Procesiones

Una de las cosas que más me quita el sueño luego de haber salido por primera vez con una chica es saber qué impresión se llevó de mí luego de la cita. ¿Se habrá sentido cómoda? ¿Habremos logrado alguna conexión al contarnos nuestras historias? ¿Creerá que realmente me interesa conocerla? ¿Le habré gustado? ¿Volveremos a salir? Todas estas preguntas y muchas más me surgen instantáneamente en la cabeza cuando nos despedimos y ahí arranca un maremoto de pensamientos agotadores que repasan cada pequeño detalle, gesto y palabra del encuentro para tratar de identificar aunque sea una mínima señal que me permita saber si el futuro nos encontrará intentando algo juntos o nos abandonará nuevamente a la soledad del desencuentro. Es que a veces los nervios te juegan una mala pasada y te querés matar porque una primera cita tiene el poder de definirlo todo: algo puede nacer o morir para siempre. Por eso, al despedirnos, al mirarla por última vez a los ojos sin saber si los voy a volver a ver alguna vez, en mi cabeza comienzan procesiones.

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Intensidades amorosas

Confieso que tengo el “te amo” fácil y estoy seguro que una de las mayores cuentas pendientes que aún conservo en mi vida es la de no saber manejar muy bien las intensidades amorosas. Quiero decir que, en verdad, creo que todo se trata de saber sincronizar el amperaje del amor. Esto es tener claro cuándo se debe ser intenso con alguien demandante, o cuándo ser distante con alguien independiente. Bueno, la cosa es que yo siempre fui a contrapelo de las personalidades de las minas con las que estuve, lo cual me otorgó un título con las mujeres que todavía no sé si es virtuoso o si evoca un defecto a tratar con mi psicólogo: siempre soy el anteúltimo hombre de sus vidas.

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