Ser el país de Francisco

#ProfetaEnSuTierra

Francisco no es gratis

La fina revolución que lleva adelante el Papa no pasa sin ser vista frente a los ojos de los intereses afectados, no.

Lo que ocurra con el pueblo del que surgió el mayor líder mundial tampoco les resulta indiferente. Todo lo peor que nos ocurra de “entrecasa”, va a ser quirúrgicamente dirigido a salpicar un proceso de inmenso cambio geopolítico

Ser el país de Francisco no significa abandonarnos alegremente a esa fanfarronada mientras el resto del planeta mueve sus fichas. El país de Francisco debe ser un hervidero de esperanzas y la pantalla de lo que él representa.

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De nosotros exclusivamente depende qué tipo de espejo seamos de Francisco, y el precio para merecerlo es obrar con inteligente responsabilidad en nuestro día a día.

Qué bien merecido tendríamos todo lo que nos pase si permitiéramos ser usados, como nación, para que nos roben otra vez nuestro destino, ahora encarnado en los valores morales y políticos de Su Santidad.

Qué torpe sería jugar a ciegas un juego en el que siempre nos toca perder.

Lo mejor que les puede pasar a los intereses afectados por Francisco es que al Papa se le incendie el quincho. Porque nuestras miserias, hay que entenderlo, son armas arrojadas contra Francisco pero que le apuntan a nuestro futuro.

“Si entre ellos se pelean… ”

¿A qué “fiolo” no le convendría que la niña bonita del mundo ande en harapos?

No es un momento político sencillo para América Latina y tampoco para nuestro país. Años de planificado odio han prendido y hoy aparecemos encajonados en una serie de trampas.

Mientras la dirigencia local se escamotea mutuamente las llaves de esos cepos, la sociedad se disgrega más y más en ese odio, alimentado ahora por la violencia criminal creciente, por la ausencia del Estado como servidor, por el desprecio por la vida, por el desaliento de las clases medias expoliadas, por la ausencia de futuro y por la condena de dos generaciones a ser esclavos del clientelismo.

Nadie levanta la vista. Como dijimos en la entrada anterior: “jugamos con la mirada pegada al piso”. Y así se nos pasa la vida de la Patria, de coyuntura en coyuntura, autorreferenciales y satisfechos en la pequeña codicia.

La política se nos ha convertido, a nosotros los ciudadanos, en una actividad cerrada y espuria, que se acaba en sí misma.

Ahí es donde crece la ambición, donde disminuye la visión global, donde de agigantan las rapiñas de la pequeña cosa, donde se pierde el horizonte de País y de Nación.

El odio triunfa en el encierro y en el hacinamiento. La pequeñez y el egoísmo son buen negocio para los aspirantes a la nada y sus frutos son bien cotizados.

Salir a ofrecer

No se trata de ninguna manera de que nos hagamos los tontos con lo que nos pasa. Tampoco de justificar y poner paños fríos sobre lo terrible de la impunidad, la miseria, el narco, la pobreza política, etc. No propongo dar de baja el debate y las discusiones.

Se trata de quebrar al medio el juego del odio, empezando por no mezquinar ni especular con la desgracia.

Se trata de salir a ofrecer.

La coyuntura es siempre autorreferente. Tiene que serlo o no sería coyuntura, extinta en sí misma.

Se trata, entonces, de que cada quién, cada agrupación, cada interés con un sentido nacional, salga a ofrecer el lugar y la energía para que lo mejor de nosotros (que está en todos los sectores), pueda contrarrestar la lógica del odio, airear el encierro que sofoca y violenta, dar luz en los despachos, llevar ideas donde solo hay “propuestas”, generar políticas donde solo hay “gestión” y sobre todo, formar una fuerte resistencia proactiva contra las trampas de los que revuelven el río.

Pero aún así, para no caer, parecemos empecinados en el salvataje de lo pequeño.

Clericalismo

Conviene que nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para nosotros en este `hoy` de América Latina y el Caribe.

Más.

“Cuando falta la profecía en la Iglesia, falta la vida misma de Dios y predomina el clericalismo.

Somos, aún involuntariamente,  la Tierra de Francisco. No podemos desperdiciar esa oportunidad permitiendo que con nuestras mezquindades armen la puesta en escena para que Francisco termine siendo Profeta de una Tierra arrasada.

“Señor, libera a tu pueblo del clericalismo”.

Me permito: salvémonos de la autorreferencia, miremos alrededor y en lugar de combatir el odio cayendo en la reacción, opongámosle la grandeza de un destino.