Decir algo desalineado a lo esperado suele traer problemas. Enojar al interlocutor de turno y abrir las condiciones para una disputa siempre fallida. Porque si ambos se esmeran en sostener sus cerradas y convencidas posiciones, los dos pierden el tiempo. Y el encuentro se reduce a una sucesión de puñetazos más o menos efectivos.
Situación que dilapida la celebración que debiera significar cualquier encuentro.
Algo más o menos así es lo que pasa en las mesas de los bares y también en las discusiones que sostienen adversarios en programas periodísticos. Ocurre con los temas más diversos. Continuar leyendo