“¿Pero le diste o no le diste?”, me preguntó el gordo en el restaurante. “Es que vos tenés la idea fija, gordo”, le contesté yo que me había pedido un medallón de lomo a la mostaza con papas noisettes. “Todos la tenemos, pa, sólo que algunos subliman escribiendo”, me cacheteó el dogui (derivado de “dogor”) mientras se servía la primera porción de la grande de anchoas que se iba a lastrar hasta el cabito. “Pero si la mina no te cierra me parece que es como que la estás usando”, le dije yo. “¿Pero si ella te da cabida vos qué drama te hacés? Además te sacás las ganas y después ya está, ya fue”. Ya fue, ya fue, ya fue… me quedó rebotando como un eco en el marulo. ¿Así de simple puede verse una relación? ¿Puede separarse la carne del sentimiento? ¿Fue o es? ¿Qué onda el verbo to be? Todo esto me lo pregunté mientras cortaba el pedazo de carne rosada que sangraba y me hacía agua la boca. Y lo miré al gordo que se morfaba el pescadito apestoso ese con la mano antes de entrarle a la masa cocinada a la piedra. Y ahí pensé, ¿preferimos el amor romántico o todo se trata de saciar nuestro instinto carnal de supervivivencia de la especie?