Italia 1934: El Mundial de Mussolini

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La segunda edición de la Copa del Mundo se desarrolló en un clima político muy oscuro. Con el régimen fascista en el poder y el ascenso de Hitler en Alemania, el torneo organizado por los italianos fue una demostración de cómo el deporte podía ser utilizado con fines gubernamentales.

Para Benito Mussolini, el torneo fue una cuestión de Estado. En los días previos al inicio del certamen, el Duce se reunió con sus jugadores para advertirles que si no llegaban a conseguir el campeonato, su vida corría peligro. En una supuesta comida de camaradería al entrenador del equipo, Vittorio Pozzo, le dijo: “Usted es el único responsable del éxito, pero que Dios le ayude si llega a fracasar”. Años más tarde, el argentino Luis Monti, que jugó para la “Azzurra”, expresó las sensaciones que había vivido en medio de aquel violento contexto: “En Montevideo me mataban si ganaba, en Roma me mataban si perdía”. En ambas oportunidades los resultados lo mantuvieron a salvo.

Con 16 equipos y un formato de eliminación directa (octavos de final) la pelota comenzó a rodar por las ocho sedes que albergaron al Mundial. El último campeón, Uruguay, no fue al viejo continente a defender su título por estar en desacuerdo con la dictadura de Mussolini. Argentina y Brasil fueron los únicos representantes sudamericanos y ambos fueron eliminados en el primer encuentro. Los albicelestes a manos de Suecia (3 a 2) y la “verdeamarela” ante España (3 a 1).

Con un espíritu nacionalista, pero con cuatro jugadores argentinos y otro brasileño en el plantel, Italia inició su camino hacia el título en Roma, goleando a Estados Unidos por 7 a 1. En su segunda presentación, en Florencia, se encontró con una España que parecía imbatible. Tras 120 minutos de lucha, el encuentro culminó igualado a uno. Por lo tanto, tuvieron que volver a jugar otro partido al día siguiente (así lo indicaba el reglamento en aquella época). En la revancha la “Azzurra” se impuso por 1 a 0 y la mano del Duce ya se percibía dentro del juego, dado que el arbitraje había sido muy permisivo a favor del violento elenco local. Dos días más tarde, en Milán disputaron las semifinales ante Austria, donde también el conjunto organizador de la Copa consiguió ganar por la mínima diferencia. En este sentido, Italia se convirtió en el único equipo, en la historia de los mundiales, en disputar tres compromisos en cuatro días.

Bajo la férrea consigna de “vencer o morir”, los italianos salieron a disputar la final con la obligación de superar a Checoslovaquia. El Estadio Nazionale albergó 45.000 espectadores, en su mayoría funcionarios del partido fascista. Entre ellos Benito Mussolini, quien intervino en el entretiempo para ir a hablar con “sus” jugadores al vestuario. Con el marcador en blanco, el dictador increpó a Luis Monti por la cantidad de patadas que había pegado (el volante había derribado a Oldrich Nejedly adentro de su propia área, aunque no se sancionara la pena máxima): “No se cobró el penal gracias a que el benévolo Eklin está colaborando con la causa”, y le advirtió que si se repetía una situación similar, al árbitro no le quedaría más remedio que cobrar la falta.

En el complemento, los checoslovacos se pusieron en ventaja a nueve minutos del final, pero el equipo de Vittorio Pozzo, empujado por su público, logró la igualdad. En el tiempo suplementario, “la energía por la desesperación”, según la definición del autor del segundo gol, Ángelo Schiavo, fue fundamental para cerrar un torneo que tuvo a su campeón anunciado desde antes de que la pelota comenzara a rodar.