El patrimonio de cada día

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Capital Federal se diluye en un sin fin de vericuetos. Algunos al alcance del ojo humano y, otros, resguardados por las sombras arquitectónicas que dejó el imperio español. La ciudad entera se esconde, y aparece en cada esquina. Ni siquiera los que nacieron aquí la conocen entera. Hasta el más asiduo caminante pierde el rastro en algún punto. De partida y de llegada.

A veces la Ciudad se va, cantada en las letras de tango, mientras una ventisca rioplatense agita eternamente el bigote del Polaco Goyeneche. Por momentos Buenos Aires nace sobre los empedrados de El Bajo; o cuando el suelo tiembla, porque los vagones del subterráneo avanzan sobre las entrañas argentas. Hay quienes vieron morir a la jungla de cemento en los parques de Recoleta, hay quienes la vieron resucitar en los andenes de Retiro.

Muchos habitantes de esta tierra pueden dar testimonio de las maravillas que sorprenden a la vuelta de la manzana. Pero todas sus voces están diseminadas. Dispersas en un conglomerado de edificios. Están escondidas en alguna de las ventanas que ves desde el balcón, en las azoteas que rascan las nubes. Ahora, en este mismo momento, cientos de esas voces atraviesan el mundo porteño en bicicleta, en auto, en moto, o descienden desde un avión rumbo al aeroparque. Y cuentan historias, en tonos altos, medios, bajos.

Todas esas palabras, sin orden sin verdad y sin mentira, vienen aquí. Se estrellan contra el teclado, se procesan y se funden. Para mostrarte los lugares que crees, querés y ansiabas conocer. Bienvenido a la página de la historia que nunca se agota, bienvenido al patrimonio nuestro de cada día. Comenzamos…

Obelisco: amenazas de derrumbe, historias y tango 

Un adolescente pseudo-hippie está parado en la boca de la estación 9 de julio, subte línea D. Canta para los porteños que abandonan su jornada laboral. En el tumulto, apenas se percibe el sonido de los dedos rasgando las cuerdas de la guitarra, pero se escuchan con claridad las estrofas de un tango desafinado: “Yo soy el flaco fiel que vino un día/para hablarte de amigos y polleras/soy el que juna todo desde arriba/y que cuando te vas, siempre te espera”.

Una pareja de gringos deja diez pesos en la gorra. El muchachito asiente con el guiño de su ojo derecho, y remata: “Soy el falo mayor de Buenos Aires/puedo ser tierno, engañador o arisco/vivo de amor y por amor me muero/soy un amigo gamba: el Obelisco”. El hombre del matrimonio europeo comprende, y gira la cabeza sobre su hombro derecho. Se detienen, y señalan la estructura blanca de 67 metros que reposa sobre la plaza de la República y fue diseñada por Alberto Prebisch.

Inauguración del Obelisco

La palabra obelisco viene del griego (obelos) y significa espeto o aguja. Decoran plazas del mundo entero; en Israel, en Italia, en Francia, en Turquía, en Perú, en Egipto y en Reino Unido, entre otros lugares. La versión porteña tiene dirección sobre avenida Corrientes al 1066 y fue inaugurada oficialmente el 23 de mayo de 1936 a las 3 de la tarde. El decreto que aprueba su construcción, firmado por el por entonces Intendente Municipal Mariano de Vedia y Mitre, tiene fecha cuatro meses antes: el 3 de Febrero de 1936. Paralelamente, el 20 de abril de 1936, comenzó la construcción de la avenida 9 de julio

Elegir el lugar no fue un acto librado al azar. Allí, en 1536, Pedro de Mendoza fundó la Ciudad de Buenos Aires, jurando sobre una estaca de madera. El momento histórico tampoco fue azaroso. El Obelisco fue construido durante la presidencia del General Agustín P. Justo, durante la llamada década infame y el poema de Baldomero Fernández Moreno, grabado sobre el lado sur del gran monumento recita, todavía, algunas cosas de los tiempos que corrían: “¿Donde tenía la ciudad guardada/esta espada de plata refulgente/ desenvainada repentinamente/y a los cielos azules asestada?/Ahora puede lanzarse la mirada /harta de andar rastrera y penitente/ piedra arriba hacia el Sol omnipotente/y descender espiritualizada”.

Hay dos historias de caídas en la vida del Obelisco. En primer lugar, para construirlo, debieron tirar abajo la iglesia San Nicolás de Bari, en cuya cúpula flameo por primera vez en tierras porteñas la bandera nacional. En ese templo, además, fueron bautizados Mariano MorenoBartolomé Mitre y Manuel Dorrego. En segundo lugar, durante su construcción, un obrero inmigrante de origen italiano llamado José Cosentino cayó en una de las bóvedas del cimiento y murió: se lo conoce como el mártir del obelisco y una vieja leyenda popular asegura que, cada noche, sube y baja por los 206 escalones que conducen a la cima del monumento. Luego desaparece en el pequeño pararrayos emplazado en la punta.

El Obelisco, hoy.

No fue nada fácil construir un monumento que pesa 170 toneladas. Se necesitaron para esa tarea 680 metros cúbicos de cemento, y la labor incansable de cientos de mineros cordobeses que mandaron rumbo a la gran capital el total de 1360 metros cuadrados de piedra blanca desde las Sierras de Olaén.

Tampoco fue fácil, una vez levantado, sostenerlo en pie. “Pinchapapeles de acero y cemento”, “feo punzón” o “tachuela monumental” fueron algunos de los nombres con los que la prensa y los ciudadanos bautizaron al obelisco. En medio de esa embestida popular, el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires sancionó una ordenanza para tirarlo abajo que fue aprobada por 23 votos contra 3. El por entonces Intendente Arturo Goyeneche la vetó. La segunda gran amenaza de derrumbe también generó un torbellino de publicaciones. Probablemente, por la época. Un tal Jorge Osvaldo Delio Krasnoff envió una carta a la redacción del diario Clarín donde afirmaba: “El Obelisco desaparecerá el día domingo 12 de marzo de 1978”.

Finalmente, nada sucedió, además de las rejas que se instalaron en 1987 para evitar el vandalismo. Allí sigue, intacto, el monumento donde los argentinos festejaron los campeonatos mundiales de 1978 y de 1986. Allí está, aún, el monumento que algunas veces sirve para concientizar sobre el HIV, sobre la contaminación, o sobre las cardiopatías. Allí está, como hace algunas líneas, el pseudo-hippie adolescente. Camina despacio, con su guitarra al hombro y ya sin tangos. Lleva sus pisadas rumbo a la avenida Corrientes, y se pierde entre los teatros. Pero, esa, ya es otra historia.

¿Cómo llegar?: Colectivos: 5, 6, 7, 9, 10, 17, 23, 24, 26, 29, 39, 45, 50, 59, 60, 67, 70, 75, 98, 99, 100, 102, 105, 109, 111, 115, 129, 140, 146, 180.

Subte: 9 DE JULIO (Línea D), C. PELLEGRINI (Línea B), DIAGONAL NORTE (Línea C), LAVALLE (Línea C), 9 DE JULIO (Línea D)