El tan temido adiós

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ARSÈNE WENGER – La decepción del profesor. ¿El fin del Arsène-al?

En la vida, como en el amor y en el fútbol, hay señales que hacen notar cuando las cosas no están bien. El ser humano, con gran tendencia a autoengañarse, suele evitar convencerse sobre ciertas sensaciones producidas por indicios, tal vez asumiendo que el fin está muy cerca. En las relaciones amorosas hay idas y venidas, altas y bajas emocionales, principio, desarrollo y en muchas ocasiones, final. Y no es descabellado hablar de Wenger y el Arsenal como una relación a largo plazo de amor incondicional que poco a poco, año a año, se ha ido marchitando hasta muchas veces tocar fondo, o al menos parecerlo.

Y si, ya son incontables las oportunidades donde se cuestionó la continuidad del entrenador, pero firme y estoico evitando que los tropezones sean caídas el francés ha sido la cara visible del equipo por casi 20 años. Aunque tal vez, con el resultado de hoy y otra eliminación en la Champions League a la vuelta de la esquina eviten que Arsene logre su cometido y que las dos décadas al mando del club de su vida se vean inevitablemente interrumpidas. Pero no son los hechos ni la realidad los que llevan a esta conclusiones, sino las benditas sensaciones tras una derrota dura, evitable e inesperada, en otro triste papel del equipo jugando en casa que nunca debió ocurrir.

Más allá del intachable planteo de un Monaco marcado por las ausencias y el perfil bajo de llegar al Emirates con el favoritismo del lado anfitrión, Arsenal volvió a dejar una imagen sobre el campo que denota un desgaste más psicológico que físico, más anímico y mental que futbolístico, heridas a flor de piel tras años de penurias locales y de noches europeas poniendo siempre la otra mejilla para recibir la siempre esperada bofetada. Ante la adversidad, las respuestas nunca llegaron, la esperanza inconsciente del hincha se marchitó a medida que el equipo iba incansablemente hacia el arco de Subasic, sin éxito, chocando con la misma pared, repitiendo una imagen con gusto a cliché saboreada por años en el norte de Londres.

OLIVER GIROUD – El francés dilapidó una chance que resume de qué está hecho

Sacar a Monreal tras su flojo partido ante el Palace para incluir al inestable Gibbs, confiar a pleno en un Bellerín dando sus primeros pasos ante la ausencia de Debuchy, ver sucumbir por enésima vez a un Mertesacker que desde Brasil no es el mismo, Coquelin, Özil, Alexis, Giroud… Demasiado, porque los nombres propios cargan con la mala energía que se respira en un estadio que jamás sintió la esencia del mejor Highbury, hoy viendo a un volante central titular improvisado ser aleccionado por Kondogbia, TOP en su puesto, como la enésima muestra de que el salto de calidad se dio, pero sigue faltando algo. Mientras que el fantástico chileno se frustraba en cada ataque, el wandering wardrobe -como lo llamó The Guardian a Giroud- dilapidaba una chance clara que resume perfectamente de qué está hecho. El roce en el alemán que decretó el primer gol del partido fue el mismo que, tras el remate de Welbeck y el desvío en Walcott, no le permitió a los locales marcar un gol antes de los 90′. Nunca se vio un equipo tan poco agraciado por la fortuna como este.

Wenger tomó una bocanada de aire gigantesca con la emotiva última FA Cup, pero noches como la de hoy hacen difícil pensar que su continuidad al mando de un barco que choca siempre contra el mismo iceberg se prolongue por mucho más tiempo. El masoquismo tiene un límite lógico hasta para el ser más curtido tras años de sufrimiento, hasta para el cuerpo más erosionado por las continuas decepciones. El sorteo de octavos más benévolo terminó siendo un arma de doble filo, un golpe aún más duro porque el resultado que se dio en contra era el que se esperaba a favor. ¿Será junio 2015 la fecha del tan temido adiós? Muchos coinciden que ya es la hora, a la espera de un revolucionario que llegue para cambiar la mentalidad estancada de un equipo atrapado en arenas movedizas, tal cual lo hizo un espigado y desconocido entrenador, allá por septiembre de 1996.

Por Agustín Devoti

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