Tirando el mediomundo

#SoySolo

El gordo le da a todas. Es como Messi, lo habilitás un metro y te la clava en el ángulo. Yo le digo que active un toque el firewire con las minas pero él está convencido que vino al mundo a regalar amor. Por eso vive en un permanente estado de hiperestesia del corazón. Todo lo siente, todo lo afecta, todo lo moviliza, todo lo hace sufrir, todo lo enamora. Cada chica que conoce cree que es el amor de su vida. “Nunca me pasó algo así con una mina”, es su frase de cabecera. Mis amigos le dicen que es un romántico, pero para mí es como un pac-man que le entra waka-waka sin asco al puntito, a la frutita o al fantasmita. Pero un día, al gordo no le quedó otra que empezar a aplicar el filtro.

Cuando digo que el gordo le da a todas, lo digo en serio. Altas, petisas, gordas, flacas, morochas, rubias, ojos claros, ojos oscuros, a todas. Su prontuario amoroso es un crisol de razas. Pero yo creo que él, en realidad, está buscando, en toda la variedad de mujeres que dice amar, al primer amor, al único, al verdadero. Porque, en realidad, pareciera ser que uno carga con una cruz pesada a la hora de conocer a una persona nueva. Es un mar de dudas que creo se resume en una sola pregunta: “¿Será el amor de mi vida?”. A veces pensamos que en nuestro corazón no hay muchas vacantes (hasta en ciertas ocasiones, cuando nos separamos de alguien que parecía tener todo lo que buscamos, uno comete el error de creer que nunca más va a volver a enamorarse). Por eso a ciertas parejas les dejamos llevarse un par de materias a marzo para que sigan con nosotros. Pero es precisamente en este momento de duda en que un hombre llega al rescate de todas las mujeres vulnerables y con el corazón partío: el único, el distinto, el entrañable gordo.

El gordo una vez me contó que se había empezado a chamuyar una mina que vivía un tanto lejos del barrio. Pero para el obeso en el amor no hay distancias. Así que apenas pudo robarle una salida, se tomó el micro y la fue a ver allá, donde acaba el horizonte y caminás por la cornisa del abismo. Yo lo banqué a full, me encantan esos gestos de amor (lo que no me encanta es que el gordo todavía me deba la guita del pasaje ida y vuelta que le pagué con la tarjeta de mis viejos). Así fue como mi amigo llegó a la casa de la interesada en su itinerario amoroso y no tardó ni medio segundo en desplegar toda su simpatía y apuntar sus armas de seducción masiva (sus ojitos color “miel”). Claro, la mina vio que el pibe había viajado tanto para verla, que la hacía morir de risa contándole mil anécdotas (algunas de ellas de incomprobable veracidad) y tan predispuesto a escucharla y hacerla sentir importante (el gordo hoy no estaría recordando lo que le contó la mina en aquella ocasión, así que esta virtud es descartable) que al tenerlo ahí no pudo menos que sentir un profundo amor. El rollizo sonrió, pero pronto no estaría tan seguro de que cantar victoria aquella vez, fuera la mejor opción.

Luego de una noche de pasión (el pipón es rápido para los mandados), la chica lo despertó con un desayuno en la cama y le pidió que se prepare para llevarlo a una cabaña en una isla que había alquilado para la ocasión. El rechoncho estaba feliz, siempre es él el remador, así que una devolución de gentilezas por tanta pólvora gastada en chimango no le caía nada mal. La cosa es que cuando llegaron al lugar, el mantecoso se sorprendió gratamente al notar que “de casualidad” su cabaña tenía tallado en madera su nombre y el de su pareja ocasional en la puerta. Hasta ahí todo bien, pero su sonrisa comenzó a esfumarse al notar que en las paredes del alojamiento rústico, colgaban cientos de imágenes de él y de su acompañante juntos, todos fotomontajes truchos hechos con Paint de fotos que el enmorcillado tenía colgadas en su Facebook (incluso con exes cuyas cabezas habían sido intercambiadas por la de su nueva pretendiente sin respetar las correctas proporciones de un cuerpo humano sin malformaciones). Pero lo peor fue que cuando el orondo se dio vuelta para pedir explicaciones, la chica, “su” chica (como le gustaba a ella que el chancho la llame), estaba esperándolo arrodillada. Mi amigo el grueso, al verla en esa posición arrancó con los trámites ahí nomás, pero se detuvo al notar que su chica tenía las manos ocupadas con otra cosa: un pequeño cofre, de esos que guardan un anillo dentro.

El gordo ya no es más el gordo. Ahora le decimos “el elefante marino”, porque al ver a la señorita ofreciéndole casamiento a cambio de un apellido de casada, se tiró al río y se transformó en nadador profesional. Escapó de la isla pegando brazadas y pataleando con tanta fuerza que hubiese podido dar la vuelta al mundo en un día si se lo proponía. Es que el señor vaca tira el mediomundo y nunca sabe si lo que viene del fondo es un dorado o un bagre. Tiene como una rutina diaria armada en la cual hace un repaso de todos los estados de ánimo de las minas que tiene en los contactos y cuando encuentra a una media renga de pasión le tira el tarascón. Lo que pasa es que a veces no tiene tan buena puntería. Ojo, yo le doy mérito a su sacrificio de ser un socialista del amor, pero creo que es clave reconocer cuáles son las necesidades que uno tiene a la hora de encarar una chica. No se trata de ser egoísta, sino de ser sincero con uno mismo y saber hasta dónde uno está dispuesto a darle al otro. Lo que pasa es que al gordo le gusta dar y dar y dar. Es más, al terminar de contarme esta anécdota, el muy canchero me guiñó un ojo y, mientras hacíamos la previa para ir al boliche, me dijo:

“Y bue, habrá que volver a pescar cornalitos esta noche…”