Todo jefe tiene el pito chico

 

Tengo un rudimentario conocimiento sobre marxismo que aprendí en unas pocas clases de Sociedad y Estado del CBC y en un seminario de Pablo Rieznik al que asistí por curiosidad. Recuerdo que en aquel momento, yo trabajaba en relación de dependencia (qué feo suena eso de “dependencia”) como administrativa part-time. Al entender el concepto de plusvalía, comencé a odiar a mi jefa,  la dueña del estudio. Calculadamente, se quedaba con parte del dinero que me correspondía como salario y lo hacía también con todos sus empleados. Ella se enriquecía y nosotros vendíamos demasiado barata nuestra fuerza de trabajo.

En el último trabajo que tuve en relación de dependencia, llegué a convertirme en una trabajadora sin conciencia de clase, hasta que un día, tuve una iluminación. Cobrar mensualmente  un sueldo relativamente bajo para bancar la cara bonita de mi jefe dejó de parecerme buen negocio ¿Quién era él para que yo le rindiera pleitesía? Encima se creía muy canchero por ser dueño de una agencia de publicidad y lo peor de todo es que Micropene (así le decíamos sus empleados en secreto) no tenía ningún tipo de formación, simplemente provenía de una familia acaudalada con muchos contactos.

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