2.000 años de revolución

#ProfetaEnSuTierra

“Las revoluciones se hacen con tiempo o con sangre: si se hacen con sangre, se ahorra tiempo; si se hacen con tiempo, se ahorra sangre”, acostumbraba decir Perón.  La elección es obvia si nos paramos a mirar la disyuntiva desde el humanismo.

La Iglesia Católica (que ha derramado sangre propia y ajena), lleva dos mil años de revolución cristiana, usando al tiempo como materia prima, como si su transcurso no existiera.

Todavía hoy, o especialmente hoy con S.S. Francisco como líder de sus dos mil millones de fieles, la Iglesia denuncia la necesidad de dar respuestas urgentes pero a la vez, plantea soluciones alejadas de la coyuntura porque sabe que el alma humana es siempre igual a sí misma.

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El tiempo. La visión de eternidad. La convicción de la trascendencia. La experiencia de lo sublime. La certeza de la dignidad humana como una realidad innegable. La moral entendida con un sentido espiritual.

Estas ideas son los gigantes y los paladines de la visión religiosa de la vida. Forman el equipo de campeones con que ha salido a la cancha durante los pasados milenios.

Francisco obviamente lo sabe. Lo novedoso en él tal vez sea que vive y avanza sobre los problemas del Hombre como si la eternidad fuera hoy y por sus modos, sus gestos y su sencillez, nos deja ver en blanco sobre negro una doctrina social universal:

“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas”.

¿Será esto lo “radical” de Francisco? Cuando él ve la sangre apura los tiempos y trae la eternidad al día a día. Traducido en términos políticos: subordina la táctica a la estrategia, como debe ser.

Tiene una solución para la coyuntura siempre a mano porque su razón está iluminada por la fe en la trascendencia y la dignidad permanentes del Hombre.

Por lo dicho, no es extraño que el mundo entero esté viendo en Francisco a un líder de alcance humano. No sorprende que se lo destaque como un “nuevo animal político”. No asombra que Putin siga sus consejos “de querusa” en plena crisis ni que Obama haga público su favorable impresión por el Papa, también durante el conflicto.

Las comparaciones políticas de Francisco son tan inevitables como abundantes y diversas. Pero en un punto coinciden: S.S. es un conductor mundial.

Retomando lo dicho la semana pasada, dudo mucho que las acciones de Francisco dentro de la Iglesia sean cambios en el sentido que se le pretende dar. Creo más bien que Francisco está acomodando lo que se ha desviado del camino de esta longeva revolución, para después tener aún más autoridad para pasar el peine fino hacia afuera.

Lo que si me sorprende y mucho (o nada), es que en el único lugar del planeta en el que la dirigencia política no advierte el peso geopolítico de Francisco es precisamente aquí.

Lo único que vemos de Francisco es el rédito de la foto. Pocos, poquísimos dirigentes argentinos se han aproximado al Papa con honestidad y reconocimiento, buscando la natural transferencia de autoridad entre quienes comparten doctrina y valores, no para “sotanearle la popularidad”.

Dos mil años revolución cristiana. Un Papa jesuita y americano que se nombra Francisco. Un mundo en crisis moral que lo aplaude y que hace lo que Francisco propone. Y nosotros meta flashes…

Por algún motivo que se me escapa, tiendo a creer que nuestros dirigentes están buscando la unción, anhelan que Francisco designe al ungido y hacen fila para recibir la “bendición de Tata”. Como siempre, estamos en la fácil. Eso no va a ocurrir.

El próximo liderazgo nacional será, si Dios quiere, un liderazgo moral surgido de quienes representen en nuestro país los valores que  Francisco predica, que hagan en La Argentina el ejercicio que el mundo está haciendo.

Dos mil años de revolución y todavía hay cosas por hacer.

Por ejemplo esta: empezar a ver la vida de las naciones en términos de posteridad próspera.

Hay que elegir el tiempo.