Más respeto a los mayores

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En las últimas semanas tuve la oportunidad de degustar varios vinos de cosechas anteriores. Y con eso me refiero a vinos de 5 a 25 años de vida. Para muchos, son vinos viejos, para otros tesoros bebibles, y para la mayoría vinos que no se tienen en cuenta hasta que llegan a la mesa de uno.

Todo vale en cuánto a gustos, y nadie es quien para decirnos que preferimos, pero si me parece interesante destacar que todos los vinos que he degustado, con varios años en botella, demostraron que evolucionan muy bien. Más allá que muchos no hayan sido concebido para tal fin. Como por ejemplo el caso de la magnum de Chandon Extra Brut, corte 2004, que descorcharon para celebrar en la embajada francesa, los 40 años de Onofre Arcos en la bodega y Chef de Cave desde hace 20 años. El espumante estaba maduro, pero con una acidez, una fineza de burbujas y unas notas complejas que a ciegas muchos hubieran apostado que se trataba de un reconocido Champagne.

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Otro espumante de la misma cosecha, y en este caso con mayores pretensiones de guarda, fue el Rosell Boher Brut. Delicado y profundo, con agradables notas de evolución. De López, qué más se puede agregar en este contexto. Todos sus vinos están concebidos para que al llegar a la copa regalen equilibrio y consistencia, con la complejidad que sólo le da el tiempo a los grandes vinos. Me gustó la evolución del Montchenot 115 años, cosecha 1988. Porque pasaron 27 años desde que nació, y sigue diciendo cosas, más allá de ser fiel a un estilo único. Con Sebastián Zuccardi pude degustar muchas cosas en estos días. Y algunas de ellas fueron traídas especialmente de la cava de la bodega. Así, el Chardonnay 2006 de Q, el primero elaborado con uvas del Valle de Uco, y el que inauguró la nueva era de los blancos de alta gama de la casa, se mostró expresivo y refrescante. Pero la joya guardada de la noche (en Oviedo) fue el Tempranillo Q 1999. Un vino que emocionó al joven wine maker de la bodega. Y claro, no es para menos; porque allí está la historia de sus antecesores, los que forjaron la empresa en la cual él está escribiendo la suya propia. Un tino que sigue regalando estructura y un final de boca complejo. Y, como a Emilio Garip (dueño del restaurante Oviedo) le encantan los vinos bien añejados, trajo de su cava propia dos exponentes para confirmar que los buenos vinos nacionales, evolucionan muy bien. Descorchó el primer Trapiche Medalla Blanco, un Chardonnay 1995 vivito y coleando. Y un Pérez Cuestas 1986, elaborado en su momento por Carmelo Patti. Y hablando de blends y grandes enólogos, Roberto de la Mota fue otro de los que estuvo paseando por buenos aires y, entre tantos vinos, descorchó a la luz de la vela en los jardines del Palacio Duhau, una magnum (botella de 1,5 litros) de su Mendel Unus 2004. Uno de sus dos primeros vinos en Mendel. Y recordó la gran cantidad de vinos, dentro de un estilo pensado más para la evolución que para el consumo joven, que elaboró junto a su padre (don Raúl) en Weinert.

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Todas estas degustaciones me llevaron a reflexionar mucho sobre el tema. Ya que como conocedor y curioso, soy de analizar mucho cada vino y a veces no les tengo el respeto que se merecen a los mayores. Porque más a allá de tener o no la intensión de evolucionar sana, digna y atractivamente con la estiba, son vinos que van más allá de las sensaciones que puedan brindar en el momento de degustarlos. Porque ese momento, sin dudas se extiende, ya que los vinos, sus sabores diferentes y sus cosechas, quedan flotando en la mente y el paladar. Y los recuerdos remueven muchas cosas, muchos sentimientos. Por eso a Sebastián Zuccardi le emociona la evolución del Tempranillo Q 1999, o a Eduardo López anunciar que lanzan su ciclo de degustaciones verticales partiendo de un vino con 40 años, sí el Montchenot 1975 (del Centenario). Ya sean blancos, tintos o espumantes, la experiencia de disfrutarlos, compartirlos y dejar fluir los recuerdos con otros amantes del vino, es una experiencia que los vinos actuales, por más impactantes, elegantes, expresivos y complejos que sean, no pueden ofrecer. Ya lo dice mi gran maestro de los vinos guardados, Víctor Dayan (quien ostenta la mayor colección de estos vinos en nuestro país) de Ligier; después de un vino maduro, no se puede tomar otro vino. Porque te lleva a otra parte, en todo sentido. Y si bien es imposible hacer un análisis justo de la relación calidad precio cuando el tiempo juega un rol importante, él tiene una muy buena explicación; “siempre vale más el vino que lo que cuesta. Cuando lo puedas pagar, no me vas a preguntar por el precio; y si te lo explico ahora, no me lo vas a entender”.

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