Los libros que van a la escuela

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Empezaron las clases. Tengo la alegría de ser profesor de Lengua y Literatura de un primer año de la escuela media. Mis alumnos tienen 12, 13 o 14 años. Son personas que viven, cada uno con sus tiempos, el pasaje de la niñez a la adolescencia. Todos los años, luego de que definimos el programa y la planificación que seguiremos, mi preocupación principal es decidir cuáles serán las lecturas que voy a proponer a mis grupos. Es verdad: están los textos y fragmentos que vienen en los manuales, pero pienso que una de las tareas fundamentales de quienes trabajamos en la enseñanza de la literatura, es acertar en la elección de los libros que vamos a acercarles a nuestros alumnos. 

Porque gran parte de los libros que uno considera inolvidables se leen en la escuela. También, hay que decirlo, por diversas razones, muchas personas no vuelven a leer libros luego de que terminan o abandonan la escuela. Por eso, me figuro que es tan importante elegir bien cuáles serán nuestros compañeros de viaje durante el año, los cuentos, novelas y poemas que serán o no la nave que nos ayude a explorar la galaxia literaria. La idea es encontrar textos que interesen, primero, que no superen sus competencias lectoras pero que a la vez los desafíen y, por qué no, los inviten a explorar otras obras del mismo género o del mismo autor. Es decir, lecturas que los estimulen, que los acerquen a la literatura, que los ayuden a reflexionar, que los hagan descubrir la magia de las palabras.

Los libros voladores

En lo personal, recuerdo que ese efecto me lo provocaron, en la primaria, Platero y yo, de Juan Ramón Giménez, y Tacuara y Chamorro, de Leopoldo Chizzini Melo. En la secundaria, disfruté descubriendo los cuentos de Julio Cortázar, los de Bestiario, especialmente. Después, creo que en quinto año, Emma Zunz fue mi cuento favorito y La invención de Morel, la puerta por la que entré al fantástico. Pero un buen número de los libros que amé de adolescente, y amo todavía, me los acercaron mis padres o mis amigos, o la bibliotecaria del turno tarde, Ana María.

Hoy existen muchas editoriales con nutridos catálogos de libros para jóvenes. Clásicos, algunas veces adaptados, antologías de cuentos organizadas por género, obras de teatro y novelas escritas especialmente para los lectores escolares, tanto de autores nuevos como de otros que tienen un nombre hecho. De alguna manera, esa oferta compone un horizonte de referencia que permite a los profesores conocer una opinión o sugerencia sobre qué lecturas pueden proponerse en los distintos años de la secundaria. Después, como debería ser, la elección es responsabilidad exclusiva del docente que conoce a cada uno de sus grupos, que exploró sus gustos y simpatías, que reflexionó acerca de qué libro será capaz de encender la llama, captar la atención, hacer camino. Claro que ninguno va conformar o gustar a todos los alumnos o a servir para todos los grupos. Una vez tuvo muy buena acogida El espejo africano de Liliana Bodoc. Con un segundo año, en el que fui reemplazante, El sabueso de los Baskerville recibió críticas positivas. También fueron bien recibidos en su momento: una selección personal de cuentos de Dino Buzzati y Primo Levi, los relatos de terror en Mar del Plata de Mario Méndez y una novela breve de Pablo De Santis, Pesadilla para hackers, que combinaba el policial con las nuevas tecnologías. En otra oportunidad, nos divertimos con La nona de Roberto Cossa, leyéndola en voz alta y representando algunas escenas en el aula. Sin embargo, en ocasiones, después de buscar y confiar plenamente en un libro, los resultados no fueron los que esperaba. Entonces, qué se le va a hacer: hay que probar con una opción distinta.

libros

El lunes 10 de marzo nos encontramos por primera vez. Eran 35 rostros que me miraban mientras les contaba los temas y desafíos que nos esperan durante los próximos meses. Todavía no sé qué libros voy a invitar a nuestra clase, cuáles son los libros que van a ir a la escuela. Todavía no, recién nos estamos conociendo.