5 consejos para futuras mamás

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Mi panza. Una de las pocas fotos que hay.

¿Qué me hubiera gustado saber cuando estaba embarazada? ¿Qué receta mágica me hubiera quitado esos kilos de angustia, esas toneladas de miedo, esos cargamentos de ideas que bailaban un malambo adentro de mi cabecita cada noche?

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Por qué decir NO al andador

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De un tiempo a esta parte el uso de andadores ha sido fuertemente cuestionado. Solemos ver infografías en Facebook y extensos debates. Los profesionales que se oponen a estos artilugios son, justamente, quienes atienden las consecuencias negativas que acarrea el uso de andadores en los más chiquitos. Continuar leyendo

Balances de fin de año y otras torturas

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Llega esta época del año y es casi inevitable empezar a hacer balances. Nos autoflagelamos porque llegó diciembre y “todavía” no logramos tal objetivo. O nos peleamos por definir dónde pasamos las fiestas. O seguimos una agenda de actividades enloquecedora, poniendo a prueba nuestra paciencia de madre y asistiendo a cuanto evento de “despedida de año” exista.

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La maternidad y nuestro cuerpo

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Foto: Jade Beall

Un día me asaltó una pregunta incómoda. ¿Por qué las mujeres odiamos nuestros cuerpos? Bueno, no es más que una generalización. Ojalá sea eso, una generalización y no una regla.

Supongo que me sabrán entender si les digo que pasé la mayor parte de mi vida odiando mi cuerpo. Por lo que sobra, por lo que falta, por los cientos de imperfecciones, por mi piel que no es todo lo publicitaria que debería ser, por mi pelo que se extiende más allá de toda lógica capilar.

Pero un día fui mamá. Y supe que mi cuerpo podía crear, alimentar, contener, acunar, calmar, nutrir, sostener, anidar. Supe que todo eso que siempre me había importado, de alguna manera, ya no importaba. Aunque, claro, tuve que adaptarme a otro cuerpo, uno metamorfoseado que se estiraba y abría, que goteaba, que dolía, que albergaba nuevos miedos, que se volvía a encoger y que ahora tenía otras marcas y otras imperfecciones. Era el mismo y era otro, todo al mismo tiempo. Y era capaz de dar mucho.

No es mi intención hacer en dos líneas un crítica de la sociedad de consumo, la cosificación de la mujer y demás (que muy atinada sería), porque para eso ya hay grandes pensadores que lo escribieron antes que yo. Lo que sí quiero es afirmar que tenemos derecho a mirar nuestros cuerpos desde otro ángulo.

Por alguna razón mi primer post se llamó Para ser madre hay que poner el cuerpo, y quiero decir que está dedicado a todas las mamás, las que gestan con el útero y las que lo hacen con el alma. El cuerpo lo ponemos todas, y es gracias a ese cuerpo que podemos asumir la eterna y enorme responsabilidad de ser madres.

Tal vez algún día podamos ser menos injustas y darnos cuenta de todo lo que somos capaces. Empezar a querernos sin tantas pretensiones. Porque nuestros cuerpos no son un accesorio. Nuestros cuerpos somos nosotras mismas.

La vuelta al trabajo

Anna Fisher, astronauta, en 1985. Fue la primera madre en llegar al espacio.

Anna Fisher, astronauta, en 1985. Fue la primera madre en llegar al espacio.

Tema sensible la vuelta al trabajo. Cuando todavía estaba de licencia por maternidad, hace poco menos de dos años, literalmente googleé algo como “volver al trabajo y dejar a mi bebé”. Necesitaba desesperadamente una fórmula mágica o un consejo celestial que me sacara de encima la angustia enorme que me generaba la sola idea de volver a trabajar. Y faltaban meses.

¿Qué descubrí? Que no existen fórmulas mágicas. Y descubrí que era injusto. Más bien reafirmé que todo el sistema en que vivimos es injusto. Un sistema que en la mayoría de los casos entra en franca oposición con nuestras necesidades y realidades familiares. Porque tener que dejar a un bebé de meses y pasar horas trabajando es (por lo menos) forzado. Pero es lo que nos toca a muchas.

Y acá le escribo a las que comparten esta visión y lo sienten de este modo. Sé que habrá casos en que algunas desean con toda su alma volver a trabajar o tienen el privilegio de poder compatibilizar todo sin tener que estar 9 u 11 horas fuera de su casa; todas las experiencias son válidas.

Yo, al menos, la primera semana me fui llorando. Una puérpera suelta en la ciudad. Título para una comedia dramática con muchos diálogos desopilantes en la cual una mujer (aparentemente de la nada) enloquece y llora por los rincones. Además estaba enojada: Yo, que siempre había renegado de la sensiblería. Yo, que era tan autosuficiente y profesional. Bueno, esa yo (o mejor dicho, otra) se fue llorando camino al subte durante días y pasó meses incómoda en su propia piel, sintiendo que le faltaba algo.

Si hay un modo de sentirse distinto, no lo encontré. No creo que el problema seamos nosotras. Más bien es un mundo donde no hay demasiada cabida para lo que no sea económicamente productivo. Un mundo hecho a la medida del adulto trabajador/consumidor. Un mundo donde las mujeres y madres podemos ser muy incomprendidas.

Sea como sea, no es fácil pero lo logramos. Como logramos tantas cosas en nuestra cotidianidad. Probablemente sean triunfos invisibles a los ojos de otros, pero para nosotras son batallas ganadas. Y al final del día, cuando volvemos a casa y abrazamos a nuestros hijos, sentimos que todo valió la pena.

S.O.S. ¡Le tengo pánico al control pediátrico!

Imagen: Propiedad de Fox Broadcasting Company

Imagen: Propiedad de Fox Broadcasting Company

Entramos al pediatra con pie de plomo. No sabemos bien qué nos va a deparar: el consultorio puede llegar a ser una pesadilla llena de pestes, el terror de la madre germofóbica. Y ahí te encontrás con la realidad de la consulta pediátrica: horas de espera, niños aburridos (y con razón), padres exasperados (y con razón), juguetes de dudosa procedencia e higiene, recepcionistas de mal humor, teléfonos que estallan, bebés que lloran.

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