El perro Boby

#EscritosDeLaVida

Pocas personas saben de la existencia de Boby, el perro de papá. Lo conocen muy pocos porque nadie podría sospechar que él, un hombre independiente, que disfruta de la libertad y esquiva cualquier tipo de condicionamientos que puedan restringirla, podría tener una mascota, un perro que se ha transformado con los años en su compañero inseparable.

Aunque a decir verdad, la palabra inseparable no le correspondería, pero quizás representa el sentimiento que él tiene con Boby, porque entre sus íntimos no pasa un día en que no lo recuerde, se inquiete por su bienestar, o haga alguna actividad relacionada a su mascota, como llamar en forma diaria a Estela, la señora que lo cuida y es responsable del perro.

Es Estela quien lo lleva a la peluquería, le compra la comida, le paga al paseador de perros individual, no colectivo. Paseador individual, porque Boby tiene un carácter complicado y un espíritu de furia que desencadena en las situaciones menos esperadas. Por eso, y nada más que por eso, el perro de papá tiene un paseador individual, que lo preserva de sus riñas habituales y de los consecuentes problemas que posteriormente ocasiona. Como el que ocasionó con el gato del departamento lindero al departamento de veraneo el año pasado. Fue cuando Estela se distrajo en la cocina, que Boby aprovechó a acomodar el mundo a su manera, le pegó un tortazo al gato apenas entró al balcón, se le tiró encima como un león y lo cazó del cogote de manera obsesiva, irrenunciable. Eso contó luego Estela y aseguró el vecino, que no solo vio la furia de Boby, sino que se encargó muy bien de encontrarse con mi padre, hacerle saber la situación y buscar algún resarcimiento que hasta el momento no obtuvo, porque según narra mi padre, su espíritu de negociación llega hasta ofrecerle las disculpas más sentidas y comprarle un gato que, si bien sabe muy bien que no reparará la dolencia por la pérdida de Peter, es la forma que tiene de resarcir las consecuencias que el espíritu endiablado y salvaje de Boby produce en sus raptos de locura.

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Sería muy injusto decir que Boby es malo o que es un perro que está dispuesto a dañar a cualquiera. Por el contrario, cualquiera que lo ve quietito, apesadumbrado, en la falda de Estela recibiendo mimitos, o paseando por la playa con mi padre, sería incapaz de creer que ese perrito ataca de la forma más violenta que cualquiera pueda imaginar.

Quizás por eso mi padre asumió una actitud negadora sobre el tema, porque nada le hace pensar que su mascota tenga un comportamiento tan desalineado con sus apariencias. Pero los reclamos recurrentes del vecino y la confirmación de Estela sobre la responsabilidad de Boby lo llevaron a dudar sobre lo ocurrido y aceptar que algo puedo haber pasado. Y en ese algo, todos los ojos apuntan a Boby, por sus antecedentes de conductas tan espontáneas como disruptivas, que concluyen siempre con algún hecho desafortunado. Como lo fue también el tema del pajarito de mi sobrino, que aunque nadie ose ni siquiera mencionar y en la familia se guarde el secreto bajo mil llaves, todos sabemos cómo sucedieron las cosas.

De todos modos salvo el vecino y Estela, nadie va a asegurarle a mi padre que Boby destrozó a Peter, porque el resto de la familia no atestiguó semejante circunstancia y afirmar lo que en apariencias es evidente, provocaría su irritación y acentuaría el disgusto que sobrelleva con este tema, porque a pesar de que insista en negar la responsabilidad del perro, y no tenga la más mínima duda sobre su bondad, bien sabe que algo ha pasado. Y que Boby tuvo mucho que ver.

En la familia estamos siempre preocupados por este tema y le hemos pedido a papá que consulte con algún psicólogo de perros, porque el veterinario tuvo intenciones fallidas, a pesar de los altos costos que produjo su recurrente intervención para asegurar que Boby no atacará más y obrará con la bondad que esperamos todos.

Ahora mi padre dice que Boby está yendo a un psicólogo, que es Estela quien lo lleva cada semana y que las sesiones son de media hora. No más. Pero todos sospechamos que es una triquiñuela de mi padre que cuenta con la complicidad de Estela, para tranquilizarnos a todos.

Lo que ocurre es que nadie se atreve a sugerir que hay que desprenderse de Boby, porque eso sería como tocar a mi padre, y esto es algo que ningún integrante de la familia estaría dispuesto a hacer.

 

tapa2 para faceEscritos de la Vida - Juan Valentini