Mañana en la batalla… morir en un abrazo

#EnClaveLiterari@

La novela no es nueva. Es nueva para mí porque la leí hace unas semanas aunque su publicación original fue hace veinte años, en 1994. Llegué tarde, podría decir, a una novela de la que ahora me cuesta desprenderme. El español Javier Marías, en Mañana en la batalla piensa en mí, título tomado de una forma de traducir la maldición que el Espectro lanza contra el rey Ricardo III, en la obra homónima de William Shakespeare, reflexiona sobre la muerte y las formas de morir que parecen peores que la muerte.

Insisto en que llego tarde. Me llevaron a ella un par de buenas recomendaciones y encontrar una referencia, una hábil paráfrasis, en la novela de Javier Núñez, La doble ausencia. Esto significa que quizá algo o todo lo que escribo y pienso sobre esta novela ya fue dicho o sugerido en otros textos. No importa: no me molesta en estas circunstancias no ser original. El argumento, al menos en sus primeras 80 páginas, podría resumirse de esta manera: un hombre va a cenar a la casa de su inminente amante, Marta Téllez, cuyo marido se encuentra de viaje en Londres. Luego de conseguir que el hijo de ella, de dos años, baje la guardia y se duerma, pasan al dormitorio a consumar el deseo que los ha reunido. Sin embargo, tras una breve pero intensa agonía, la mujer muere dentro de un abrazo de su frustrado amante. ¿Qué hacer luego de esa situación? ¿Existe una retirada digna que borre los indicios de la presencia adúltera y salve a la criatura que queda desvalida de un tiempo de soledad indeterminado?

El narrador y protagonista, Víctor Francés, se formula esas y otras preguntas mientras ejecuta su fuga. Sí, desaparece, se marcha tomando las precauciones que juzga correctas, pero ¿se puede escapar del espectro, de la presencia de alguien que ha muerto entre los propios brazos? Si hay algo de lo que no se puede huir es de los fantasmas. Y Víctor sale a exorcizar ese “encantamiento” entre los vivos, entre la familia de esa mujer con la que solo lo une la muerte. Quiere contar su historia, compartirla, que ellos sepan lo que nadie más que él que estuvo allí puede saber. Para que Marta no sea, como dicen unos versos de Vignoli: “… un montón de ropa vacía. / Vacía pero con el olor de un cuerpo / que ya no dice nada…”

Javier Marías, autor de Mañana en la batalla...

Javier Marías, autor de Mañana en la batalla…

Hay que advertir que Víctor parece estar signado por la postergación y el moverse entre las sombras. Escritor de guiones que aparecen con otros nombres o que directamente no se filman, escritor de discursos que leerá como propio algún político, en definitiva: un escritor fantasma, él, que deviene en el hombre fantasma que asistió a la muerte de Marta Téllez. Pero la novela no se queda allí. Reflexiona, además de sobre el engaño, sobre el olvido y la memoria, sobre el azar, sobre la muerte, y sobre el arte de narrar: “… las historias no pertenecen sólo al que asiste a ellas o al que las inventa, una vez contadas ya son de cualquiera, se repiten de boca en boca y se tergiversan y tuercen, nada se cuenta dos veces de la misma forma ni con las mismas palabras, ni siquiera si el que cuenta dos veces es la misma persona, ni siquiera si el relator es único para todas las veces…”

 

Tal vez no se trate o no parezca un texto compacto, uniforme. O sí, pero tan magnífico en sus movimientos que cada uno vale como una obra completa. Solamente las primeras 70 u 80 páginas ya son una pieza imperecedera. El resto también, porque hay al menos otras dos nouvelles cosidas con elegancia en Mañana en la batalla…: la entrevista con el recientemente abdicado rey Juan Carlos de España, y el encuentro entre el engañador y el engañado, cuando Víctor va a buscar ser narrador frente al viudo de Marta, y se transforma en el único espectador de un nuevo relato. Por eso, no cuento nada más. Agrego que de principio a fin, en la novela se encuentra toda la fuerza del lenguaje y de una historia poderosa, juntas, más las conclusiones duras de una consciencia que ha meditado sobre asuntos que tocan a todos los hombres.

Me cuesta desprenderme, dije, de Mañana en la batalla… porque pienso, como una idea en loop, recurrente, en la muerte de Marta Téllez. Es indudable que morir es un acto solitario, individual, que excluye la participación de cualquier otro. Los occidentales llevamos al extremo esa idea: a la soledad del morir la recluimos en la soledad del cuerpo, en el confinamiento dentro los hospitales donde la muerte sucede a la distancia, separada de los afectos. Pienso en la muerte de Marta Téllez, una muerte ficcional, pero similar a cualquier muerte. No en los adornos del contexto, en el marco, sino en el acto mismo. Pienso en las muertes, en la muerte dentro de un abrazo, de un amante imposible, de uno frustrado o interrumpido, de un desconocido, si se quiere, pero la muerte en un abrazo. Un abrazo humano, de la humanidad que se abandona. Quizá esto no esté en la novela de Marías, pero puede deducirse de ella. Yo pude. Morirse en un abrazo, literal o metafóricamente, ¿no será acaso lo mejor de la vida, la mejor de las muertes?

ricardo iii

“¡Mañana pesaré con fuerza abrumadora sobre tu alma! ¡Yo, el que fue ahogado en un vino inmundo, pobre Clarence, por tu perfidia entregado a la muerte! ¡Mañana en la batalla piensa en mí, y que tu espada caiga inerte! ¡Desespera y muere!” - Ricardo III – W. Shakespeare.