Capital Federal se diluye en un sin fin de vericuetos. Algunos al alcance del ojo humano y, otros, resguardados por las sombras arquitectónicas que dejó el imperio español. La ciudad entera se esconde, y aparece en cada esquina. Ni siquiera los que nacieron aquí la conocen entera. Hasta el más asiduo caminante pierde el rastro en algún punto. De partida y de llegada.
A veces la Ciudad se va, cantada en las letras de tango, mientras una ventisca rioplatense agita eternamente el bigote del Polaco Goyeneche. Por momentos Buenos Aires nace sobre los empedrados de El Bajo; o cuando el suelo tiembla, porque los vagones del subterráneo avanzan sobre las entrañas argentas. Hay quienes vieron morir a la jungla de cemento en los parques de Recoleta, hay quienes la vieron resucitar en los andenes de Retiro.