¿Qué recuerdan ustedes de cuando tenían un año, seis meses, dos años? Seguramente poco y nada ¿Es curioso no? Porque, justamente, es en esa época de nuestra existencia en donde se construye gran parte de lo que somos; es allí en donde se producen las primeras impresiones y experiencias que va a dar como resultado todo lo que después va a ser la base de lo que llamamos “personalidad”. Lo cierto es que un día “aparecemos” (como por arte de magia) en este mundo; y comenzamos a transitar las primeras experiencias de satisfacción, de alegría, de dolor, de angustia, y se van consolidando las matrices fundamentales de todo el enorme abanico de sentimientos, emociones y estados de ánimo que experimentamos los seres humanos durante toda la vida. Y bueno, allí empezamos a construir el vínculo con nuestros padres; que se construye si, como cualquier otro. El niño va adoptando a esos padres y viceversa. Si bien es cierto que un niño está quizá desde mucho antes en el deseo y fantasías de sus padres (esa es nuestra pre-existencia), lo central es que nacemos y empezamos a dejar atrás nuestra prehistoria para meternos de lleno en una historia tangible, de cuerpos digamos, intenso como pocos, como lo es el del cachorro humano con sus progenitores.