Cuando corté el teléfono sentí que se me venía el mundo abajo. Ese último “Chau”, era la frase final de una historia que le había dado sentido a muchas noches de insomnio. Porque pensaba que la había encontrado, que la búsqueda implacable había dado, por fin, su rédito tan deseado. Pero no, al cortarme el teléfono me lanzó al olvido una vez más. El gordo pasó por casa y salimos a recorrer el barrio. Me preguntó por qué estaba mal y yo le conté que acababa de terminar con esa chica de la que tanto le venía hablando. Que no podía entender cómo había pasado, pero que me cabía igual. Y, entonces, mi amigo me miró a los ojos y, con esa honestidad brutal que tiene la gente que te conoce en carne viva, me dijo: “¿Cuándo vas a hacer algo en tu vida sin pensar?”.