se organice para que los cambios se den.

El último restaurador de arte sacro

Hay cosas que ya nadie observa. Modos de vida que durante generaciones se han transmitido de padres a hijos.

Unas de las víctimas colaterales de la tecnología “aplicada” a la religión son los restauradores de arte sacro, desplazados por los “rosarios electrónicos”, pantallas que proyectan imágenes de Jesús en el Calvario y otras creaciones electrónicas que introducen en los rituales un carácter efímero, plástico, desechable. Aunque se trata de artesanos en vías de extinción hay todavía algunos que buscan imponerse a lo inevitable. Uno de ellos es Mario Antonio Hernández Escamilla, un escultor con 57 años de experiencia que tiene su taller sobre avenida Chapultepec, en la colonia Juárez. Un lugar casi olvidado, como su oficio.

Su rostro serio y cansado magnifican el desprecio que siente hacia las instituciones que, reclama, nunca lo quisieron incluir: “Mi familia tiene una historia de 203 años de trabajar para la Iglesia católica, sin embargo, ahora ya no le interesa mandar a hacer esculturas o restaurarlas; ya no les interesa en absoluto”, añade en un tono pausado, agotado, mientras sus ojos se desplazan por el taller que heredó de su padre cuando era pequeño y que todos los días abre en espera de que le caigan clientes “que cada vez son menos, a veces ya no viene nadie”.

Entre capas de polvo, las imágenes de vírgenes y cristos que aún no pierden la esperanza de que les llegue su turno de reparación, son testigos de la paciencia aletargada de Hernández Escamilla que no deja de mirar hacia la calle donde ciclistas, peatones y microbuseros rompen el silencio del interior del taller. Una larga mesa contiene niños Dios, crucifijos, deidades cristianas mutiladas por los golpes o el paso del tiempo.

Fuma un cigarro, dos. En la radio se escucha la voz de un conductor de música de los años 40. El canto de los Tres Ases, Libertad Lamarque y Pedro Vargas se escabulle por las decenas de piezas apiladas sobre mesas, el piso, anaqueles. Parece que ya no cabe otra más. En sus manos, el restaurador conserva las huellas de las heridas que se ha hecho durante su trabajo. Las marcas de una pintura aferrada a la piel. Enciende otro cigarro y comenta: “Mi padre estudió en la Academia de San Carlos. Yo no asistí a una escuela oficial porque él me enseñó todo: anatomía, dibujo, diseño, escultura, talla, etcétera”.

Con él se acaban 12 generaciones de restauradores de arte sacro.

Su tatarabuelo, Margarito Hernández comenzó con el oficio y se fue heredando de padre a hijo desde hace dos siglos, sólo que esta vez ya no habrá aprendices. El taller que tiene 73 años en el mismo lugar cerrará algún día de forma definitiva en el abandono, sólo quedará el recuerdo de una dinastía de artesanos “dedicados a servirle a Dios”. ¿No ha buscado a alguien que continúe con la tradición de su familia? En primera no tengo tiempo; debo trabajar todos los días para vivir. En segundo, ya no me interesa. En cierta forma es mi venganza. Si la gente no me ha tomado en cuenta, ¿porqué debo yo tomarla en cuenta? Quizá sea egoísta, pero no le veo sentido. Mi mayor ilusión fue enseñarle a alguien, pero si esto ya no sucede, pues que muera todo entonces.

Nostradamus bolea zapatos en la ciudad de México

¿Se imaginan a Nostradamus en los barrios más cutres de la ciudad de México boleando los zapatos de los transeúntes? Yo tampoco, hasta que una voz salió del rincón de un muro art decó que decía: “Te boleo los zapatos por 15 pesos y te leo la suerte gratis”, dice en tono alto una voz barrial que se expande por la calle ruidosa. Un hombre delgado con ojos claros como de tigre se clavan en las páginas de un rotativo de nota roja mientras la gente pasa a su lado y lo escucha sin detenerse. Su caja de boleo está adornada con unos pequeños retratos enmicados de personas que aparecen con manchas de colores fluorecentes alrededor de sus rostros para darles un ambiente parapsicológico, como esos donde se ejemplifica el aspecto del aura.

“Treinta mujeres en el comedor de Kímica Nohóltl me preguntaron que cómo quería llamarme y les respondí que Lustradamus, porque le lustro el calzado y te leo el futuro”, agrega en tono sonriente mientras acomoda a su clienta con botas de punk. Levanta el pantalón para no ensuciarlo y comienza a limpiarlos del polvo con un cepillo. Su nombre “cósmico” hace evidente referencia a Michel de Nôtre-Dame, conocido como Nostradamus, famoso astrólogo provenzal que vivió entre 1503 y 1566 y que es citado hasta ahora por su obra “Las verdaderas centurias astrológicas y profecías” publicada en 1555.

Una pregunta del tamaño de la inabarcable NeoTenochtitlan sería ¿Lustradamus es el único bolero de la ciudad que lee el aura, pasado, presente y futuro de sus clientes? ¿Todo por el mismo boleto?

Cuatro días antes de la elección del Papa pronosticó que el pontífice sería “trigueño y de mente traviesa” (según un texto que reparte a cada uno de los que llega con él a darse bola) así como que en la ciudad de México habrá un fuerte sismo oscilatorio de 7.7 grados que dejará muchos daños este año y la erupción del Popocatépetl. “A mí me dicen el azote de los adivinos; he enfrentado al Brujo Mayor que en todas sus predicciones se equivoca; yo ya me salgo de mi cuerpo para reunirme con Seres Superiores”, presume Lustradamus a la vez que no deja de atender el calzado alto de su clienta a la que ahora le pregunta:

-¿Quieres que te diga de qué color es tu aura?

-Sí

Luego de cerrar los ojos alrededor de 10 segundos y sin abrirlos describe: “Es amarilla y roja, lo que manifiesta que eres una mujer muy sensible, te entregas a los demás, te gusta ayudarlos y tienes muchas reencarnaciones en esta vida. Tienes a una mujer que ye ha ayudado a salir de los problemas más fuertes”.

-¿Una mujer?, ¿Quién? -dice ella con sorpresa.

-Sí, ella”, explica y señala hacia hacia su izquierda, a una parte donde sólo se ve una cortina oxidada de un comercio. La chica voltea, pero no ve nada. Son los personajes de la metrópoli. “Desde los cinco años tengo esta capacidad para ver los seres del mundo metafísico. Toda mi vida me la ha pasado boleando en diferentes partes de la ciudad. Si quieren verte busquen en Youtube donde tengo 10 videos. Sólo les quiero decir que el planeta se inclinará más. Vendrán más sequías, aguaceros, tsunamis, etcétera.

Ah, vean sólo las virtudes de sus seres queridos”.

En el poliedro de la vida cotidiana unos buscan encarar el presente con la ayuda de brujos, hechiceros, chamanes, tarotistas, sacerdotes y demás integrantes de la vida mágica. Unos llegan a esa esfera sin querer, cuando Lustradamus en lugar de extenderles un periódico para repetir el ritual autista de la boleada les dice que viene y va al mundo los espíritus. Así es la ciudad. Un laberinto con pasajes secretos y personajes que sobrepasan la ciencia ficción.

Pueblos se levantan contra narcos

 

En México se activan focos rojos en la sierra de Guerrero, en el Pacífico mexicano, donde se mezclan diversos fenómenos sociales como la guerrilla donde han surgido organizaciones como el Ejército Popular Revolucionario y sus escisiones, los cárteles, los grupos paramilitares y policías comunitarias  que enfrentan a la delincuencia organizada con sus usos y costumbres. La desconfianza de los habitantes hacia las policías a los que relacionan como empleados de los jefes del narcotráfico no es algo que sólo ocurre en Ayutla, uno de los más de 2200 ayuntamientos que tiene el país.

Esta es la crónica de uno de los primeros juicios por parte de pobladores a delincuentes con la vigilancia distante de elementos militares, policías estatales y municipales:

Decenas de hombres encapuchados con pasamontañas o con paliacates cubriéndoles el rostro, resguardan los accesos y avenidas principales de Ayutla, en Guerrero. “Aquí no pueden hacer lo que quieran, este es un territorio comunitario”, dice un hombre armado con un rifle, chamarra gris y huaraches, dirigiéndose a los criminales que han asolado su región.

Él es parte de un comando, mayoritariamente integrado de campesinos. Desde hace dos meses se han convertido en el centro de atención al conformarse en un ejército ciudadano que persigue a narcomenudistas, violadores, secuestradores, halcones y extorsionadores.

Mientras un helicóptero Black Hawk de la Policía Federal realiza vuelos de reconocimiento, en la comunidad El Mezón, a 15 minutos de Ayutla, la Unión de Pueblos Organizados del Estado de Guerrero (UPOEG) presentaba ante vecinos y periodistas a 54 detenidos. En presencia de víctimas y familiares los fueron presentando de cinco en cinco. A las 12:13 horas empezó el juicio. Uno a uno los fueron mencionando. Había tres menores de 16 años, uno de ellos acusado de formar parte de una célula de sicarios que enfrentó al Ejército y otro de extorsionar a maestros y alumnos de bachillerato, un descuartizador, un abigeo, una persona que tenía “cuatro plantas de mariguana” y los plagiarios de un comisario.

 

 

A unos cientos de metros, alrededor de 50 taxis bloquearon los accesos al poblado para exigir la liberación de la familia de un prófugo apodado El Cholo, acusado de ser el jefe de plaza de una banda del narco que logró escapar tras el secuestro del comisario de El Mezón, pero los habitantes armados fueron a su casa y detuvieron a sus padres, dos hermanos y su novia. Según los vecinos, el papá de El Cholo es el dueño de un sitio de unidades de transporte público que le sirven para halconear (informar a narcos de movimientos inusuales).

En el sonido local se escucha el testimonio de uno de los secuestrados por El Cholo: “Nos cobraron 500 pesos a la semana de cuota, pero si se los dábamos luego nos iban a pedir mil y pues no. A mí me levantaron por andar aconsejando a la gente que no les pagáramos; por mi rescate exigieron 150 mil pesos, pero ante la presión ciudadana no les quedó de otra que dejarme en libertad”.

“Un territorio con seguridad es un territorio con justicia”, explica el presentador del tribunal popular, integrado por todos los sectores de la comunidad. Carmelo García, coordinador regional de la Policía Comunitaria, dice desde el micrófono: “Hoy nace la Policía Comunitaria en la región, ojalá que saque toda la chingadera de esos que hacen mal”.

La administración del gobernador Ángel Heladio Aguirre reconoce sólo a la policía comunitaria que aglutina la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, creada en San Luis Acatlán en 1995, cuando el actual mandatario era presidente estatal del PRI.

Ante esta postura gubernamental, el sacerdote Mario Campos dice: “Muchos creen que actuamos en la ilegalidad, pero las instancias oficiales no han funcionado”. Los policías comunitarios “son nuestros nuevos patriotas y no lo hacen por dinero, sino por conciencia”.

El fuerte sol de la tarde sin viento de la sierra pega en la tierra suelta que se levanta con el paso de los vehículos. Han pasado 159 años desde que se firmara en Ayutla el plan para quitarle el poder al dictador Antonio López de Santa Anna; ahora, cientos de hombres acordaron otro pacto: el de defenderse ellos mismos, para hacerle honor al nombre de la cabecera municipal: Ayutla de los Libres.

Desde el cielo, el Black Hawk vigila a la distancia el juicio contra los 54 procesados. En tierra, rostros morenos y cuerpos que dejaron los cultivos para portar las armas observan a los extraños que han llegado a su comunidad a presenciar uno de los primeros juicios populares sin linchamiento de delincuentes.