Cuando uno viaja en colectivo, en taxi o cualquier medio de transporte que vaya sobre la calle puede distraerse mirando por la ventana. Buenos Aires tiene un paisaje de lo más novedoso, lleno de detalles. Pero a la hora de tomar el subte las ventanas sólo dan a las paredes de un túnel oscuro. La mejor forma de distracción –si es que no llevamos auriculares o algún libro- es leer cuanta palabra nos encontremos en el camino. Y así surge la pregunta: ¿cuántas palabras leemos en un viaje?
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La odisea de leer en el subte
Vas directo al subte con el libro en la mano: Los detectives salvajes, El combustible espiritual o Crimen y Castigo. No importa cuál. El que estás leyendo. Estás enganchado y lo querés leer a pesar de cualquier obstáculo y aprovechando todos los instantes que el día te pueda ofrecer. Lo hojeaste mientras caminabas. Se te perdió el señalador. No te importa, lo querés leer.
Querés leerlo a pesar de tener que hacer malabarismo mientras sostenés el libro con una mano, y con la otra pagás el boleto. A pesar de que alguien te empuje, el libro caiga, te lo pisen y no te pidan disculpas. Querés leer. A pesar de haber cedido el asiento. A pesar de tener que usar la habilidad de un equilibrista para agarrarte de la manivela con una mano y sostener el libro con la otra, en un vagón que se mueve de acá para allá. Querés hacerlo aunque te marees, y aunque tu mochila sea para tu libro un lavarropas viejo que lo maltrata y deteriora todo el día.