Doble mensaje (destinado a Niña Virginal e Inocente)

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25. Doble mensaje (destinado a Niña Virginal e Inocente)

Fantasía en un acto

 

Suena el timbre del recreo, en una escuela cualquiera. Repentinamente, el ambiente se carga del ruido ensordecedor de la niñez. Niña virginal e inocente sale de un aula y se encuentra con Psicopedagoga, que estaba esperándola.   

 Psicopedagoga_ Me dijo tu profesora de Construcción de la Ciudadanía que querías conversar conmigo…

Caminan juntas hacia un banco situado bajo un árbol. Es el patio de la escuela y es recreo: un conjunto de niños y niñas corre, grita, juega, durante el transcurso de la escena. 

 Niña virginal e inocente_ Quiero saber si es normal que me sienta confundida.

 Psicopedagoga_ ¿Confundida sobre…?

Niña virginal e inocente_  No sé qué hacer para sentirme bien.

imagen tomada de internet

imagen tomada de internet

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Qué hacer en caso de pibe permeable o impermeable

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23. Qué hacer en caso de pibe permeable o impermeable

Resultados aproximados para un primer estudio formal 

 

1. Adquisición de impermeabilidad 

 Obviamente, en caso de pibe impermeable, la culpa es de la madre (a esta altura todos sabemos que la madre tiene la culpa de todo, siempre). El pequeñín ha de haber sido consentido en demasía durante sus  años de lactante (y posteriores), y habrá escuchado e incorporado el siguiente mensaje reiteradamente: “Hacé lo que quieras”, acompañado de variadas gamas de: “Total, para qué lo vas a hacer”, “Dejá, no hagas nada que yo lo hago por vos”, “Vos sabés más que yo, para qué te voy a decir algo”, etc. 

 Una vez que el niño ha ingresado en la etapa escolar, el mensaje reiterado será más sofisticado: “No le hagas caso a nadie porque no saben nada”, “Vos avisame si alguien te molesta que voy y lo mato”, “Si te dice algo rompele la cara a patadas”, pueden ser ejemplos estándar. Con sólo sumar múltiples aparatos y una conexión a internet, la impermeabilidad ya incipiente se perfeccionará así hasta el extremo característico de los niños nacidos en este siglo.

Bruno Amadio "El niño que llora"

Bruno Amadio “El niño que llora”

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Reproches a un mal padre

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 17. Reproches a un mal padre

(fantasía en un acto)

 Memento mori

Habitación de clínica, sencilla, limpia. Por la ventana se ve un atardecer violáceo y bello que, a medida que transcurren los minutos, se transforma en noche.  Un hombre de cincuenta años está en la única cama, arropado, con suero, inmóvil. Es el moribundo. Una mesita de luz con velador, jarra y vaso de agua completan la escena. En una silla, la esposa teje al crochet sin cesar, absorta en el tejido y sus pensamientos.  Tiene la quietud de la araña, sólo mueve imperceptiblemente sus dedos. El hijo del hombre que está por morir se pasea por el escenario, gesticula, acompaña  los movimientos de la luz del atardecer que se vuelve incandescente a medida que avanza la escena  y al final se apaga. Tiene poco más de treinta años, viste traje, camisa, corbata. Monologa: 

_Me preguntás, viejo, qué tengo para reprocharte. Considerás que tengo permitido hasta eso… te metés en una cama y con el último aliento que te queda, en lugar de declarar algo, de decir la frase que te haga inmortal en el recuerdo, cedés la palabra y el protagonismo. Voy a contestarte, entonces, diré lo que no debería jamás haberse dicho. Al articular lo que se piensa y siente, viejo, uno se convierte en autor y crea una historia. Qué tengo para reprocharte, para recriminarte en tus últimos momentos. Estás dispuesto a resignar el concentrarte en el ritmo de tu respiración para dejarte llevar por un marasmo emocional, pedís que sea yo el que desencadene los titanes primigenios.

"Los miserables" Picasso

“Los miserables” Picasso

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“El momento en que te hiciste mujer”

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10. “El momento en que te hiciste mujer”

El juego consistía en formular preguntas en papelitos, arrugarlos y luego ir sacando de a uno, fingir sorpresa y escribir brevemente, contestando “la verdad”.  ”¿Cuál fue el momento más terrible de tu vida?”, “¿Tu mayor miedo?”, “¿Tu deseo más secreto?”; pasaban las frasecitas y matábamos el aburrimiento entre chicas, durante las horas libres en la nocturna. “El momento en que te hiciste mujer”. Nos habíamos reído, pudorosas. No recuerdo a quién le tocó contestar. La jornada finalizó como todas, pero entre las hojas que quedaron sobre mi mesa apareció una con el siguiente relato, escrito con caligrafía extraña. Si es verídico, hasta ahora no lo he podido saber (de lo que tengo certeza es que ninguna de las presentes lo hubiera escrito de esa manera). Transcribo la historia; la he corregido apenas ( han pasado tantos años que no creo cometer una indiscreción al publicarla):

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

“Cuando estaba en tercer año de la primaria, me enfermé gravemente. En la escuela pidieron explicaciones y certificados médicos; no hubo manera de ocultar que había pescado un virus raro en un avión. Se armó un escándalo considerable cuando las señoritas se enteraron de mis viajes, y terminé de buenas a primeras en otra institución. Según mis recuerdos, asustada ante el enojo de mi mamá, prometí guardar nuestro secreto.

En esa época no me importaba mucho: diferentes lugares, diferentes compañeras. Yo pensaba que era normal, que todos tenían valijas y bolsos, se subían a aviones, la gente nunca llegaba a conocerse del todo. Las personas eran buenas. Si me sentía sola, bastaba con preguntarle a alguna chica: “¿Querés ser mi amiga?”. La amistad duraba un rato de plaza o de conversación sobre ropita de muñecas y nada rompía la armonía de estar siempre atravesando algo… de estar en proceso, en tránsito, llegando a algún lugar.

La maestra de quinto se dio cuenta. Ella era más atrevida, más curiosa que las demás. Leyó con atención uno de mis trabajos prácticos y afirmó en voz alta que era un hermoso hotel el de mi descripción. Entré como un caballo. Dije: “Sí, es el de España”. Por primera vez tomé conciencia de que lo único que conocía de ese país, era el hotel. El mismo, catorce veces (infinitas, para mí).

_ ¿Y te gustó la comida de allá?

_ ¿Hacía frío?

_¿Cómo andaban vestidas las chicas por la calle?

_¿Fuiste a ver algún museo?

_¿Es verdad que hay toros corriendo sueltos por las plazas?

_¿Se le entiende a la gente cuando habla?

Nada. Ni la posibilidad de inventar respuestas para ellos, para mí. Descubrí que mi cabeza estaba absolutamente vacía, que mi vida consistía en dar la mano para cruzar la calle, abrigarme bien en invierno y armar la mochila, que sólo yo conocía la palabra pasaporte y que algo raro había en el tema de los viajes como para que mi mamá no me dejara decir nada y mis recuerdos se limitaran a una habitación de hotel.

El día que nos detuvieron en el aeropuerto, la despiadada mujer que me trajo un vaso de agua me explicó por qué era malo para mí “ser mula”. Ése fue el preciso, el exacto momento, en que me hice mujer. Entendí que mi mamá me estaba haciendo algo innombrable, adiviné su vergüenza indigna. Finalmente, comprendí.

No la perdoné en ese momento, no la perdono ahora. El final de mi infancia coincide con el nacimiento de mi desprecio por los adultos, con la repugnancia que me inspiran sus traiciones, infamias que los niños son incapaces de cometer.  El final de mi historia es tan banal que opaca el relato: me detuve finalmente, dejé de ser cosa al mismo tiempo que niña, pasé a ser persona y me limito a vivir.”

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En la puerta de la escuela, el Paco espera

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9. En la puerta de la escuela, el Paco espera

La primera vez que lo vio era un cachorrito; salía de una caja de cartón, debajo del banco de una plaza. Le pareció feo y defectuoso, rengo, con la panza desmesurada por los parásitos, perfecto. Dejó de mirar hacia adentro, interrumpió el monólogo interior miserable y odioso, se detuvo para ver al perro. Bastó con un chiflido. Juan Moreira lo miró, movió la cola, caminaron y crecieron juntos a partir de ese momento.

 

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

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