Muchos fines de semana recibo llamados de amigos desesperados que, aun estando en pareja, me piden salir conmigo a donde sea. A mí me sorprende un poco, porque son los mismos que, cuando estaban solteros, se quejaban de tener que verme la cara todos los viernes y sábados (los domingos están reservados para la familia, el fútbol y la depresión de las siete de la tarde). Y yo, como siempre estoy disponible, les digo que sí y, al instante, me transformo en su compañero de aventuras. Algunos mantienen su fidelidad a rajatabla, siguiendo el mandamiento tácito que han firmado con sus parejas, pero otros son, digamos… más flexibles. Sin embargo, algo de todos ellos me llama poderosamente la atención: por sus cuerpos circula la inagotable “energía del amore”.