El vino que no miramos

Estuve cuatro días en La Rioja, recorriendo las zonas vitivinícolas más importantes y degustando la mayoría de sus vinos en una iniciativa del Ministerio de Agricultura de la provincia con el objetivo de volver a poner a La Rioja vitivinícola en el lugar que le corresponde. Y el hombre a seguir es José Turbay, un joven con mucho empuje que ama su tierra.

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Pero fue gracias a este viaje que pude degustar y conocer a muchos pequeños productores, pero que no son bodegas, sino productores artesanales (alrededor de 12.000 botellas/año) y caseros (alrededor de 5000 unidades).

Muchos héroes anónimos como Silvio Salvadores y su esposa Sonia de casa India que hacen lo que pueden para mantener la tradición familiar. Y digo que hacen lo que pueden porque a las dificultades técnicas lógicas de un pequeñísimo emprendimiento, se le suman los avatares de la naturaleza.

Recorrimos la Costa Riojana, ese atractivo camino de montaña que rodea el cerro del Velazco, Chilecito, los distintos vallecitos del gran Valle de Famatina, el mágico Chañarmuyo y Villa Unión.

Luego de tres días de degustaciones varias, incluyendo el Festival Nacional del Torrontés Riojano y el Concurso Evilar 2014 (primer evaluación de los vinos de la provincia), tengo un panorama claro de la actualidad vínica de la región. Pero lo que más me impactó fue conocer a personas y sus vinos, que viven de sus pequeñas producciones. Vinos que tienen mucho para decir. Un trabajo duro y silencioso de familias enteras que, en muchos casos, viven de la venta de estos vinos que rondan los $30 cada uno. Y sorpresivamente el Torrontés Riojano no es la estrella, sino los tintos a base de Cabernet Sauvignon y dulzones. Las únicas chances que tienen es vender desde sus casas/bodegas, sobre todo las que quedan sobre la ruta a Chilecito,  o en las ferias regionales. La mayoría de los  productores caseros y artesanales trabajan en condiciones algo precarias. Recordar que para hacer buen vino es necesario contar con tecnología. El INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) algo está haciendo al respecto, con un equipo de frío y un filtro móvil. Pero queda mucho camino por recorrer.

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Pero estos pequeños héroes anónimos del vino son muy importantes para el folklore local del vino. En 2014 llovió mucho, y eso complicó mucho la cosecha. Esto explica que la mayoría de los Torrontés del año carezcan de las fragancias típicas. Mientras que los tintos, Malbec, Cabernet Sauvignon y Bonarda, no han sufrido tanto. Más allá que muchos han salido dulces. Ellos dice, “nos quedó así”.

Pero el valor de estos vinos va mucho más allá de la calidad. Ellos deben mantener vivo un tipo de vino que habla del lugar y su gente, de su cultura. Y con poco se puede hacer mucho. Porque hay muchos de estos vinos que son sumamente decentes. Y si a eso se suma el lugar y su gente, terminan significando una opción muy atractiva para conocer. La idea es que los que pasen por allí, y se lleven algunas botellitas a sus casas, puedan replicar la experiencia una vez en casa y lo compartan con los suyos. Par destacar los vinos de

Cepas de Pituil (origen de agradables grapas, y grapas anisadas), El Cabernet Sauvignon y el Malbec Roble de Casa India; dueños de un viñedito único que hasta cuenta con riego por goteo; el Malbec Roble de Los Navarro y los caseros de Doña Emilia, los tintos (un Syrah y un Malbec) de Horacio y Eduardo Castro y los vinos Don Juan.

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Luego de degustar más de 150 vinos, entre exponentes de bodegas, productores artesanales y caseros, puedo decir que muchos de estos últimos, hicieron un mejor papel que algunos de bodega. Y si bien las tolerancias (léase exigencias) son diferentes, las distintas calidades están garantizadas por el INV.

Es tarea de todo amante del vino mirar más a esta gente, y apoyarlos con sus visitas y compras, porque ellos se esfuerzas para convertir el fruto de su tierra en placer para compartir. Porque ellos también son parte del gran momento del vino argentino, y aportan a la gran diversidad que ofrece nuestra bebida nacional.

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