Suiza 1954: El campeón inesperado

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La quinta edición de la Copa del Mundo fue uno de los ejemplos en los que el ganador, no siempre es el mejor. Alemania, que ni siquiera había sido considerada cabeza de serie, consiguió derrotar a Hungría en la final. Con el 3 a 2 en el partido decisivo se generaron muchas especulaciones, entre ellas, que los germanos habían consumido estimulantes para superar al rival con el que había perdido 8 a 3 en la fase de grupos.

Con la novedosa aparición de la televisión en la cita mundialista, el torneo organizado por Suiza fue el primero en ser transmitido para ocho países europeos en un combo que, además de traer la posibilidad de ver nueve encuentros internacionales, incluía una entrevista al Papa Pío XXII y las 24 Horas de Le Mans. Fue un pequeño paso para los organizadores, pero un salto gigantesco para sus futuros emprendimientos comerciales.

Para esta competición, que fue la de mayor promedio de gol por partido (5.38, producto de 140 conquistas en sólo 26 juegos), la FIFA adoptó un nuevo diseño en el que los 16 equipos se dividieron en 4 zonas, con dos cabezas de serie que no se enfrentaban entre sí, para que los “candidatos” recién puedan encontrarse a partir de los cuartos de final. Además, se estipuló que si el encuentro por el tercer puesto finalizaba empatado, ambos equipos serían considerados como ganadores del “bronce”. Por suerte, en dicho cotejo Austria se impuso 3 a 1 a Uruguay y no se llegó a aplicar esa incoherente medida. Tan confusa fue la estructura del torneo, que Bob Nelly, presidente del Celtic de Escocia por aquella época, dijo que “la organización fue caótica” y afirmó que no volvería a “permitir que los jugadores de su institución vuelvan a disputar un Mundial”.

Hungría, que venía de consagrarse en los Juegos Olímpicos de Helsinki era el gran candidato a quedarse con el trofeo. La delantera conformada por Joszef Toht, Kocsis, Hidegkuti, Czibo y Puskas era la sensación del momento. En su camino hacia la final lograron marcar 21 goles en los tres compromisos que disputaron. Además, en el choque decisivo ante los alemanes lograron ponerse en ventaja por 2 a 0 en sólo veinte minutos. Sin embargo, los germanos lograron emparejar el partido gracias a las modificaciones tácticas ordenadas por Sepp Herberger. De este modo, cuando el encuentro ya estaba prácticamente finalizado, Helmuth Rahn aprovechó un notable contragolpe y sentenció un 3 a 2 para dar lugar al “Milagro de Berna”.

La sorpresiva victoria hizo que los jugadores bávaros fueran recibidos por más de medio millón de personas en la plaza principal de Munich, donde se decretó asueto general en fábricas, bancos, oficinas gubernamentales y colegios. Según las autoridades locales “el entusiasmo que reinó durante esos días sobrepasó al de las concentraciones de la época de Adolf Hitler”. En cambio, en Budapest, el gobierno socialista canceló las vacaciones prometidas para los familiares de los futbolistas (que incluían todos los gastos pagados). Esos viajes llegaron dos años más tarde, cuando se produjo la rebelión de 1956 y la consecuente represión soviética. La mayoría de los protagonistas que habían participado de la Copa del Mundo terminaron exiliados en España, Alemania y otros países alejados del régimen comunista. Sandor Kocsis aseguró que “sobre el césped del estadio Wankdorf pesaba una maldición contra todo húngaro que lo pisara”. La explicación no alcanzó para tapar la frustración de uno de los mejores equipos de la historia.