Mentime que me gusta

#SoySolo

Yo no sé por qué, pero cuando uno se va de vacaciones, lejos de casa, siente cierta impunidad turística. Quizás sea porque tenés a tus viejos lejos y, de algún modo, te sentís más liberado o porque no conocés a nadie del lugar, pero uno termina animándose a hacer cosas que comúnmente no haría en su barrio. La cosa es que una noche estaba en un boliche y, junto a un amigo, decidimos hacernos los extranjeros, decidimos simular ser quienes no éramos, en fin, decidimos mentir para levantarnos chicas.

Encaramos a una rubia y a una morocha que estaban acompañadas por un flaco friendzonizado que había ido a bailar en malla, musculosa y ojotas (por eso lo de la impunidad turística). Con mi amigo nos sentamos cerca y empezamos a hablar en inglés (básicamente repetíamos frases de películas conocidas). Las minas, al toque, se interesaron en nuestro curioso modo de relacionarnos (mi amigo no se cansaba de repetir “Are you talking to me?”) y se acercaron a preguntarnos quiénes éramos, de dónde veníamos y que hacíamos. Nosotros improvisamos lo primero que se nos vino a la mente y terminamos diciéndoles que éramos dos jóvenes promesas actorales de Hollywood que habían caído en este remoto país del sur para desconectarse, un poco, de sus crecientes famas y fortunas. La verdad que mi amigo y yo estábamos disfrutando de la situación, moviéndonos con soltura, como fish en el water. Pero con el paso de los minutos, todo se empezó a complicar.

Ya de por sí, mi amigo no tiene un muy buen inglés que digamos, y sumado eso a las copas que veníamos ingiriendo desde temprano, su verba anglosajona paso a ser casi guaraní. Yo, como ya no entendía lo que salía de su boca (salvo la baba), les dije a las chicas que era oriundo de otro estado y que por eso tenía esa tonada tan sofisticada, como la de un santiagueño de Massachusetts. Las minas estaban re copadas igual, pero el flaco que las acompañaba me golpeaba con la rodilla por lo bajo y me decía: “Dale, chabón. Terminala con este chamuyo, dejate de joder”. Y ahí me di cuenta que la situación se había puesto realmente heavy, porque si dejaba de hacerme el yanqui mi vida correría serio peligro.

Nos quedamos unos minutos más hablando y salimos rajando (al final de la noche mi coequiper se había vuelto irreversiblemente ininteligible para la rubia), pero lo bueno es que cuando volví de las vacaciones salí a tomar algo con la morocha. La verdad es que ya no podía sostener mucho más la situación (ya estaba apelando a frases de películas depres de domingo a las siete de la tarde), así que apenas nos vimos le conté toda la verdad. Pero cuando terminé de confesarle que no era ninguna estrella de Hollywood, sino un simulador nocturno de poca monta, la morocha se levantó de la mesa y me gritó: “Mi hermana tenía razón… ¡Sos un mentiroso!”, y se fue ofendida hasta la barra donde la esperaba otra morena idéntica a ella y el tipo que me tiraba pataditas por debajo de la mesa. Las mellis y el flaco se fueron del bar y esa noche, en vez de una estrella, me sentí un estrellado al que le habían mentido como a un niño con los reyes magos (sobre Papá Noel todavía tengo mis dudas).

Lo que pasa es que cuando uno comienza a mentir, la mentira empieza a crecer. Y para que esa mentira adolescente se vuelva adulta, uno debe mentir más. Así la mentira se va haciendo cada vez más y más grande, hasta que se transforma en esa bola gigante que persigue a Indiana Jones y que te puede aplastar con todo su peso si no la detenés o la esquivas a tiempo. Cuando le terminé de contar todo esto a la rubia y a mi amigo, ella me dijo que había hecho lo correcto, que lo principal era ser cien por ciento sincero con la persona que tenés a tu lado, que era una lástima que ni su amiga morocha ni su hermana melliza hubieran querido nada conmigo, pero que no me deprimiera porque estaba segura que la chica de mis sueños pronto iba a llegar. Los dos se levantaron de la mesa del café y salieron pero, después de pedirle “one minute, honey” a su nueva novia, el sinvergüenza de mi amigo volvió hacia mí, me miró a punto de estallar de risa y me dijo…

“Hasta la vista, baby”.