Por: Martín París
Muchos fines de semana recibo llamados de amigos desesperados que, aun estando en pareja, me piden salir conmigo a donde sea. A mí me sorprende un poco, porque son los mismos que, cuando estaban solteros, se quejaban de tener que verme la cara todos los viernes y sábados (los domingos están reservados para la familia, el fútbol y la depresión de las siete de la tarde). Y yo, como siempre estoy disponible, les digo que sí y, al instante, me transformo en su compañero de aventuras. Algunos mantienen su fidelidad a rajatabla, siguiendo el mandamiento tácito que han firmado con sus parejas, pero otros son, digamos… más flexibles. Sin embargo, algo de todos ellos me llama poderosamente la atención: por sus cuerpos circula la inagotable “energía del amore”.
La “energía del amore” (“amore” con “e”, porque suena más romántico) es una especie de halo de energía extracorpórea que rodea las humanidades de todos mis amigos con novias. ¿De qué trata? Bueno, básicamente esta fuerza mágica, de alguna manera que todavía no logré descubrir, los hace irresistibles frente a las mujeres. Es increíble, pero los vagos, cuando el compromiso parece haberles puesto un cinturón de castidad, se levantan a cualquier mina sin hacer el más mínimo esfuerzo. Mientras que nosotros los solteros, los que día tras día y noche tras noche nos esforzamos en dar lo mejor de nosotros para seducir a un integrante del sexo opuesto que nos atraiga (“o la que venga”, soy capaz de confesarte con un par de tequilazos encima que me noqueen la honestidad), no nos levantamos ni a la mañana. ¿Por qué sucede esto? Bueno, tengo un par de teorías.
La primera y principal es que cuando uno está en pareja se siente más seguro. Como que cuando estás con alguien ya sabés que una mujer te desea, y que si, por esas cuestiones locas del universo, un asteroide cayera sobre el planeta justo cuando vos y tu novia van en el último subte de la noche descubriendo al salir a la superficie que son los últimos seres humanos vivos que quedan sobre la faz de la Tierra… ya tenés a quién darle. Porque sentirse deseado da seguridad. Incluso, creo que da más seguridad que sentirse amado, puesto que el deseo corrompe, pero nos asegura la posibilidad de perpetuar la especie, de ser machos alfa con posibilidades de reproducción dentro de nuestra manada (a mí nunca me pasó), mientras que cuando el amor se cae, todo alrededor se cae (ah, ¿no es así? ¡Lo escuché en una canción!).
Por tal motivo, creo que ser deseado les da seguridad a mis amigos comprometidos, porque ya saben que pueden conquistar, ya lo han hecho, así que se mueven sin tener que simular ser más interesantes que lo que en realidad son (hete aquí el secreto de toda buena seducción). Y a las minas les encantan los hombres seguros de sí mismos, los que no simulan, los que dicen “mirá, básicamente así soy yo. Si te va bien, y si no… ¡tengo novia!”. Pero del otro lado estamos nosotros los solteros, aquellos que, agazapados entre las sombras de todos los boliches, bares, fiestas, reuniones, cumpleaños o colectivos, esperamos el momento en el que la inocente zebra se acerque a tomar agua al estanque para darle el tarascón.
Pero aquí viene mi segunda teoría. Así como el flaco con novia hace la suya, está tranquilo, se mueve seguro porque sabe que ya tiene algo, y a las minas les encanta que no les den bola, los solteros atacamos en manada, todos juntos contra una sola mina, nos chocamos entre nosotros como si fuésemos velociraptors tambaleantes por algunas botellas de birra media picada. Por eso, las novias de nuestros amigos nos odian, porque creen que nosotros los llevamos por el mal camino y que somos una mala influencia para ellos. Pero todo lo contrario: ¡lo único que queremos es conseguir pareja para salir de a cuatro! Y por eso terminamos dando lástima, porque cuando no estamos recubiertos por la “energía del amore”, las minas son capaces de oler nuestra desesperación.
Es que a medida que los desencuentros se suman y los encares fallidos nos golpean el ego, nos vamos creyendo que no tenemos un valor competitivo dentro del mercado del amor. Porque el pibe que está con una mina sabe que alguien apostó por él, mientras que nosotros nos vamos rebajando el precio, hasta inventar promociones de conquista que nos convierten en casi un outlet del amor. Por eso, en otra desesperada estrategia comercial para que compren dos al precio de uno, le pedí a mi amigo comprometido que me haga la segunda con una mina que estaba sobre la barra del bar, y luego de un par de sonrisas cómplices, la mina me hizo un gesto para que me acerque y, al oído, me preguntó…
“¿Cómo se llama tu amigo?”