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#YogaParaMortales

Una de las sensaciones más lindas que me ha tocado experimentar desde que doy clases es poder ser parte del crecimiento y avance de los alumnos. Al terminar cada clase, las sonrisas en sus caras me regalan el mejor feedback. Cada una de esas sonrisas hacen que me diga a mí misma “por esto es que estudiaste”.

La satisfacción es inmensa, y con ella crece el agradecimiento de poder estar haciendo camino en aquello que me llena. Soy cada día más consciente de que toda persona con la que me cruzo es un potencial Maestro. Vamos aprendiendo algo de todos y cada cual es responsable de su crecimiento. Al compartir mi conocimiento, yo también aprendo. Les cito un cuento extraído del libro El canto del pájaro, de Anthony de Mello:

Come tú mismo la fruta

En cierta ocasión, se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?». Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.

No hay quien tenga el secreto de la iluminación espiritual. No existen atajos a samadhi. Sólo la disciplina y perseverancia en la práctica harán de ustedes mejores Seres Humanos y descubrirán para qué están hoy acá. Como si se quitaran un velo que les nublaba la mirada.

Esa misma sensación de gratitud al honor que me brindan los alumnos de poder ser parte de su crecimiento y desarrollo es la que me lleva a elegir disfrutar de cada día, con lo que sea que traiga, porque en la inmensidad de los instantes se va manifestando la vida. Esto me recuerda otro cuentito del mismo libro:

El pequeño pez
«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado».
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua… Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.
***
Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres».
«¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro.
«Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?».
¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar… Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo. Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte. 

Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.

Nos pasa tantas veces. Buscamos, buscamos, y ahí estaba todo. La práctica constante de Yoga va ayudando a ejercitar la mente para darse cuenta más rápido que el velo que logramos correr un día, otro día nos vuelve a cubrir. Es trabajo constante con uno mismo para aceptar nuestras limitaciones mentales actuales pero también las maravillas de las que somos capaces.

“El Yoga intenta crear un estado en el cual siempre estemos presentes -realmente presentes- en todas nuestras acciones. La ventaja de la atención es que realizamos mejor cada tarea y al mismo tiempo estamos conscientes de nuestras acciones. Entre más se desarrolle nuestra atención, la posibilidad de cometer errores es proporcionalmente menor” – Yogacharya TKV Desikachar

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Janu Sirsasana A ayuda a aliviar depresiones, estimula columna, hombros, hígado y riñones. Mejora la digestión y alivia los síntomas de la menopausia. Alivia ansiedad, dolores de cabeza y fatiga. Si hay rodilla lesionada, no flexionarla completamente y colocar un almohadón debajo.

Importante: Todas las asanas deben aprenderse con la guía de un Instructor calificado.