En las revistas y en la tele. Ahí están: las #MadresPerfectas de la publicidad. Acunan a bebés rozagantes, vestidos de impoluto blanco, gorditos y sonrientes. No hay bebés flacos, bebés sucios, bebés llorando. Todos los niños sonríen y son una dulzura. Y todas las mamás son jóvenes y flacas, claro.
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¿Acaso soy tu esclava?
¡Si habremos escuchado de nuestras madres alguna frase de este tipo! “Claaaaro, dejá todo tirado en el comedor, total, ¿quién ordena? ¡La esclava! Dormí hasta el mediodía, ¿quién se levanta a las 8 am para limpiar la casa y lavar una montaña de ropa? ¡La esclava! Comé en el sofá y dejá todo mugriento, ¿quién limpia el tapizado? ¡La esclava! Ahora capaz se ríen, pero solía ser un flagelo, una tortura, una exageración histérica. ¿Pero no se encontraron en algún momento diciendo o pensando frases parecidas?
S.O.S. ¡Le tengo pánico al control pediátrico!
Entramos al pediatra con pie de plomo. No sabemos bien qué nos va a deparar: el consultorio puede llegar a ser una pesadilla llena de pestes, el terror de la madre germofóbica. Y ahí te encontrás con la realidad de la consulta pediátrica: horas de espera, niños aburridos (y con razón), padres exasperados (y con razón), juguetes de dudosa procedencia e higiene, recepcionistas de mal humor, teléfonos que estallan, bebés que lloran.
¡Abajo las #MadresPerfectas!
Las escuchás en el súper, en el colectivo, en el pediatra. Son las famosas #MadresPerfectas. Gustan mucho de la comparación. “Juancito a los 11 meses ya caminaba perfecto, ¿Santi todavía nada?” -te dicen con falsa preocupación, regodeándose por dentro. Claro -pensás- aprendió a caminar para escaparse de vos.