Tiempo al tiempo

#SoySolo

Una noche veo en un boliche una chica que era igual a la pibita de Harry Potter. Obviamente estaba buenísima, por lo cual metí un par de meneos demoledores y me acerqué a ella. “Sos igual a Hermione”, le dije. “Y vos sos… pelado”, me contestó. Bien, pensé yo, ubicada en tiempo y espacio. La cosa es que después de un par de chamuyos baratos me pasó su face y al poco tiempo (esa misma madrugada después de un paty bajón) le mandé la solicitud de amistad. Yo no lo sabía todavía, pero pronto me iba a dar cuenta que pertenecíamos a dos momentos históricos diferentes.

Me aceptó y empezamos a hablar. Bueno, al menos eso intenté. Era difícil mantener una conversación con ella. Parecía no entender con facilidad las palabras que tenían muchas consonantes. Pero lo bueno es que con paciencia e insistencia la invité al cine. Y ahí pasó algo raro: la pibita me puso los puntos. Me dijo que no le gustaban que la presionen, que ella “tenía sus tiempos”. Yo mucho no entendí por qué me dijo eso (si hasta le había dejado elegir una de terror que me banqué como un señorito). Pero para no entrar en conflicto le dije que todo bien, que me avise ella cuando quería salir, que no tenía apuro (mentiras todas).

Al día siguiente estuve conectado desde las seis de la mañana esperando el mensaje que apareció ocho horas después (era de las que le gustan dormir mucho los fines de semana) y acordamos salir. Llegué a la puerta del cine un par de minutos antes (cuarenta y siete minutos antes de la hora acordada) y la esperé. Ella arribó (cuarenta y siete minutos después de la hora acordada) y nos metimos en la sala a ver la peli. Ahí mucho no me pude acercar, no porque estuviera concentrado en no parecer un miedoso mientras veíamos la película, sino porque traté de no mirar la pantalla durante la hora y media que duró esa tortura del séptimo arte.

Terminó la función y fuimos hasta uno de esos locales de comida rápida. Por suerte, estábamos en un shopping, un lugar fabuloso que contiene todo lo que necesitás bien juntito: un restaurante para comer, un cine para asustarte y un baño grande para vomitar sin tener que pedir permiso para entrar. Cuando fuimos a la caja, le pregunto qué combo quería, que yo la invitaba (tarjeteé tranca) y ahí fue que noté algo raro: se pidió uno de esos menúes que vienen con juguetitos. Yo me reí al principio, pero después noté que se lo tomaba muy en serio (se puso como loca al notar que no tenían el osito articulado que le faltaba de la colección). Así que después de bardear de lo lindo al empleado del mes, nos sentamos a la mesa y empezamos a comer.

Hay ciertas señales que uno no puede ignorar en una primera salida. Una de ellas es que se formen grandes silencios. Son incómodos porque vos estás en pose. Aunque no lo quieras estás. Querés decir cosas graciosas pero no conocés su humor, querés mostrarte interesado pero no sabés si es reservada y querés cambiar opiniones sobre la vida y te das cuenta que las experiencias son todas diferentes. Entonces tomé coraje y le pregunté “¿Cuántos años tenés?” y ella me dijo “Dieciocho”. “Todo legal”, especulé yo, pero al rato me di cuenta que la cosa no iba a funcionar.

No es que la diferencia de edad sea algo que me preocupe, pero cuando por fin nos largamos a charlar ella me contaba anécdotas de su viaje de egresados y yo que tenía que pagar el monotributo porque sino la AFIP me iba a seguir hasta abajo de la cama (como el monstruo ese de la película que habíamos visto). Ella me decía que se había anotado en Artes y yo que mi jefe me había hecho laburar doce horas un sábado sin pagarme ni medio minuto extra. Ella me juraba que una amiga suya tenía el record de transarse veinticinco pibes en una matinée y yo me acordaba que le había dicho al gordo que me deje el depto ordenado y perfumado por si tenía suerte esa noche. Entonces la miré a los ojos, le sonreí algo apenado y le dije: “Fue muy lindo conocerte, pero yo también tengo mis tiempos”.

Cuando se bajó del taxi, el padre la estaba esperando en la puerta de su casa. El tipo me miró feo, como si me tratase de una especie de rarito que quería sobrepasarme con su hija (es que los padres son incapaces de aceptar lo buenas que están sus nenas). Le pedí al tachero que dé una vuelta manzana, le pague el viaje y me volví a pata (la caballerosidad me había salido una fortuna). Apenas me metí en mi cuarto prendí la compu, me conecté y la borré de mi lista de amigos.

Por ahí, dentro de algunos años, nos volvemos a encontrar…