El diván está incómodo.
-Ahora parece que todos somos descartables: hoy te quieren, mañana te ignoran, pasado te olvidan.
Miro a mi psicólogo.
-¿Escuchó alguna vez esa frase “nadie es imprescindible”?
-Sí.
-Esa es la frase más cruel que escuché en mi vida.
-¿Por?
-Porque yo creo que uno desea volverse imprescindible para la gente que quiere. ¿Se imagina que de un día para el otro un ser amado venga y le diga “bueno, gracias por todo”, pega un portazo y se va, lo reemplaza con una muñeca inflable o peor, que ni le importe reemplazarlo? ¡Eso es una porquería!
Me acomodo en el diván para mirarlo de frente.
-Yo quiero volverte loco, que me extrañes apenas me voy, que te falte la respiración si no me ves, que te desesperes por hacerme feliz, que tu vida no sea la misma sin mí.
Mi psicólogo se acomoda en su sillón. Yo me pongo de pie.
-Porque cuando uno hace una elección en su vida, tiene que pensar que es una elección en siete mil millones de opciones. O sea que cuando usted besa a una mina, está besando a una sola mujer de este planeta. No besa a una china, ni a una nigeriana, ni a una croata (a no ser que la chica que esté besando sea de esa nacionalidad), besa a la mina que usted eligió frente a todas las otras muchas opciones que le presenta su vida.
Mi psicólogo frunce el ceño.
-A lo que voy es que cuando usted le da amor a una persona se la da a esa persona y no al resto de la humanidad, ¿me entiende?
-Lo entiendo.
-En ese momento ese gesto cobra una entidad única no sólo por lo que representa, sino por su negativo. O sea que yo beso a una mina, no sólo porque la elegí a ella, sino porque no beso a otro ser humano en el universo. ¿Entiende la complejidad de todo esto? ¿Entiende que cuando uno hace una elección en esta vida por una persona REALMENTE está haciendo una elección ÚNICA?
Le digo resaltando dos palabras que imagino en mayúsculas.
-O soy único o no soy nada. Eso quiero que sientan por mí, porque yo siento eso por la gente que tengo a mi lado. Así que eso de que nadie es imprescindible… ¡las pelotas!
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En terapia (primera parte)
Llego. Me siento en el diván.
-Lo estaba esperando.
Mi psicólogo tiene una sonrisa medio perversa en el rostro.
-A veces siento que todo lo que hago sólo cobra entidad cuando un “otro” se entera que lo hago y emite una opinión.
Mi psicólogo tuerce una ceja.
-¿En serio siente eso?
-No sé, ¿usted qué opina?
Mi psicólogo se pone de pie y me invita cordialmente a retirarme de su consultorio.