Sexo apolítico

#SoySolo

Un día estaba hablando con la novia de un amigo sobre una mina que me quería presentar. Yo le hice todas las preguntas de rigor que le interesan a un hombre (“¿Esta buena?”) y ella me dio un breve pantallazo sobre su vida y me pareció copado conocerla. A ver, no es que yo sea muy exigente (no puedo serlo, en realidad). Lo que pasa es que uno tiene algo de amor propio y viene medio herido. No es que busco a la madre de mis hijos (sí, la busco) pero la verdad que no me quiero comer cualquier bagarto (sí, quiero).

La cosa es que antes de decirme su nombre me hizo una pregunta que me descolocó: “Disculpame, pero… ¿Vos qué orientación política tenés? Te pregunto porque ella se fija mucho en eso”. La verdad que me dejó duro, no me la esperaba. Yo le dije que no sabía que contestarle, que soy medio mercenario. Que laburo para que el que me pone la tarasca, es la verdad. Obvio que no le hago mal a nadie con mi trabajo, esa no es la intención. Pero no tengo muchos problemas en hacerlo para un bobo o para un filántropo. Básicamente trabajo para cualquiera que me dé el suficiente dinero como para que me lo saquen los impuestos. Entonces, ella medio como que se hizo la desentendida (por suerte apenas arrancaba su noviazgo con mi amigo y todavía estaba intentando contentarlo) y me dio su nombre.

La contacté por Facebook y ya en nuestra primera charla noté cierta pretensión que me incomodó. ¿Viste cuando notás que la otra persona está muy interesada en cosas que a vos verdaderamente no te importan? Bueno, algo así. Ojo, no quiero decir que la política no me importe, lo que digo es que no forma parte de las cosas que pongo en la balanza a la hora de evaluar el posible éxito o fracaso de mis relaciones. A mí me importa poco si votaste a Macri o si no te perdés una sola cadena de Cristina. Hacé lo que quieras, todo bien. Es más, ¿sos militante? ¡Bien por vos! Luchá por tus ideales, por tus ídolos. Pero a mí dejame tranquilo que desde que Maradona no juega más al fútbol ya no creo en nadie más.

La cosa es que nos vimos en una fiesta y después salimos solos. Fuimos a ver una peli bastante ronga y terminamos en la casa. Ella me preparó unos tés (posta) y nos quedamos hablando de nuestras vidas. Todo iba bien y decidí acercarme un poquito más, de generar algo de tensión sexual. Y, por suerte, el avance dio resultado. Nos dimos un par de besos y empezamos a juguetear un poco. Besito tierno, manito por acá, manito por allá. Luego la cosa se puso más hot y hubo remolinos de lengua y unas uñitas picaronas recorriendo la espalda copadas. Y en una de esas ella se levantó y me dijo “Ya vuelvo”. Yo le sonreí y la esperé sentado en el sillón ya medio acalorado y con cierta congestión sexual. La mina volvió con ropa cómoda para dormir. Era la noche. Y entonces me dijo: “¿Sabés que me quedé pensando en la película? Pensar que todo eso es verdad. ¡Hay pibes en Argentina que se mueren de hambre!”.

“Hay-pibes-en-Argentina-que-se-mueren-de-hambre”. En ese momento sentí como mi libido se evaporaba por completo de mi cuerpo. Juro que no lo podía creer. Se me sentó al lado y yo sólo atiné a mirarla. Edipo y Electra me zamarrearon mis bajos instintos. Me transformé en una especie de estrella de mar que en ese momento sólo le interesaba reproducirse de modo asexual. ¿Qué te pasa? ¿Estamos por comernos mutuamente y me venís a hablar del hambre en la Argentina? Pobres, es terrible, posta. Es horrible que haya gente que la pasa muy mal en este país. Es injusto. ¿Pero justo ahora que estábamos por hacer la chanchada me venís a hablar de esto?

Entiendo que el fanatismo político los comprometa en cuerpo y alma. Ya les dije que los apoyo en todo lo que hacen, que me encanta que sean así y que hayan recuperado ese espacio de expresión y cambio. Pero no me hablés de la pobreza en Argentina cuando tengo los pantalones por las rodillas. No, por favor. Que falta de tacto.

¿Pobre? Pobre yo…