La violencia en las redes sociales se está convirtiendo en una suerte de “masa ocupante” tumoral, maligna, que genera una enorme fascinación y adhesión. Está transformándose en un ritual. Y cuando la violencia se ritualiza, toma forma de institución. Estamos frente un magma incandescente que arrasa con lo mejor de los hombres. La agresión, la violencia, atraen, producen un enorme magnetismo. La crueldad convoca: para muchas personas representa un campo de disfrute casi erótico consumir o sembrar la denigración del otro, la descalificación, el maltrato. Ustedes fíjense, por ejemplo, en Twitter: lo que más hace traccionar esa red son las contiendas entre personajes, los insultos o cualquier cosa en donde haya una dosis de crueldad y desprecio hacia algún otro.
En ese particular mundo, el virtual, en donde todos tenemos un “representante”, cualquier situación puede gatillar la violencia más insólita y comenzar a reproducirse y avanzar sobre el “tejido vivo” social: se encienden las mechas y arranca el contagio irrefrenable y más…y más y todos quieren aportar su grano de crueldad, de “actos” de envidia, de odio, de desprecio, sobre “la nueva víctima”. Y comienzan a desaparecer todas las formas de regulación que aporta el famoso “contrato social” del que tanto nos hablaba el amigo Jean Jacques Rousseau. Bueno, allí en lo virtual, en la euforia erótica del maltrato colectivo…vale todo. Que, ya es -insisto- casi un ritual y eso complejiza más el asunto. Y me quedo corto con la descripción dramática de la violencia que a veces veo en ese mundo.
El anonimato, la inexistencia del otro, de todos en realidad, da piedra libre para la búsqueda de la destrucción, porque, en las fantasías de cada agresor, el fin es la eliminación de ese otro, de ese enemigo: sólo la muerte alivia el “alma” de la persona tomada por el odio (siempre proyectivo) pues, eliminándolo, es que me exorcizo de mis miserias, colocadas en el otro vía mecanismo proyectivo.
El odio, aún más la envida (que son dos pasiones) son los sentimientos de los cuales más se alimenta esa “masa ocupante tumoral” que está copando la parada en el mundo virtual. La envidia es el sentimiento más oscuro y parasitario y vampírico que puede experimentar el ser humano. Nos consumen hermosa energía psíquica…y no nos aportan o dejan nada…de nada…bueno, me corrijo: aportan cierta satisfacción destructiva, cierto “alivio” cuando se descargan, pero a costa en empobrecernos como seres humanos. Destruir, atacar al otro, descalificar, da placer: ese es el punto. Por eso es tan difícil “extirpar” esa masa ocupante de las redes…y del mundo real también.
Si la crueldad no diera algún tipo de placer a los seres humanos, el mundo sería un lugar sin violencia. Podemos tener diferencias con mucha gente, incluso tener un profundo rechazo por ciertos personajes. Pero el asunto es la cobardía de, en todo caso, elegir el mundo virtual para expresar esas diferencias y, por supuesto, el modo en como uno las expresa.
Como cualquiera de ustedes, cierta vez respondí a alguna agresión, no lo cuestiono si es algo aislado y si uno no está “tomado” por el enojo (no podemos enojarnos de verdad con los agresores anónimos) pero no recomiendo hacerlo. Quien escribe, bloquea directamente, y jamás volví a responder un misil anónimo. Es gastar “pólvora en chimangos”…como dicen por ahí. Lo importante es que no nos tomemos realmente en serio todo lo que allí pasa, y que intentemos, cada día, aportar algo positivo a las redes: la mejor manera de hacer la paz y combatir la violencia, es usarlas para generar contenido que aporte: reflexiones, ideas, etc.
El mundo está complicado con el tema de la crueldad; negarlo es entrar en un optimismo ridículo, baldosa en la cual, al menos yo, no me puedo parar. Pero se puede ser alguien que critica y que construye y no que reproduce la locura. Entre todos, cada día, podemos hacer un mundo mejor. Con acciones, con ayuda a otros, tratando bien, comprometiéndonos con la paz, con las buenas formas. Ese es el mejor camino.