Una periodista en apuros

#LíneaMaginot

Iba a inaugurar este blog con otro tema, menos actual, más sesudo, provocador desde un lugar de pensamiento. Me gustan los planteos que patean el tablero, que por un momento hacen que alguien se pregunte: ¿Por qué las cosas son así y no de otra manera? Iba a invitarlos a reflexionar sobre el derecho de autor con un método poco usual. Ya lo haré pero ahora mismo no voy a hacerlo. Porque anoche leí “Un comunista en calzoncillos”, la novela que el domingo último presentó Claudia Piñeiro en la Feria del Libro.

¿Existen los pequeños acontecimientos? Son hechos que revisten importancia pero que, no obstante, no dejan de ser pequeños. Les cuento…

Quien primero me dio un ejemplar de “Un comunista en calzoncillos” fue Antonio Santa Ana, de Santillana. Pero luego, Verónica Barrueco, la jefa de prensa, me contó que Claudia había dejado firmado un ejemplar para mí, que tenía que enviármelo. Entonces, ese ejemplar que ya tenía lo doné a la Biblioteca del Círculo Cultural –una biblioteca hermosa de la que soy socia y benefactora- porque por correo me estaba llegando la novela dedicada. Al abrir el sobre me encuentro con la primera novela de la trilogía Blackstone –una trilogía romántica-. Caramba.

Así que el domingo fui al gran acto gran en babia. Eduardo Sacheri y María O’Donnell fueron los encargados de presentar el libro. No lo hicieron bien. Sacheri habló muchísimo y planísimo, es decir, sin aristas a partir de las cuales se reflejara una luz sobre la novela. Incluso había momentos en que, en medio de una frase, hacía largas pausas, se quedaba como congelado. “Dale play”, bromeaba yo con mi amigo Marmurek. María, en cambio, habló poquitísimo, fue con computadora y todo pero nunca encontró el texto que había preparado. Mientras tanto, Claudia no sacaba los ojos de la entrada a la sala Leopoldo Lugones, a ver cuándo se abrían esas puertas y aparecían sus hijos varones, cómo es que no llegan todavía. Cuando llegaron cambió todo. Claudia se animó y, al instante, se animó el ambiente.

De modo que la presentación no había sido auspiciosa y no me alentaba a leer la novela, más bien me provocaba aplazar su lectura. No haberla leído representaba un alivio porque tenía mucho miedo de que no me gustara o de que no me gustara tanto. Esto no es culpa de la presentación. La cuestión es que Claudia y yo somos amigas. No conocidas. Amigas. De las que se visitan en las casas y se cuentan secretos. Además, soy su lectora y tengo mis libros preferidos: “Tuya” y “Las grietas de Jara”. Pero había un antecedente que me torturaba: “Betibú”. Sucedió que yo trabajaba para el suplemento de Cultura del Diario Perfil y había pedido hacer la reseña –sin haber leído la novela, con confianza ciega- y todo me salió mal: la novela no terminó de convencerme –aunque me enamoré de Brena- y el editor me pidió expresamente que la tratara con maldad. La pasé mal en ese momento. Tal vez no por las razones que ustedes están pensando al leer estas líneas: la pasé mal porque cuando soy periodista, soy más periodista que amiga, más periodista que hija, que empleada, que lo que sea. Soy periodista. Iba a hacer lo que pensaba que era honesto para el lector. Soy de esos periodistas rara avis que no trabaja para el dueño del medio ni para los contactos/amistades/red de contención sino para el lector que la lee, el oyente que la escucha, el televidente que la ve. Lo que me daba bronca y lo que no me dejaba dormir era que como la novela no me había gustado tanto parecía que le estaba haciendo caso al editor. Fueron días difíciles. A Claudia se lo conté un año después.

Pedí tener este blog porque de vez en cuando tengo ganas de escribir, de molestar escribiendo, pero no quiero tener que negociar ni explicar ni discutir infructuosamente con un editor. Un blog es un lugar humilde pero sin jefes. Quería comenzarlo con una sesuda forma de destruir todo lo que se ha dicho sobre el derecho de autor. Así, como para empezar con algo modesto (¿?). Pero anoche leo “Un comunista en calzoncillos”… Al principio parece que se tratara del padre pero no es más que otra forma de conocer a Claudia, de cómo y por qué Claudia es Claudia, y entro a ofenderme por este asunto de que es una novela bella y dulce y dura y sutilmente inteligente y será de Dios que me encante y no me toque escribir sobre ella. Aunque no es eso solamente. Hay más, algo fundamental relacionado con la literatura. Desconozco si otro lo verá; y si lo ve, ignoro si querrá escribirlo. Quiero asegurarme de que alguien lo escriba y aquí está el blog.

No sé si leyeron a Aurora Venturini (“Las primas”, “Nosotros, los Caserta”, Mondadori) y a Hebe Uhart (“Un día cualquiera”, novedad de Alfaguara). Son dos exquisitas escritoras nacidas en la primera mitad del siglo XX. Aurora en el 22. Hebe en el 36. Ambas escriben recuerdos de infancia así como Claudia escribió pinceladas de su niñez y de sus primeros años de adolescencia en “Un comunista en calzoncillos”. La diferencia es que nada me perturbaba en el texto de Piñeiro y algo del universo de Fellini venía perturbándome en los textos de Venturini y de Uhart. Lo pintoresco en sus relatos siempre tiene como pivot un enano, una loca psiquiátrica, o bien el retardado, la jorobada, la vieja bruja, como si el encanto del pasado se construyera esencialmente a partir de la deformidad, de la tosca gracia del estereotipo. Al momento de leer a Venturini y Uhart, “Novios de antaño”, de María Elena Walsh, pujaba desde el fondo de mi memoria. No logró acercarse del todo pero alcanzo a recordar el enorme placer al leerla, los retazos de historias de familia, el aroma de los tilos –si es que los había-, las gruesas paredes de la casa, esas gentes comunes y corrientes, esos días, aquellos años que nunca viví pero es como si fueran también míos. Claudia Piñeiro es capaz de las mismas magias que María Elena Walsh, es capaz de convertir en extraordinario lo ordinario, es capaz de dejar al lector con la boca abierta al descubrir con quién juega al tenis la señorita Julia, es capaz de construir ladrillo por ladrillo el pequeño acto heroico de una chica, abanderada , que tironeada por las expectativas de un padre comunista y por las exigencias de una sociedad procesista, opta por la tercera vía y hace lo que no se nos ocurre que haría y saltamos todos con el libro en la mano gritando: “¡Vamos nena, carajo!”.

Toda esa emoción y ningún enano. Yo lo llamo literatura.

Bienvenidos a mi blog.