Por: Martín París
Llego. Me siento en el diván.
-Lo estaba esperando.
Mi psicólogo tiene una sonrisa medio perversa en el rostro.
-A veces siento que todo lo que hago sólo cobra entidad cuando un “otro” se entera que lo hago y emite una opinión.
Mi psicólogo tuerce una ceja.
-¿En serio siente eso?
-No sé, ¿usted qué opina?
Mi psicólogo se pone de pie y me invita cordialmente a retirarme de su consultorio.
-¿No le molesta lo difícil que resulta terminar historias?
-¿A usted le molesta que no puede terminar historias?
Mi psicólogo se me queda mirando fijo.
-¿A usted no le pasa, doctor?
-Dígame licenciado. ¿A usted le pasa?
Ahora lo miro yo sin entender.
-Porque asume en mí, una dificultad que tiene usted.
Al doctor no le pasa, parece.
-A veces hago un corte físico, pero la mente sigue enganchada. Como que dejo de hacer cosas para terminar con algo, pero una noche no me puedo dormir porque me aparece algún recuerdo o porque me quedo analizando alguna situación del pasado.
Me quedo tildado mirando una manchita de humedad que hay en el techo.
-Nunca me tocó dejar a alguien. Pero dicen que ya desde el comienzo de la relación uno puede guiar el ritmo de la pareja. Algo así como que si encarás bien desde el principio, vos podés tener el poder.
Me envalentono.
-Sí… la próxima relación tengo que ser yo quien pueda dejar al otro. ¿O no, doctor?
Me pongo de pie y miro para todos lados.
-¿Dónde se fue, doctor?
-Siento como dos fuerzas antagónicas luchando dentro mío: el olvido peleando contra el recuerdo.
-¿Y para que bando juega usted?
Dudo. Niego con la cabeza.
-Es raro. Por un lado, está la necesidad de olvidarlas, para poder arrancar otra vez desde cero, dejarse sorprender por una historia nueva, pero por el otro, están los recuerdos, que son bastante pocos pero son los que más se relacionan con mi forma de ser.
-¿Por qué?
-Porque me parece feo olvidar así sin más. Que todo lo que pasó se transforme en un recuerdo frío, lejano. Porque lo que sentí en ese momento fue cien por ciento real, y ahora tener que sacarme esas sensaciones del cuerpo me parece una cagada, como que uno tiene que transformarse a la fuerza en un robot que se cambia la memoria para poder sobrevivir. Yo no quiero que sea así. Quiero que algo me quede de todo eso.
-¿Usted no cree que algo le va a quedar? ¿Que algo cambió?
-No lo sé todavía. Calculo que eso lo sabré en el próximo partido. Porque esa sensación es la más rara: la de no saber si uno perdió todo o si aún queda algo por ganar. Es un empate sin final esto.
Y me quedo con los brazos cruzados y en silencio, esperando escuchar un pitido que nunca llega.
Mi psicólogo me encuentra mirando por la ventana sumido en melancolía.
-Lo que más me cuesta entender son estas muertes en vida.
Suspiro.
-Esto de no verla más de un día para el otro… es cualquiera.
-Hay cosas que no se pueden racionalizar.
Lo miro.
-No lo puedo soportar. ¿Cómo puede ser? Estamos los dos vivos…
Mi psicólogo ve que estoy muy angustiado.
-Usted no lo puede manejar. No depende de su voluntad.
-¿Y si hice algo mal?
-¿Y si no?
Niego con la cabeza resignado. Mi psicólogo se me acerca.
-No intente cambiar el pasado. Eso es imposible. Tampoco se concentre en el futuro, no sabe cómo va a ser. Mejor encárguese del presente, que es lo que realmente sucede.
-Ya es tarde, doctor.
Mi psicólogo tiene algo más para decirme.
-Hoy no es tarde.
-Hoy todo vale nada.
-Dígame licenciado.
-Vivimos en una especie de deflación sentimental.
Caigo sobre el diván.
-Siento lástima por mí.
Me desangro.
-Por creer en vano otra vez.
Mi psicólogo nota mi hartazgo.
-¿Cómo se hace para creer otra vez, y otra vez, y otra vez y no caer en la bajeza de la sospecha permanente?
Me pongo de pie. Camino por todo el consultorio. Voy para un lado, voy para el otro. Trato de encontrar una respuesta que no está en ningún lado. Que se me escapa. Mi psicólogo me mira girando, cambiando de dirección, simulando, pretendiendo ser quien no soy y desnudándome por completo.
Estoy perdido.
Pero de pronto una idea me ilumina el rostro.
-Ya sé, doctor.
Mi psicólogo toma aire.
-Por favor, dígame licenciado. ¿Qué sabe?
-Ya sé cómo hacer la próxima vez.
Lo miro y le sonrío.
-Voy a volver a creer.