Andaba por las inmediaciones del museo Rodin y decidí entrar, me lo había recomendado encarecidamente mi amiga Claudia por la casona principal y los jardines además de por las obras escultóricas.
En un instante me vi frente a El Pensador, a las estatuas de Honorato de Balzac, a las de Víctor Hugo, a las tres Sombras y a la Puerta del Infierno, un impacto nunca lo suficientemente anunciado. Estas eran las de bronce, luego aparecieron otras en mármol, de menor tamaño pero más delicadas si cabe. Y sobre lienzo tres pinturas de Rodin, una de Van Gogh, una de Monet y otra de Munch.
Y sobre el final del trayecto propuesto, casi cuando iba a ir a tomar mi porción de aire afuera del recinto, cuando iba a poner coto al rejunte de imágenes, trazos y texturas que ya bailaban en mi retina sin orden ni armonía, provocados por los paseos alienantes a través del museo cual auditor de cuadros realizando un inventario, vi dos obras que me impactaron y quedé abducido frente a ellas, acercándome y tomando distancia, ora dando la espalda ora girándome repentinamente para sorprenderlas desde otro ángulo en el regreso de alguna travesura, eran de mármol verde, una era La ola y la otra Las chismosas, de Camille Claudel, no eran demasiado llamativas, ni grandes, eran la cosa tallada más linda que he visto en mi vida. Continuar leyendo