Si hay una marca de juguetes que despierta la atracción de chicos y grandes, es LEGO.
La empresa oriunda de Dinamarca que comenzó fabricando piezas de encastre de madera, y luego pasó a producirlas de plástico, hoy nos da millones de “bloquecitos virtuales” para que podamos dar rienda suelta a la imaginación, pero en formato digital. Juegos, películas, aplicaciones, sitios… decenas de espacios para vincularnos con el producto online.
Hace dos años tuve la oportunidad de conocer a Pablo González, Director Creativo Digital del LEGO Group, en una visita que el ejecutivo argentino (que vive desde hace años en Europa) hizo a Buenos Aires. En una conferencia que brindó, y en la que fui invitado a moderar, le pregunté:
“Si vuestro público es infantil, y los chicos no deben usar Facebook por una cuestión de políticas de utilización de la red, ¿cómo hacen para definir su estrategia digital en esta red?”Luego de un silencio y una sonrisa, Pablo González me respondió algo así: nuestra estrategia de marca no está en Facebook. El producto es nuestro, la marca es nuestra, los usuarios son nuestros. En Facebook solo compartimos algunas cosas. Pero la estrategia digital, es de LEGO.
Hace dos años, entonces, mi visión sobre los medios sociales terminó de cambiar por completo, y esto fue lo que comencé a aplicar de lleno con los clientes de mi agencia de marketing digital. ¿Qué lógica tiene entregarle tanto contenido, horas, esfuerzos, ideas y creatividad a un tercero (léase Facebook, Twitter, Instagram, o quien sea), sin PRIMERO hacerlo en nuestro propio espacio.
Las marcas deben desarrollar un sitio web donde el contenido mande y sea protagonista. Donde podamos obtener mucha más información que las que Facebook y compañía entregan sobre sus clientes a los propios administradores de las Fanpages.
Lo demás, viene después: técnicas de seguimiento de usuarios mediante cookies (campañas de remarketing), captación de completas bases de datos, política de email marketing, conversiones, ventas. Todo en casa.
Así lo hace LEGO. No les va nada mal, ¿verdad?